Los últimos días en la vida de un hombre
De quien objeto mi libertad. Incide en mis lamentos la reiterativa, vaga, insolente, forma; apagada de la verdad. Si uno quiere ser quisquilloso en el punto exacto del declive, lo podemos ubicar en el plano de la existencia misma.
Una mañana, simple, agotadora. El hombre regresa a su hogar, con su familia. En esa amalgama de objetos inertes, de objetos pensantes y racionales. Todos esos colores, olores. Pensamientos que viajan y se chocan entre ellos. Respiraciones, quejas, llantos, risas. Todo es un conjunto expuesto de realidad, de existencia.
Ese ser, que observa la existencia de los otros (tanto inertes como pensantes), sabe que algo pasa. Ya no se siente como antes, como siempre. Una sensación vacua se aglomera en su interior. Suspira, se observa en el espejo: es él, él que respira, que suda, que envejece. Mueve su mano y el ser del otro lado del espejo lo imita, sonríe y el otro también lo hace; se revisa la pupila, gesticula, ve las caries y huecos de sus muelas. Es él. Sale y toda su realidad lo golpea: es mi casa, mi familia, mis libros. Yo soy aquel quien compró ese televisor, el refrigerador. Heme aquí, en mi vida.
Pero, ese vacío que siente, ¿a qué se debe?
Suspira, camina deliberante, sabe dónde llegar, a qué hora. Las mismas calles, casas, inclusive, los mismos transeúntes. He aquí donde pertenezco. El mundo donde albergo. Que basto e inalcanzable es la libertad –piensa-, que maravilloso es sentir el aire, escuchar los ruidos de los autos, saludar a los perros. Estira su mano, y el sol le pega directamente –he aquí el calor, siento el calor, por lo tanto, estoy vivo, el calor no se produce por sí solo, por lo tanto, existe el sol; y si existe el sol, por consiguiente, existe todo lo que deriva de él y su luz. Mientras estas cavilaciones consumían su concentración, de soslayo observó su reloj, llegaba tarde, así que apresuro el paso. Habrá tiempo para pensar en la vida –se dijo- ¿Cuándo esté muerto?
Llega al trabajo, exhausto, invadido por las preocupaciones extras de un ser corriente. Saluda con todos, monótona y fríamente. Como si su mano y cabeza estuviesen programadas: mecánicamente se mueven al compás de un monosílabo: hola, hola. Sus compañeros responden recíprocamente, como una coreografía mal diseñada desde la preconcepción. Solo faltase que todos se pusiesen a cantar y danzar, como arlequines que son. Con algunos el saludo es aumentado a un: ¿Cómo estás? Y por demás galimatías: ¿Cómo estuvo la noche? El partido, duro, ¿eh?; sabias que tal fulana estuvo con mengano. E inconscientes, obligados a llevar conversación para enfatizar que se conocen y que se llevan bien.
Sentados tras sus escritorios, lápidas incorruptas, ordenadores alquimistas.
Este es mi mundo, ahora, no puedo dimitir de él; esto es mi realidad –se dice-, soy parte de esta vida. Antes veía a sus compañeros y pensaba que cada uno era un mundo en sí, con vivencias, anécdotas, propias, únicas. Pero ahora están aquí, todos somos iguales, frágiles. Estamos trabajando, para alguien, para algo superior al alguien. Para un estado, inferior a otros estados. Sentados a su derecha e izquierda, ¿Quién está más vivo que el otro? Muchos tuvieron divorcios, aventuras; hijos, muertes; mascotas. Pero aquí, ipso facto, ¿Quién es quién? No hace mucho que llegó un nuevo compañero: fue la novedad, ¿Quién será? ¿de dónde viene? Su rostro es escudriñado y categorizado como es debido por las mujeres, y menospreciado y estereotipado por los hombres. Luego de los debidos procesos de aclimatación, de orientación. ¡de adaptación! El homo-sapiens, se instaló en la manada y desempeña el rol asignado. Después, fue uno más, da lo mismo si llegó hacia un mes, o estuvo aquí siempre, desde el principio de la vida. Es un compañero más, un puesto, un espacio en la materia. Luego llegará el tiempo libre, los chistes y comentarios surgirán por toda la vertiente del aire, el tabaquito, los arrimones, las coqueterías. Ese proceso circense de perder el tiempo, mitigar la vida, los años.
