“ATAQUE AL CORAZÓN”
Serem salió de aquel improvisado estudio fotográfico con la cara bañada en rubor, nunca en su corta vida e inexperta vida había sido expuesta a tanta vergüenza. Su padre le había inculcando principios y una moral intachable. Podía se pobre, pero sabía que una mujer joven debía cuidar su cuerpo, y respetarse más que a nada.
Se vistió tan a prisa como le permitieron sus manos, mientras que los dos hombres no dejaban de mirarle el culo y no es que tuviera ella ojos en la espalda, no. Es que sentía los ojos de esos individuos pegados en su trasero como moscas.
Se dijo que ella no servía para esa profesión, que era mejor limpiar retretes públicos que volver a desnudarse ante extraños.
Todo había pasado tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar, pero sabía que eso no era lo que quería para ella. Cuando vino a darse cuenta aquella mujer le quitaba las ropas tan a prisa que no reacciono, se nubló momentáneamente, y cuando vino a darse cuenta y estaba en ropa interior.
Salió al borde de un desmayo, entre él hambre y la impresión que le había causado ese extraño espisodio.
Caminó unas tres cuadras, y se sentó en un banco cercano a la calle de un pequeño parque con el que se encontró.
Estaba exhausta, hambrienta, y con los pies totalmente destrozados, y lo peor de todo es que estaba a más de tres millas de su casa.
Otra vez llegaría son buenas noticias, y realmente prefería dormir en ese paque que exponerse a los regaños de su madre.
Pero el hambre no le permitiría pasar la noche afuera.
No tenía ni un centavo para comprar ni siquiera un té. Así que resignada emprendió el camino a casa.
En cuanto entró, su madre se acercó a ella para que le contará de sus avances. Por desgracia no tenía nada bueno que decirle. Así que solamente bajo la cabeza lista para recibir el escarmiento.
Para su suerte su padre estaba despierto, y no drogado por las píldoras que tomaba para su débil corazón.
La Señora Dilay Keskin tuvo que morderse la lengua, y guardarse sus regaños para otra ocasión.
Los días siguieron pasando y Cerem salía cada día en busca de una oportunidad que no parecía llegar, al punto que que cada vez las esperanzas se esfumaran más de su mundo.
Dos semanas después, una noche cuando regresaba a casa la vecina la llamó con demasiada intriga. Serem se asustó pensando que algo le había ocurrido a su padre.
—¿Qué pasó?— preguntó alarmada.
—Llamaron por teléfono esta tarde preguntando por ti— le informo la vecina. — ¿Una agencia de modelos? No sabía que te interesaban esos asuntos.
—No me interesan señora Damla—aseguró la joven apenada y recordando el incómodo momento que había pasado en aquella audición —, solo que necesito un empleo y fui a una audición.
—¡Al parecer te aceptaron entonces!¡En hora buena!— la felicitó sin saber que aquello para Cerem significaba cualquier cosa excepto una buena noticia.
No pensaba aceptar, aunque increíblemente la hubieran aceptado a ella entre tantas candidatas, estaba convencida que no tenía vocación ni temple para ser modelo.
«Le faltaba descaro, le sobraba el pudor».
—Gracias— murmuró con desánimo—, pero no pienso aceptar— respondió desganadamente.—Después de esa audición me di cuenta que no sirvo para esa profesión.
—Lastima Serem, porque la situación de tu familia es cada vez más desesperada. Tú madre tiene que hacer magia para poner comida en la mesa…
—Lo sé— murmuró la muchacha, sintiendo que quizás esa oportunidad de ser modelo era su oportunidad real de tener un empleo y sacar adelante a su familia—¿Dijieron algo más los de la agencia?— preguntó a la señora Damla.
—Dejaron una dirección para que fueras— le comunicó pasándole un pequeño trozo de papel con dicha dirección escrita.—Creo que es para realizar un p**o inicial y firmar el contrato.
—¿p**o inicial?— preguntó Serem abriendo los ojos como platos. Eso tenía que ser sólo el gancho… o es que la vida de las modelos estaba llena de dinero fácil, y grandes derroches. Que ironía, ella solo necesitaba muy poco dinero para sacar adelante las deudas de su familia, no pensaba en ropa, o zapatos caros, mucho menos en un coche, o en una vida de excesos. Solo necesitaba lo Justo para seguir viviendo tranquila. Quizás fuera poco ambiciosa, pero sus sueño no pasaban la frontera de su natal Kaleköy. Su pueblo era tranquilo y tradicional,
—Si, así es. O al menos eso entendí yo— le explico la vecina.
—¿Dijeron cuantos días tengo para presentarme?— preguntó casi con sufrimiento en la voz Serem.
»La vecina negó con la cabeza. — Yo en tu lugar no perdería esta oportunidad Serem. Eres bonita, pero la belleza se acaba. Si en este momento te están pagando por eso, deberías aprovecharlo.
