Fue absurdo lo que dijo la morena.
O al menos eso pensaba para el momento.
Ella me había advertido, de hecho todos lo hicieron, y yo como buena tonta no escuché, como siempre.
No debí haber ido a ese desgraciado pueblo, o al menos debí marcharme en cuanto las cosas se salieron de control. Había muchas pistas y advertencias, la castaña del aeropuerto quizás había bromeado, pero el diario no, tampoco mintió la señora Polly; y yo debí sacar mis propias conclusiones, ser inteligente. Si tan solo me hubiese interesado en escuchar a la vocecilla dentro de mí que murmuraba Cree y márchate>> todo sería diferente ahora.
¿Pero quién en su sano juicio creería que existen Revolies?
Primero: el nombre parece una marca de zapatos.
Y segundo: ¿Qué eran exactamente?
Por las cortas historias a las que medio presté atención inicialmente se trataba de una extraña especie nacida en el siglo quince que se alimentaba de carne humana, también les llamaban "Descendientes de satán", por poseer características físicas como el hombre mítico de los libros: cuernos y dientes filosos.
Es estúpido, lo sé. Estábamos en pleno siglo veintiuno donde lo único terrorífico que existía además de la Deep web era la muñeca Annabelle del conjuro.
Las respuestas que busqué ante tanto disparate estuvieron siempre a simple vista, y no las capté. Las explicaciones que para mí solían ser aburridas y en algunos casos divertidas mientras imaginaba a un montón de hombrecitos como Hellboy resultaron ser las correctas, y hasta se convirtieron en un método de sobrevivencia para mí.
Qué tonta fui.
Debí haberme largado de allí en cuanto pude, pero una extraña fuerza magnética me amarraba a ese espantoso lugar, mis terribles ganas de saber más y entender me llevaron a la perdición. Y no se trataba de Nox, ni de Chris. Se trataba de mí, de mi obsesión por descubrir el secreto de las montañas, por meterme en donde no me llamaban, por una venganza absurda que no me correspondía.
Todo lo que me sucedió después fue por estúpida.
Esa noche parecía ser más oscura de lo normal, y aun así podía ver desde mi escondite a aquella criatura autómata y escalofriante moverse por el campo; era un hombre de buena altura, yo diría que un metro ochenta y tanto, contextura delgada pero fuerte. Su rostro llevaba una mancha roja oscura, casi vinotinto, que se extendía desde su larga boca, bajaba hasta la barbilla y subía hasta su bozo –Era sangre seca– El maldito estaba en busca de la cena. Retuve la respiración y continué mirando a través del agujero que me facilitaba la pared de madera del granero, lo vi olfatear desesperado, fue entonces cuando su mirada cayó en mí.
Me había visto.
Sonrió ampliamente mostrando dientes afilados que parecían cuchillas, casi como la dentadura de un tiburón. Un escalofrío corrió por mi espalda, sus ojos negros como azabaches destellaron malicia, una que ya había visto antes pero no en él, y en ese momento sentí miedo.
Miedo de verdad, en su máxima expresión.
Intenté correr pero mis piernas no reaccionaron, estaba paralizada procesando lo que mis ojos habían captado.
¡Corre! —pensé. Pero no me moví.
¿Acaso estaba esperando que me atrapara?
¿Tenía esperanzas de que en lo más recóndito de su sanguinaria cabeza quedaran recuerdos de mí y que lograra reconocerme?