Se queda sentado en el receso, mirando el ordenador apagado, pensando en cuál era la diferencia de su estado actual, con su vida universitaria. –sentados, frente al profesor, en momentos, prestábamos atención, pero nos era fácil distraernos. Éramos universitarios, debemos cumplir con esa asignatura ¿no?, tenías que salir a tomar cada viernes, o cuando hubiese oportunidad de hacerlo. Mírenme, soy el que más toma, otro era el que más fuma, uno era el mayor mujeriego, el inteligente, el vago, el adinerado. Epítetos que saltaban en busca de llenar el molde que se creó previamente. Amigos, deberes. Socialismo, sí, recuerdo cuando la idea de igualdad nos consumía profundamente. “trabajas para una empresa, solo para comprar el mismo producto que esa empresa desarrolla a un coste más alto que tu mano de obra”. Se crea continuamente instrumentos innecesarios que nos vende como vitales; se desdeña al que no obtiene dichos artefactos. Se obliga al consumidor a pagar sin preguntar. Se obliga al consumidor a pensar que lo más caro es mejor y que te da mejor prestigio. ¿Se obliga? ¿Quién? Quien me obliga a comprar. No recuerdo, cuando compré el celular de moda, que hubiese alguien apuntándome con un arma la cien, y me obligase a gastar. No recuerdo si alguien empuño un cuchillo y me ordenó obtener esos zapatos a cien veces su valor real. Nadie me obligó, ¿o sí? ¡claro! El mundo me obligó, la vida me exigió poseer esos objetos inanimados ¿para qué? Para no disonar con mi grupo. El sistema me crea necesidades, que debo satisfacer para acercarme a la “felicidad”, felicidad ficticia, misma que es construida por el sistema. ¿existe realmente la felicidad? Soy una pobre víctima de la sociedad. Víctima del estado, de Dios. Sí, no niego eso, pero si esto es verdad, es su totalidad (puede haber partes ciertas y otras no), ¿y mi libre albedrio?: le invito, por favor, a imaginar una piedra que es lanzada; la misma vera como las personas pasan y ella creerá que controla su movimiento. Este, y no otro, es la concepción de libre albedrio de los humanos. Saben que necesitan algo, pero no saben dónde provino esa necesidad. Spinoza, si no mal recuerdo. O fue Kant, no, Spinoza. Kant es más aventurero y achaca todo a la voluntad… la cosa en sí. –sueno el timbre, se acabó el descanso, todos a trabajar nuevamente, imperecederamente.
