Madre española y padre coreano.
He vivido en una familia – si podemos llamarlo de esa forma – que no responde muy bien a su papel dentro de esta. Aunque eso no siempre fue así.
Recuerdo que, cuando era pequeña, mis padres y yo estábamos muy unidos. Éramos una familia normal llena de amor y felicidad. Una gran sonrisa decoraba mi cara cada día al amanecer.
Pero todo aquello cambió cuando yo tenía nueve años y ella colapsó de repente.
Mi madre siempre estaba enferma, pero nunca lo mostró. Fue a partir de mis nueve años cuando yo era la que tenía que cumplir su papel: cuidarla, estar atenta a ella y atender a todas sus necesidades. Había un tumor en su cuerpo que la consumía poco a poco mientras, lo único que ella podía hacer era permanecer en aquella cama tumbada viendo como su hija intentaba hacer lo posible para que todo siguiera su curso.
Por otra parte, mi padre, Lee Hyun Sung, la mayor parte de su vida la ha pasado en Corea. Desde que cumplí los seis años de edad, el poco contacto que llegábamos a tener era a través de video llamadas y algún que otro mensaje.
CEO de una de las grandes y más importantes discográficas del momento en el Sur, el trabajo era lo más importante para él. Incluso más que su propia familia.
Y aquello se dio a notar cuando el estado de salud de mi madre cayó en picado. Su vida terminaba y, con ella, mi ilusión y alegría.
Recuerdo aquel día como uno de lo más tormentosos para mí.
Era un lluvioso día de noviembre – muy cliché, ¿verdad? Pues era la realidad - se acercaba mi décimo séptimo cumpleaños, pero este nunca se celebró.
Los últimos segundos de la vida de mi madre los pasó con angustia y dolor mientras, con mi mano derecha sostenía con cuidado y cariño la suya.
- Vive bien, cuida de los que te rodean. No permitas que nadie te dañe y, sobre todo, no dejes de sonreír.
Fue con aquellas palabras que mi madre dejó con el último suspiro de su corazón.
Aquel día llore y llore mientras maldecía a mi padre una y otra vez por no estar aquí con nosotras, por no despedirse de mi madre. De su esposa.
Pero ya no se podía hacer nada al respecto, pues odiarle no devolvería a mi madre.
Entrar en casa fue lo más duro para mí.
Ese lugar que antes desbordaba calidez y amor, ahora solo eran cuatro paredes frías y llenas de soledad. Incluso cada paso que daba creaba eco recordándome que ahora tendría que continuar mi camino sin nadie más.
Sola.
Pocos días después, aquella silueta grande y con un poco de sobrepeso apareció ondeando su pequeña melena oscura que caía sobre la estructura de las gafas mientras, con su mano derecha, sostenía unos documentos.
- Hija, al fin pude hacer el papeleo por tu custodia. Te vienes a vivir a Corea.
Ni un "Hola hija, ¿cómo estás?".
Nada.
Simplemente se presentó en cada diciendo eso, y me rompió por dentro.
A pesar de mi profunda negación, no me quedaba de otra. Era menor de edad y rehusarme solo me causaría problemas.
Aunque ir a Corea solo me ocasionó más desgracias.