Se despidió de la señora Damla y se fia a su casa, analizando la dirección anotada en el papel.
Quizás a ella la habían seleccionado por encima de otras decenas de chicas que ansiaban de verdad esa oportunidad que ella iba a rechazar, ella se comportaba como una malagradecida. Es que no se olvidaba de esa mala sensación que le había recorrido la columna vertebral aquel día mientras la reparaban en ropa interior como si fuera absolutamente normal.
Algo le decía que eso estaba mal… que no era lo más correcto. Que ella nunca se adaptaría a esa vida.
Entró en su casa y su madre la esperaba más calmada que de costumbre.
¿La señora Damla le habría contado de la llamada de la agencia?
—Te llamaron para un empleo— le contó su madre tan pronto cruzó el umbral de la puerta.
Serem no podía hablar, un nudo se instauró en su garganta producto a la mezcla que sentía de frustración e impotencia.
Si su madre se había enterado de todo el asunto de la agencia, ya no tenía escapatoria. La obligaría a ir, a firmar ese contrato y tomar ese adelanto monetario dejándola comprometida por el tiempo que durará el mencionado contrato.
No había terminado la secundaria, pero no era tan descerebrada o tonta como para no saber lo que significaba firmar un contrato.
Sabia que había consecuencias si no cumplía las pautas pactadas en un documento legal.
Al ver que Serem no respondía su madre rodo los ojos.
—¡Niña! ¡Reacciona! Vas a trabajar en una importante firma de abogados. Serás la chica de la limpieza pero con algo tienes que empezar.
—¿Una firma de abogados?— preguntó Serem sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo.
—Así es, llamaron esta tarde para que empieces mañana mismo— alegó feliz Dilay Keskin.
Ese empleo para Serem llegaba en el mejor momento, esto impedía que cometiera un error que se arrepentiría después.
No se veía como modelo, así que si ya tenía un empleo respetable, en el que cobraría no lo suficiente para salir de todos los problemas económicos que ahogaban a la familia, pero si les daría un respiro.
Ahora era cuestión de saberse administrar y con el dinero de su sueldo pagar primero las cosas de prioridad. Y tal vez si aprendían a administrarse muy bien, quizás pudieran pagar hasta un seguro médico para su padre.
Serem comenzó a trabajar en la Firma de abogados y se olvidó de que una vez había intentado impulsada por la desesperación ser modelo. Aunque la humillación de haber sido arado desnuda frente aquellas personas no se había ido de su mente.
{***}
Una semana después, cuando Serem regresó a su casa se encontró con la terrible y dolorosa noticia que su padre había sufrido un ataque al corazón, y que estaba hospitalizado. Pasaban las siete de la noche y la casa estaba cerrada, ella como de costumbre no había tomado una llave de la casa, así que ni siquiera podía entrar a cambiarse antes de salir al hospital. Aunque no es que eso fuera importante a fin de cuentas.
Cuando comenzó a caminar por la calle empedrada, se topó de frente con el dueño de la casa en que vivían. Tenían meses de atraso con la renta, así que su presencia en el barrio no era una casualidad.
Venía a cobrar,y aún Serem no había recibido su primer sueldo, que por supuesto no cubría ni una cuarta parte de la deuda contraída en más de tres meses sin pagar.
Ahora tampoco podrían disponer de ese dinero para pagar la renta, ahira tenía que pagar la facturas del hospital en que se encontraba agonizando su padre.
Las lágrimas mojaron sus mejillas, otra vez estaba acorralada. Otra vez no veía una salida, y el que su padre hubiese empeorado le taladraba el pecho de una forma tal, que no podía siquiera respirar.
—¡Está es la última advertencia que les vengo a hacer!— amenazó deteniéndola al tomarla por un brazo tan pronto se dieron cruce con él.
—Mi padre está mal en el hospital, solo deme unos días y le prometo que le pagaré— informó con la voz rota y el rostro bañado en lágrimas.
Aquel tipo la zarandeó como si ella fuese una muñeca de trapo, y la miró con desdén.
—No me importa en viejo Keskin. Lo único que quiero es mi puto dinero. Si no pueden dármelo mañana… ¡Necesito que entonces desalojen mi casa!
—Pe-pe-ro mi padre no puede quedarse en la calle. ¡Está enfermo!—trato de persuadirlo la joven que desesperada se arrodillaría frente a aquel hombre despota con tal d eque alargara el plazo para abonar la deuda.
—¡Ese no es mi problema!¡ Mañana quiero mi dinero!
Serem sintió como si corazon se estrujaba, ante tanta crueldad. Entonces el dueño de la casa volvió a hablar.
—Aunque bueno… pensándolo mejor, podría…—hizo una pausa y la miró con un asqueroso deseo que hizo que la muchacha sintiera nauseas— podría perdonarles la deuda si aceptas ser mi amante.