Más estas ideas no fueron sucumbas por el manto del trajín. De retorno, su paso era lento, pues quería retomar el hilo de sus cavilaciones antes de llegar a su otra realidad, y tener que preocuparse de aquella. –si. Libertad, de elección, de unión, de pensamiento. ¿Qué tan cierto es esto? Somos libres en algún momento. En mi universidad tuve que probar m*******a, por qué, porque soy universitario y tenía que hacerlo; cuando das el diezmo en la iglesia te preguntas, acaso, si dios necesita dinero, no, solo lo das y ya. Tenía amigos, por supuesto, ¿muchos? No lo sé, dependerá del observador. Pero ¿para qué quería amigos? ¿Necesitamos el amor del prójimo? Conocí, por consiguiente, la vida de muchos, muchos dramas, tragedias, comedias. Sexo, pudor, estupideces. ¿Y de que me sirvió? Absolutamente, para nada, empero, relativamente de mucho, pues yo también conté las mías. Incluso mi obsesión con Sade y Dostoievski. Sabía que a nadie le importada, pero como yo escuché sus historias inicuas, ellos deben escuchar las mías. Reciprocidad, así funciona la amistad y el amor. A nadie le interesa las cosas de otros, pero sí queremos difundir las nuestras. Un sacrificio, escuchar. Es como cuando quieres sexo y es menester otro sacrificio: amar. Amar y escuchar, sexo y difusión. Todo se amalgama y funciona. Como el dinero y las empresas, capital y burgués; si, en eso estaba, en el comunismo, capitalismo. Libertad de elección. Nadie quiere escuchar que es una simple marioneta, que si un famoso te dice: compra esto, lo necesitas, serás mejor; lo vas hacer, como el perro que le ordenas que ruede, pues su recompensa es la galleta. Nuestra galleta es la inclusión, pertenecer al grupo, ser aceptados. No somos marionetas, somos víctimas, te dirás, víctimas del estado, del sistema, de dios. Si somos víctimas, luego no existe el libre albedrio, si existe, luego no somos víctimas entonces, somos estúpidos. Pues compramos solo por comprar. Debes decidir. Existe uno de los dos. Eso me alejó del socialismo-comunismo. Lo aprecio mucho, y, obviamente, detesto el capital. Sin embargo, no se puede abstraer a la realidad. ¿prefieres que todos tengamos hogar, el mismo estatus, o prefieres ese teléfono nuevo?, ¡mira! Tiene nuevos colores, puedes conectarte con otros. A la larga, todos preferimos lo nuevo, la igualdad cae por su propio peso. Porque yo soy único, no pienso dar mi ración para que el vecino tenga lo mismo, si yo trabaje más y el no hizo nada ¿Por qué debo repartir mi pobreza? Iba a decir “riqueza”, pero siendo sincero, solo las migajas nos sobran los perros grandes. Al final, comunismo y capitalismo, esa dialéctica, no puede separarse, en esencia se aman, solo los estúpidos partidarios de cada una se pelean. Pero las dos son falsas, y crueles.
Como un rayo, rápido y sediento. Todo se nubló de nuevo cuando entró a su hogar. Mismo procedimiento. Saludos, movimientos: ¿cómo te fue?, normal, como siempre, ¿y tú?, igual, ah, ¿te preparo algo para comer?, si, dejo mis cosas y bajo, gracias ma, ya.
Es un espectro que deambula por la casa; observa, recostado en su cama, la vacuidad de su habitación: libros desparramados, ropas, cosas que fue acumulando y ya no recuerda la razón. La vida se consume de a poco –dijo- ¿poco? Yo más bien diría que rápido. Su mente descansaba, este día fue agotador, muchas contradicciones. Pues la vida misma es así, mientras más vives, más tiempo y años acumulas, muchas cosas, sino la mayoría, suelen tornarse contradictorias. El bien y el mal, la riqueza y pobreza, el ser y la nada. Esta nada, última, es una contracción por sí misma, pues quien siente la nada, o la expresa, es un ser consiente, es decir, un ser que ocupa un espacio. La nada puede albergar todo, la existencia es paradójica: mientras más existo, menos tiempo me queda.
- ¡Baja a comer!
