"HAZ LO QUE TENGAS QUE HACER".
Serem había caminado todo el día tratando de encontrar un empleo, pero resultaba ser otro día perdido.
La salud del señor Keskin no hacía otra cosa que empeorar, la familia cada vez sufría más peripecias para pagar las cuentas, entre ellas la renta de la vivienda en la que vivían que ya tenía varios meses de atraso.
Serem era la más preocupada con la situación, ella era la mayor de las hijas del matrimonio Keskin, y siempre había sido la más consciente.
Había abandonado sus estudios, con tal de ahorrar y que la educación de su hermana menor fuera mucho mejor que la suya.
Las facturas de la farmacia, con las medicinas destinadas a su padre cada vez eran más altas.
La situación en lugar de mejorar empeoraba. Nadie le daba una oportunidad y le daba un empleo por básico que pareciera. A pesar de ella tener toda la disposición no tenía la experiencia, ni tenía la preparación académica necesaria para que alguien la contratara.
La joven comenzaba a desesperarse más a cada segundo. Su madre que nunca había sido una mujer muy dulce, últimamente estaba mucha peor. Además estaba la tensión de ocultarle al señor Keskin que las cosas no mejoraban en lo absoluto.
—¡Haz lo que tengas que hacer!—Exigió su madre esa noche después de que el resto de la familia se hubieran acostado. —¡Haz lo que sea para traer dinero a esta casa!
Serem trago en seco, dolida al darse cuenta que su madre no apreciaba su esfuerzo. Tenía los pies llenos de llagas de tanto caminar en búsqueda de cualquier cosa, pero solo pudo bajar la cabeza.
—Eres medianamente hermosa—siguió su madre reparándola de pies a cabeza. —Alguien debe estar dispuesto a pagar algo por eso.
Haciendo honor a la verdad, Serem Keskin no era solo «medianamente» hermosa. Aquella comparación había sido tan sosa como llamar sencillamente “profundo” al océano.
Serem era una belleza absoluta de pies a cabeza. Con cabellos color miel, y ojos de un extraño color violeta. Llamaba la atención por su rostro de rasgos finos, aristocráticos; y por su esbelta figura de reloj de arena. Mas algo era indudable, es que ella tenia porte de reina. Todo en sus gestos y en sí forma de andar gritaba «clase y distinción» a pesar de haber sido criada en la pobreza toda su vida.
Además era tan dulce que en ocasiones parecía que fingía, porque nadie podía ser tan dulce todo el tiempo.
Y si, a esa joven virginal si madre la estaba arrojando a la boca de los lobos, a cambio de que trajera cuatro monedas a la casa.
—Nadie me contrata por mi falta de experiencia, y los otros sencillamente me rechazan por no haber terminado el nivel secundario—le explico con tristeza a su madre, buscando comprensión.
—La belleza que tanto presumes tiene que servir de algo—. Le grito para luego arrepentirse y taparse la boca con ambas manos. No es que le interesara no lastimar a Serem, sino que cayó en cuenta que podía despertar a su marido y a su hija más pequeña. Y si algo no permitirá el señor Keskin era que su bella hija fuera sacrificada por el bienestar de su salud.
Si algo era lejano de la realidad, era que Serem presumía de su belleza. No existía nadie más modesto que ella, no había tanta nobleza contenida en una sola persona.
—Mañana me despertaré temprano y buscaré otra vez empleo—murmuró comenzándose a convencer de que era ella la única culpable de no encontrar un empleo que le permitiera sustentar a su familia, y aliviar la presión que sentía su padre por estar enfermo del corazón y no poder ayudar con los gastos.
Después que si madre se hubo acaparado, Serem terminó de lavar los trastos y camino por la casa en penumbras, pues para colmo la compañía eléctrica había cortado el servicio esa misma tarde por faltar a los pagos correspondientes.
Se recostó con cuidado de no hacer ruido en el destartalado camastro donde dormía y allí sola, tragándose los sollozos para que nadie la escuchara, allí lloro sin que nadie lo notara.
Mucha responsabilidad había puesto la familia en los hombros de una joven de dieciocho años.
Los problemas eran tantos, que nadie se percató que esa día cumplía años, nadie recordó que ella también era un ser humano que necesita calor humano y reconocimiento.
Ya no era una niña, había llegado a la mayoría de edad sola, llorando y pidiendo que todo aquello fuera un mal sueño .
Lloró por no ser lo suficientemente buena, ni todo lo valiente que se requería para sacar a su familia de las penurias que se venían.
A la mañana siguiente, Serem despertó con el rostro hinchado y con el estómago revuelto. Aún así se metió en su gastada ropa y haciendo muecas de dolor se calzó sus únicos zapatos, que ya le habían destrozado los pies, peor no tenía otra alternativa que usarlos.
Sin desayunar se marchó antes que alguien en la casa se despertara, si existía un ser celestial tenía que ayudarla, para que la situación mejorase. ¡Tenía que mejorar! O se quedarían en la calle con un padre enfermo y una hermana de quince años que necesitaba tener un techo sobre su cabeza, y descansar para rendir en el colegio.
Serem camino por las calles de los principales restaurantes de su pequeño pueblo ofreciendose como friega platos, o chica de la limpieza en cada negocio, pero no conseguí nada. Nadie quería un nuevo trabajador. Así que siguió caminando en otro rumbo.
En aquel pueblo tan pequeño no parecía haber nada para ella, nadie la compadecía, nadie se ponía en sus zapatos.
Ya casi con lágrimas en los ojos por el esfuerzo que estaba haciendo en caminar kilómetros con los pies heridos se tomó con un anuncio, que podía seignificar su nueva esperanza.
—¡Gracias Allah!— susurro mirando al cielo, tenía que ser eso una señal divina para ella, para acabar con tanto sufrimiento.