Capítulo 1: Nick Evans.

1556 Words
★ Meses antes… ★Nick El bullicio de las calles me resulta insoportable mientras me abro paso hacia mi oficina, envuelto en el caos urbano que define mi vida cotidiana. Cada mañana, debo enfrentarme al estruendo ensordecedor de la ciudad mientras me encamino hacia el imponente edificio que alberga una de las empresas más destacadas del panorama empresarial, y que, para mi orgullo, lleva mi nombre. Desde que asumí la responsabilidad de dirigir esta empresa, que ha consolidado su posición como líder indiscutible en su campo, el apellido Evans ha evolucionado de ser temido a ser reverenciado. Mis padres son figuras prominentes en el ámbito de la psicología, han dejado una marca indeleble en el mundo con sus respectivas contribuciones. Mi padre, dotado de astucia e inteligencia, ejerce como psicólogo para el FBI, desentrañando las complejidades de la mente criminal. Mientras tanto, mi madre, con su dedicación y empatía, se especializa en el tratamiento de jóvenes y niños, brindándoles apoyo en sus luchas contra los trastornos de alimentación y los problemas familiares. Yo soy Nicolás Evans, el primogénito de la familia. Aunque nuestros padres tal vez soñaron con la idea de formar una familia «normal» al unirse en matrimonio y tener hijos, ninguno de nosotros se ajusta a ese estándar convencional. Y en mi caso particular, me enfrento a una constante lucha interna por encontrar mi lugar en un mundo que parece no encajar con mi propia percepción de la normalidad. Mientras atravieso los pasillos de la empresa, mis empleados se sumergen en la pantalla de sus ordenadores, fingiendo diligencia y eficiencia en sus cubículos. Mi asistente, siempre nerviosa e inquieta, se apresura a mi lado, luchando por sostener con sus brazos escuálidos y débiles una tableta cargada de documentos. —Buenos días, joven Evans. Sus citas para hoy son… Sus palabras quedan suspendidas en el aire, apenas captando mi atención, pues mis ojos están cautivados por la presencia de mi prometida, Andrea Collins, cuya belleza deslumbrante eclipsa todo lo demás a su alrededor. Andrea se aproxima con paso seguro, interrumpiendo mis pensamientos y obligándome a detenerme en seco. En el tumulto, mi asistente choca contra mi espalda, sus brazos delgados apenas pueden sostener la tableta entre ellos. Los lentes de montura de mi asistente caen al suelo con un golpe sordo, y yo, sin mostrar el más mínimo remordimiento, los piso accidentalmente. —Pensé que vendrías mañana —le digo a Andrea, intentando ocultar mi sorpresa y mi emoción al verla. Su presencia siempre es bienvenida en mi vida, y no importa cuántas veces la vea, siempre me impacta con su belleza. Sus ojos brillan con firmeza mientras me mira, haciéndome sentir un cosquilleo en el pecho. —Tenemos que finalizar nuestros planes de boda, señor —responde ella con convicción, con su voz resonando con autoridad y dulzura a la vez, un recordatorio constante de por qué la escogí como mi prometida. Finalmente, mi asistente, con un suspiro aliviado, logra ponerse de pie, dejándonos un breve momento a solas. No pierdo el tiempo y tomo a Andrea entre mis brazos, sintiendo su calor contra mi cuerpo con su aroma envolviéndome como una suave brisa. Nuestros labios se encuentran en un beso intenso y apasionado, como si estuvieran ansiosos por recuperar el tiempo perdido. Cada roce y cada caricia, es una promesa, una confirmación de que somos el uno para el otro en este mundo caótico. Maldita sea, ya extrañaba ese sabor en mi paladar. Andrea es la mujer más hermosa que he conocido, atenta y cariñosa. Sus manos suaves encuentran las mías, entrelazándose con una familiaridad que me hace sentir completo. La conocí en un club nocturno donde, por error, me vendió su virginidad cuando solo tenía 20 años, más no le pagué. A partir de ese encuentro fortuito, nos encontramos en diferentes lugares. Al principio, ella quería que le pagara por lo que había sucedido, pero decidí no hacerlo. A pesar de todo, nos comenzamos a frecuentar y una cosa llevó a la otra. Nos entregamos el uno al otro y se convirtió en lo que somos hoy. Ella es todo lo contrario a mí, un contraste de lo bueno que me vuelve loco de ella. Mi padre siempre ha dicho que cuando llega una luz a tu vida, la oscuridad se va. Y eso es Andrea para mí, mi luz en medio de la maldita oscuridad. Es la única que conoce mis limitaciones y fortalezas, que comprende y acepta mis malditos ojos bicolor. Ella también ha conocido al «Jr.» la persona que vive bajo la sombra de su padre. Odio todo lo que representa ser hijo de Damián Evans. Odio que