Mira a su madre, abnegada, hermosa. Su comida es la misma, pero siempre sabrosa. Yo existo porque tu existe –piensa- es evidente, no necesito desglosar eso. Debo dejar de llenar mi mente con idas vagas. No obstante… ¿Cuáles son las ideas coherentes? Trabajo, amigos, amor. Una mujer, irme del hogar. Mi madre está sola. ¿Le gustará la soledad? Hijos, nietos. Un mejor trabajo, más dinero, dinero y amor, juntos queda mal, pero es una certidumbre, hijos y dinero queda mejor, dinero para ser feliz ¿realmente existe la felicidad? Fui feliz con mi nuevo celular, hasta que me aburrí de él. Fui feliz ese día con mi familia cuando viajamos a las montañas. Pero eso terminó, mi familia es ahora mucho más grande. Un día de felicidad, no, unas horas, mi celular duró más tiempo, pero si ponemos en una balanza, mi felicidad del viaje supera al del celular. Pero puedo comprar otro y ser feliz más veces que viajar. Sí, eso, llenar mi corazón de cosas, eso me hace feliz; ¡si ves! Eres un títere, comprar=felicidad. Y sigo preguntándome ¿existe la felicidad? Viajar a las montañas también costó dinero, y no fue poco. Estaba feliz hace un par de segundos (antes de estas estúpidas ideas nuevamente envenenando mi cerebro), cuando degustaba la comida de mi madre, aunque eso también es gasto, pero gasto necesario, puesto es menester alimentarse para vivir, ¿no? Gasto necesario, gasto innecesario, y ¿si para una persona, es necesario un celular, encaja en lo primero, en lo vital? Ver a mi madre, su rostro, eso es gratis (creo) y me trae felicidad… claro… es porque sé que no la tendré siempre, y que ese rostro en sí ya se está marchitando. Entonces, la verdadera felicidad, la que en realidad existe, es aquella que es perecedera, que es finita; ¡pues claro! Como sabemos que se va extinguiendo, que muere lentamente, solo se la puede disfrutar en ese momento, irrepetible. Si… pero no es tan alentador, la única felicidad real es la que no se repite por más que lo queramos.
-Oye, se te va a enfriar la comida.
Felicidad. ¿Cuándo en realidad fui feliz? –objeta, mientras la noche se posa, intrínseca, voluble. Con el afán, puesto a la gloria, de todo anarquismo de su mente- de niño, posiblemente. La inocencia que reviste a los menores, infames, curiosos. Ávidos de conocimiento. Quizá no tanto, pues la puerilidad de sus corazones, vuelca en sentido deliberado de su accionar. Niños, frágiles, elásticos, incansables. Si… que feliz era, jugando todo el día, hasta el crepúsculo; la pelota rodaba hasta que nuestros ojos no veían nada por la oscuridad. Explorábamos el mundo, o esa la concepción pequeña de la realidad que se tiene a esa edad; escalábamos árboles, subíamos montañas. Nos ensuciamos, peleábamos.
<<Niños, amantes del mundo, sofistas de la verdad. Es sencillo suponer el porqué de la felicidad de aquellos seres: todo lo que les rodeas, todo lo que observan es nuevo, novedoso; existe un sinfín de algoritmos por descifrar. Su existencia es corta, y he allí la fuerza de su esperanza; su existencia aún no tiene el tiempo requerido para cuestionar, solo vagan por ahí descubriendo. Inventando nombres para objetos raros. Animales que encuentran, nuevos amigos, sin importar la clase, r**a, objeciones. Lo primordial es la adaptación, en esa etapa somos lo más cercano con nuestro principio animal, e irónicamente, los más felices, ¿qué desdén se concibe en la mente de un niño? Ninguno, quieren todo, pero no de forma egoísta, solo lo quieren y luego se olvidan. Que encantador sería querer a una persona, y luego olvidarnos de este sentimiento, que encantador querer dinero y luego olvidarnos de eso; no, ahora sopesan los anhelos incumplidos. Ahora, de adulto, austero malestar se inquiere a no tener lo que no necesito, pero quiero y objeto tener por el salvoconducto de mi albedrio (ficticio) y el malestar, conllevado, del desprestigio al no tener mi anhelo, pueril, de adulto. ¡ah…! Que estupidez es todo esto.
