Quiero dos bolas de helado sobre mi cono, uno para lamerlo lentamente y el otro para dejar que se derrita sobre tu piel mientras tus labios susurran una súplica.
Mi esposa
Sin mediar palabras, Santiago se acercó a Camila dando largas Zancadas, estiro su brazo para sujetar el de ella, sin embargo, una mano detuvo su movimiento y se interpuso entre él y ella. Camila sentía que se iba a desmayar, no podía respirar, le dolían los pulmones, toda su sangre se agolpó en su pecho, se sentía mareada.
—Será mejor que me diga a que ha venido, porque no pienso tolerar que me falte al respeto o a mi esposa de esta manera —gruñó Lucas sosteniendo la muñeca de Santiago.
El ex de Camila sonrió de lado y recompuso su postura.
—¿Tu esposa? ¿Estás seguro de eso? —Cuestionó con ironía—. Hasta donde tengo conocimiento, ella es mi mujer, mi esposa y la madre de mi hija —agregó sin apartar la mirada de ella.
—Y hasta donde tengo entendido, su supuesto matrimonio era falso, nunca estuvieron casados y tu hija y tu mujer, ahora son mi mujer y mi hija —decretó seguro de sus palabras.
Camila se sintió segura por un instante, volvió a respirar y por primera vez se dio cuenta de que no estaba indefensa al lado de Lucas, sin importar que lo suyo fuese solo un trato, él la protegería. Por su parte, Santiago recibió un golpe directo en el orgullo, sin embargo, no tenía pensado darse por vencido.
—Está bien, te puedes quedar con esta zorra. —Lucas apretó los puños a los lados de su cuerpo—. Pero me llevo a mi hija en este preciso momento —decidió.
—¡No, tú no te llevarás a Sofía a ningún lado! —Bramó Camila, sintiéndose respaldada por Lucas—. Ella es mi hija y se queda conmigo.
—Regresa a casa y te doy mi palabra de que nunca nadie te separara de tu hija —siseó.
Ella tragó saliva, miró a Lucas y luego a su ex y dijo con voz fuerte y clara:
—Ya estoy en casa. —El corazón de Lucas se infló de emoción al escuchar esas palabras y se prometió que haría todo por protegerlas—. Nunca volveré a tu lado, no volveré a cometer ese error.
—Solo eres una maldita zor…
Las palabras de Santiago murieron antes de que pudiera terminar la frase.
Lucas lo golpeo con tanta fuerza que lo tiro al piso, parecía que a Lucas le salía humo por la nariz, su mirada estaba enfurecida y un tinte rojo coloreaba sus ojos que no se apartaban del hombre en el suelo. Por su parte, Santiago lo observo sorprendido, no se esperaba una reacción así de su parte, se puso de pie luego de un par segundos, tenía el labio partido y en su mirada se reflejaba la ira que estaba circulando por sus venas en ese momento.
—Ahora lárgate de mi casa —ordenó Lucas sin apartar los ojos de su rival.
—Esto no se va a quedar así, ella es mía y la voy a recuperar por las buenas o por las malas —advirtió antes de darse la vuelta y salir del lugar.
Santiago no se iba a quedar de brazos cruzados, ninguna mujer se burlaba de él y menos una tan patética como Camila, sin embargo, ignoraba que esa misma mujer a la que él creía patética, era más fuerte de lo que se imaginaba y aunque ella todavía necesitaba de situaciones extremas para darse cuenta de cuan afiladas tiene las garras contaba con un escudo protector.
Un escudo que la miraba como nunca antes un hombre lo había hecho y despertaba en su interior un deseo que luchaba por reprimir, sin embargo, sus fuerzas cada vez eran menos y se sentía más y más atraída hacia él. Salió de sus pensamientos cuando escucho la voz dura de Lucas dirigirse a ella.
—¿Entonces? ¿Aceptas casarte conmigo? —increpó una vez estuvieron solos y de nuevo Camila se vio diciendo las mismas palabras que la llevaron a ese momento.
—Sí, acepto —pronunció pensando en que la frase se estaba volviendo costumbre en su vida.
—Perfecto, esta misma tarde te conviertes en mi esposa —sentenció con una sonrisa en los labios.
Camila trago saliva. Ya no había nada que pudiera hacer, estaba en manos de Lucas y aunque en parte ella le concedía la razón al decir que él podría protegerlas, el miedo de permanecer por más tiempo cerca de él le hacía dudar de su capacidad para razonar.
Sabía que Lucas le despertaba muchas sensaciones que creía muertas, pero ya no quería seguir huyendo, no quería empezar desde cero de nuevo, una nueva vida, una nueva ciudad, un nuevo empleo, no quería hacer que Sofía pasara de nuevo por todo eso.
—Pero será solo en papel, no quiero compartir la misma habitación contigo —dijo luego de un prolongado silencio que sirvió para que Lucas se calmara.
—No tenemos el tiempo suficiente para establecer un contrato prenupcial, pero supongo que podemos llegar a un acuerdo —respondió y se preparó para escuchar lo que Camila tenía que decir.
Mientras Camila avanzaba titubeante hacia lo que ella suponía un error catastrófico en su vida, Santiago se dirigía hacia su oficina luego de haber llamado a su abogado para que se reunieran allí. Estaba decidido a hacer que Camila volviera con él o le quitaría a la niña, de uno u otro modo la obligaría a hacer lo que él le viniese en gana.
En cuanto llegó, la secretaria le dijo que el señor Thompson, su abogado, lo estaba esperando dentro de la oficina, siguió de largo y al entrar lo primero que salió de su boca fue:
—Tienes que hacer que mi mujer vuelva a mi lado o le quitas a mi hija. —El abogado alzo una ceja interrogante, aunque sabía perfectamente a lo que se refería por conocer a Santiago bastante bien.
—Supongo que hablas de Camila, ¿ya la encontraste? —dijo en tono calmado el abogado.
—Sí y supuestamente es la esposa del empleado de un amigo —soltó con desprecio al tiempo que se dejaba caer en su asiento.
—¿Supuestamente? —inquiero el señor Thompson sin apartar la mirada del rostro trastornado de su cliente.
—No me creo el cuentico ese de que se casó con el imbécil de Lucas Cromwell, su comportamiento no era el de una esposa, parecía más bien que fingía —aseguró.
—¿No será que solo ves lo que quieres ver? —cuestionó colocando en tela de juicio la razón de Santiago, quien explotó.
Lanzó una mirada asesina al abogado al tiempo que se ponía de pie y rugió:
—¿Vas a hacer que regrese o tengo que contratar a alguien más?
—Voy a hacer todo lo que esté en mis manos, pero si quieres un consejo olvídate de esa mujer, es lo mejor que puedes hacer —respondió sin mostrar el mínimo atisbo de temor ante la actitud de su interlocutor.
—Camila es mía y yo decido cuando y como dejarla —replicó—, en cuanto la tenga en mis manos le dejaré claro que no debo desobedecerme y mucho menos debió acostarse con otro —profetizó seguro de que conseguiría tenerla de nuevo.