NO VUELVAS A CASA El teléfono dio tres timbres, y en el cuarto una voz casi histérica tomó la llamada. Era la señora Keskin, agobiada por la pobreza a la que vivían sometidos. El último dinero de aquel adelanto que le habían pagado a Serem se acababa de ir en la nueva medicación que le habían recetado al señor Keskin, solo que ella ya había pagado por las medicinas que le respetaban con anterioridad. Así que la señora Dislay Keskin volvía a estar en el mismo predicamento, sin dinero, y sin la buena de Serem para exigirle que moviera el cielo y la tierra por procurarle lo necesario. —¿Quién es?— preguntó casi en un grito la madre de la joven y está casi sintió que las lágrimas la ahogarían impidiéndole hablar del otro lado de la línea. Para nada noto que si madre estaba gritando, pues p