<<De niño. Pero es imprudente no estimar una edad, ni un ambiente. Es egoísta suponer que inclusive los niños con escasez hayan gozado, plenamente, de su felicidad. Posiblemente hasta los 3 años sí, pero luego, cuando la memoria comienza a funcionar, todo puede afectar. Sin embargo, incluso en esta precariedad, algunos niños saben ser felices, y es porque no conciben el devenir. Nosotros conocemos la tasa de mortalidad infantil en algunos sectores, la tasa de desnutrición en algunos continentes; somos conscientes de las oportunidades que pueden albergar niños abandonados o en ambientes de riesgo; y si nos adentramos a lo psicológico, sabemos también la importancia del apego de los primeros años, de los reforzamientos educativos, con todo ese acopio, predecimos el futuro del menor; lo encasillamos a priori, y nos entristecemos por eso. El niño no, él no tiene razón de su acontecer, solo sabe que está vivo y que, si ve una mariposa, una linda sonrisa de dibuja en su rostro. Que le interesa que al no ser estimulado su lenguaje vaya a tener un leve retraso en sociabilización. Que una mal nutrición produce malestar cognoscitivo. Él vive, se alegra, muere. Y nosotros, aun teniendo vidas llegas de oportunidades, escaseamos en gozo. Virulento gen acaba con nuestro sentimiento, estamos atados al devenir ignoto, y eso produce miedo, angustia. Claro que es muy cruel de mi parte desprestigiar tanto mi edad. Pues, y es muy probable, solamente yo sea el que no sepa el concepto de felicidad real. Es común que pretendamos que todos piensan igual a mí, y que yo tengo la verdad. Quizá todos sean felices y en este momento estén cantando y bailando en alguna plaza y yo aquí, deliberando endechas sin sentido. Niños… es gracioso que siempre se quiera ser mayor, es parte de su inocencia, quieren sentir que es crecer y madurar, desarrollar sus cuerpos, mentes y sexualidad. No saben al demonio que invocan. Y decir que hubo personas que exigían derecho a votar, y hoy votar es una pérdida de tiempo.
Y así concluyó la noche, un día que se fue, ¿malgastado? ¿ganado? Qué más da, en cuyo caso, es un día que se fue. Pero no es todo, pues los sueños también ocupan una parcialidad en nuestra vida. Los sueños que siempre han sido estudiados, y que son gran debate. Al final no tienen relevancia en la realidad, otros suponen que sí. A los mismos yo maldigo, pues arguyen que en el mundo onírico se encuentra la solución a los pesares del mundo tangible. No es, acaso, un erro benigno, suponer que las soluciones no se encuentran dónde está el problema “es que el problema es reprimido, y el sueño, al ser inconsciente, lo enfrenta”. El problema no se reprime, se sortea, se le huye, se esconde, sigue ahí, en la realidad. El sueño no dice nada porque, simplemente, ni siquiera lo recordamos con exactitud. A demás, ¿Cuál es el válido? Un ser de 23 años, vivió 8. 395 días, y para que, más o menos, recuerde los sueños, 6. 935 días (que sería desde los 4 años) todos los días se sueña, cual, de esa magnánima cifra, es el sueño conciliador. Supone que debo recordar al menos 3000 de ellos para encontrar el meollo del problema. Mejor me invento uno, que a la larga funciona igual. Para los que analizan los sueños la respuesta es la misma, un corte mal hecho. Soñé con serpientes, corte mal hecho, soñé con sangre, corte mal hecho, soñé que lo asesinaba, corte mal hecho; soñé erotismos innobles, corte mal hech… siga hablando por favor, debo saber más. Al final, si mientes, te puedes convencer que eres “normal”, o feliz, inclusive te puedes convencer y te pueden convencer que eres un enfermo, que algo malo pasa contigo.
Si, miramos al hombre que ahora nos deleita con sus alegorías acerca de si existe la felicidad real y que a veces desvaría y habla de su pasado; podremos, sin duda, y con permiso de los especialistas, podremos suponer que está “mal”, algo le sucede (su sueño nos lo dirá). Es obvio, pues nadie normal medita en eso, todos deben apresurarse a vivir.
El hombre se levanta con una extraña desazón en la boca; el día le parece alegre y jovial. Sale a la calle y mira a la gente que pasan incesantes sin percatarse del mundo que los rodea, no sonríen, no miran; solo caminan al unísono, como si grilletes estuviesen encadenados a sus tobillos. Esas personas que antes albergaban sueños y esperanzas, ahora ya no tienen tiempo ni para respirar. Les clava miradas punitivas; pero no se diferencia de ellos, solo es este día que le tiene alegre. Mañana seré igual que ellos, ¿Qué más opción hay?