todos piensen que, porque él es un hombre de carácter y muy inteligente, yo deba estar a su nivel, e incluso superarlo. No me importa en absoluto lo que mi padre haga con su vida. Solo me importa estar con Andrea, ser su esposo y compartir una vida juntos. Guié a Andrea hacia mi oficina, mientras mi asistente nos seguía unos pasos atrás, tratando de ocultar su incomodidad por el incidente anterior. Abrí la puerta de mi elegante oficina, revelando un espacio impecablemente decorado. Era un santuario de éxito y poder personal, y solo aquellos con el privilegio de ingresar podían apreciarlo. Invité a Andrea a entrar, y a medida que lo hacía, cerré la puerta con un movimiento rápido, sin darle oportunidad a mi asistente de cruzar el umbral. —No seas tan grosero, pobre mujer. Ella solo está haciendo su trabajo. Deberías ser más educado, Nicolás —comentó Andrea con una sonrisa despectiva. Andrea me miró con ojos llenos de reproche y desaprobación. Ella sabía que podía ser un poco arrogante a veces, pero también reconocía que tenía razón. Cerró los ojos por un momento, tratando de controlar su frustración. —Seguro que ya se fue. Sabe perfectamente que no me gusta que estén detrás de mí cuando estoy contigo —dije con una pizca de impaciencia. Andrea asintió, pero antes de que pudiera decir algo más, la atraje hacia mí y comencé a besar su cuello, interrumpiendo cualquier otra palabra que pudiera haber querido decir. Mi deseo por ella era abrumador, y solo pensaba en explorar su cuerpo, recorrer cada una de sus curvas y hacerla mía en cada rincón de mi oficina. Suspirando, Andrea logró apartarse lo suficiente para hablar, aunque apenas se escuchaba su voz. —Tenemos que terminar de planear todos los detalles de la boda, Nicolás. Aún falta la lista de invitados. Ayer vi a tu... —sus palabras fueron interrumpidas por mis labios devorándolos una vez más. «¿Y? Esto no es importante» pensé mientras mi mente se llenaba de deseo y pasión. —Andrea, quiero hacer el amor con mi prometida. Te quiero, deseo estar dentro de ti. Andrea, evidentemente frustrada, intentó recuperar su postura. —Solo venía a hablar contigo sobre la boda. No puedo quedarme más tiempo, sé cuánto nos demoramos antes y tengo una reunión con la organizadora... Amor, tengo que irme —dijo, con su voz temblorosa. Mi mirada se oscureció, sintiéndome igualmente frustrado. ¿Acaso una maldita boda significaba más para ella que estar conmigo? Le propuse que se mudara conmigo, pero ella puso el estúpido pretexto de que no lo haría a menos que nos casáramos antes. Mencionó que no quería tomar una decisión tan importante a la ligera, y que sus padres no la habían educado para vivir con su novio antes del matrimonio. ¡Pero vaya, seguramente sí la educaron para vender su virginidad y equivocarse de cliente! ¡Qué estupidez! Finalmente, cedí y la dejé ir. Me sumergí en mis asuntos de la oficina, tratando de concentrarme en las tareas del día. Mi asistente, con su nerviosismo constante, solo me causaba más estrés. Pasé la tarde esperando una llamada de Andrea. Como era de costumbre, ella solía hacer preguntas tontas sobre la boda, buscando que yo le diera sugerencias. Pero mis respuestas siempre eran las mismas: «Sí, mi amor... Lo que tú digas, mi amor... Rosas, no claveles». En mi cabeza, solo repetía una y otra vez lo absurdo que era todo esto. ¿Por qué debía estar preocupándome por detalles insignificantes cuando lo único que quería era estar con ella? El papeleo y los preparativos de la boda parecían una distracción inútil en comparación con el deseo de tenerla a mi lado. Finalmente, mi jornada de trabajo llegó a su fin. Me quedé sentado en mi escritorio, mirando mi teléfono por unos segundos. Si Andrea no me llamaba, generalmente no era yo quien lo hacía. Aunque la extrañaba, no quería mostrarme como esos estúpidos enamorados llenos de vulnerabilidad. Pero esta vez, algo dentro de mí me impulsó a tomar el teléfono y marcar su número. La extraña sensación se apoderó de mí a medida que el teléfono sonaba sin respuesta. Solía ser ella quien daba el primer paso, quien buscaba mantener el contacto. ¿Por qué esta vez no lo hacía? El silencio aumentaba mi ansiedad, y una sensación de vacío se apoderaba de mi ser. Desesperado por noticias suyas, no pude evitar preguntarme si mi actitud egocéntrica había contribuido a su silencio. Me reprochaba internamente por cada comentario sarcástico y acción arrogante que había realizado. Los pensamientos negativos llenaban mi mente, mientras mi corazón anhelaba escuchar su voz una vez más.
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