<<Subo al bus y observo toda la gente, apachurrada, compactada los unos con los otros. Una sola masa de personas, sudor, olores. El controlador vocifera “atrás hay sitio”. E indiscriminadamente sube a más personas.
<<Me veo con esas personas, son mis compañeros, son mi r**a. Soy parte de ellos, de los que andan en bus, de los que pagan pasaje y se quejan del servicio. De los que no hay nada más placentero que un asiento vacío. Toda esa es mi gente, la que amo. Apretados, codo con codo, espalda con tórax. Una amalgama de rostros, de vida concurrente. En eso medito sobre la importancia de los pasajeros, de los trabajadores. Del sufrimiento que padecen, o padecemos para ser exacto. Los buses llegan llenos, tarde, compiten; no obstante, ser chofer también es complicado: te insultan, despotrican sobre ti. Mm, qué más da en todo caso, soy uno entre muchos. No hay nada, solo estar de pie, evitando miradas directas, mirando a las personas de reojo, son gesticular; nadie quiere hablar, quieren centrarse en su mundo, mirar por las ventadas y pensar en la realidad. Pareciere que mirar por la ventada conecta con tu lado filosófico; ves como pasan los coches, los transeúntes, los árboles, como pasa la vida de rápido.
<<Una mujer con un bebé en brazos sube, todos la miran, saben que alguien debe cederle el asiento, es la ley, son las costumbres, es el condicionamiento. Algunos se hacen los dormidos, otros hacen como si nunca la vieron. Los que estamos de pie, reprochamos a los sentados, aduciendo que, si nosotros estuviésemos en los asientos, ipso facto, le daríamos el puesto; esto puede ser real o no, pero como hablamos desde otra perspectiva, tenemos el salvoconducto. Un joven, casado de las miradas punitivas, se levanta y le da el asiento, la chica le agradece, el joven sonríe. Ahora está de pie, pero es el más dichoso de todos porque hizo una buena acción, y todos lo saben, él es bueno, un notable ciudadano.
<<De nuevo una idea fugaz recorre mi mente: el altruismo. ¿existe realmente? Cuál es la diferencia con el egoísmo, qué características tiene, ¿es innato? Supuestamente lo es, es inherente a cada persona, es lo bueno y racional del hombre. Su concepto dicta que es ayudar a alguien sin esperar recompensa. Ayuda por ayudar, para y por el prójimo. Ya, y, y si yo dijera que no es así, que en realidad el altruismo no existe como tal, que es solo una implicación social. Y lo es, maldita sea, que lo es. Claro, solo es de observar al chico, es feliz, ayudó a alguien. Pero quien le dijo que debe ceder su puesto a una mujer con niños en brazos, no es que lo haya sabido a priori, no es que pensase que la señora tiene menos estabilidad, y, por consiguiente, el peligro de un accidente es mayor. No, él no pensó en todo eso. Él tenía implantado el chip, desde niño quizá, de que tiene que ceder el asiento, es más, que los hombres deben pararse primero. Su acto corresponde a un proceso de enseñanza y observación, y por eso, lo que se hicieron los dormidos, lo que la ignoraron, que también tiene plantado esa idea social, se sienten mal por no ceder el asiento, saben que no es correcto, pero ignoran la causa; ceder el asiento se convirtió en una ley, una ley no escrita, pero no por eso menos apreciada y punitiva. Entonces, para violar esta ley, hay que hacerlo ingeniosamente (aunque no es tan ingenioso pasar por dormido). Todos sabemos eso, inclusive, en las ventanas de los buses lo dice: ceder el asiento a personas con niños en brazos, embarazadas, personas de tercera edad…
<<Volviendo con el chico, ¿por qué se sintió feliz? ¿por realizar una buena acción? O por la aprobación, ¡es por eso! Por la aprobación. En realidad, somos como perros, necesitamos una caricia en la cabeza y una galleta, y que nos digan: buen chico, lo hiciste bien. El agradecimiento de la señora fue su “buen chico”. Y si no había agradecimiento ¿Qué pasaba? Según el concepto del altruismo, no pasaba nada, pues se ayuda sin esperar nada a cambio. Pero, en hipotético caso, pasos por la calle y nos topamos con una señora que lleva una pesada caja, y muy amablemente nos ofrecemos a ayudarla, cargamos la caja y le acompañamos al destino; llegamos, dejamos la caja: y la señora cierra la puerta y no nos dice nada, ni una sola palabra ¿Qué sentiríamos? Desprecio, obviamente, algo como: vieja mal agradecida, ni unas gracias, me gasto mi tiempo para nada. Se realmente existiera el altruismo, ni siquiera necesitamos un: gracias, ni aprobación; pero sin aprobación, no sabemos si hacemos o no lo correcto, estamos en las sombras de la incongruencia.
Una vida entera se escapa en un intento absurdo de copar un lugar en una sociedad que en si carece de objetivos reales. Esos anhelos ilusorios del hombre conllevan a que se intente, con burdos actos circenses, pertenecer a un grupo. Llamar la atención hacia nuestras características que creemos que son las más aptas para la aceptación, es lo que hacemos prácticamente todos los días: nos levantamos fingiendo una esperanza en el atardecer, sonreímos como hienas ante el público, para que este piense que existe felicidad en nuestro corazón. Cambiamos nuestra forma de pensar, nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar; tan solo para poder encajar en ese grupo reducido de personas que, a su vez, también debieron cambiar para formalizar dicho grupo. Al final el único conocimiento real de nuestra vida es nuestro yo personal, la realidad del exterior es muy variable y siempre dependerá de los distintos puntos de vista por donde se observe; sin embargo, se crea una paradoja, pues el yo solo es creado a través del efecto que produce la realidad exterior en nosotros; y la realidad exterior es producto de la interpretación del yo hacia la vida.
<<Recuerdo en la universidad sentado en un frio asiento, con una cantidad antiética de alumnos en un solo salón pequeño, de escuela, con un solo ventilador, pocas y exiguas ventanas. Si, era una universidad privada, pagada; no era excesivo el costo, era para personas de clase media, mi clase. Todos los estudiantes con el mismo rostro, de inocentes, colegiales que toman un nuevo curso en su vida. Algo que es menester en este nuestro mundo, eso dicen: un título es necesario para conllevar la vida. Buscar trabajo, conseguir una familia estable, singular. Y ¿Qué éramos? Esclavos de nuevo, salimos del colegio en prisión y entramos a otra. Claro, está el ideal que en la universidad vamos a seguir lo que nos gusta, materias que nos va a llenar; pero a la larga eso se convierte en una sutil trampa. La universidad no es más que un apéndice de lo que llamamos sistema educativo; en el caso de un país como el mío, sistema decadente educativo. En síntesis: profesor=a amo, alumno=a esclavo; dialéctica hegeliana, eso creo; amo/esclavo. Necesitamos un amo a quien seguir, pues creemos que solos no podemos, que nuestras neuronas no pueden juntarse por sí mismas. El humano quiere ser esclavo, quiere seguir a alguien, está en su gen
<<El profesor se presenta, ominosamente. Lo primero que hace es exhibir sus títulos, sus logros; es como quien se saca el m*****o pues cree que es muy grande. Desde su nombre se sabe que va a ser difícil pasar con él, o fácil. Y ese ser es el que va a dictarnos la materia, el que tiene su futuro en nuestras manos; muchos de ellos tienes, aun, el chip implantado del bachillerato, aún creen que el examen de completar frases con palabras puntuales es lo más importante para el estudiante, cuando se sabe que lo mejor sería exámenes prácticos, eso creo. Sin embargo, carece de todo sentido las notas, se supone que debe primar el aprendizaje, eso sería lo óptimo.