Eloy
—¡Eloy hijo, ven a desayunar! —gritó mi madre desde la ventana de su cocina.
—¡Por Dios Santo! —exclamé enojado.
Aquel día como lo hace habitualmente, mi madre preparó nuestros desayunos temprano por la mañana. Pero como siempre lo hacía, ignoré a sus llamados y me volví a dormir.
¿Por qué esa necesidad de despertarnos tan temprano?
¡Nuestros ancestros jamás salieron de sus hogares cuando el sol gobernaba!
—¡Déjenme dormir! —les grité para que no siguieran tratando de despertarme, a la vez que me acurrucaba en mi mullida cama.
De la nada, la luz del amanecer apuntaba directo sobre mis ojos.
A diferencia de las anteriores veces, esa vez mi padre en persona salió a abrir las puertas del sótano.
—¡Despierta de una vez vago! —exclamó antes de irse, dejando las puertas extendidas sobre el suelo.
—¡Por favor! ¿Qué es lo que le pasa a esta gente? —dije por lo bajo antes de levantarme.
Salí así como estaba, con mi ropa de cama y sin asearme. Sentándome en mi lugar de la mesa, saludé a mis padres, como si no pasara nada, a la vez que me seguía frotando el ojo derecho; el cual, como si fuera una mala señal, no paraba de picarme.
—¿Qué pasó? ¿Por qué me despertaron tan temprano?—les pregunté adormecido y sin ganas.
No es que no lo hayan intentado antes, pero al no conseguir respuestas, dejaban que hiciera lo que me venga en gana. Sin embargo ese día me obligaron a salir, y eso me tenía bastante pasmado.
—Tenemos que hablar hijo —respondió mi madre, con su dulce voz mañanera.
—¿Cuál tenemos que hablar? —le siguió mi padre, en un tono fuerte y refunfuñón como de costumbre— Tú cosa inútil, —tiró unos papeles y folletos frente a mí— irás a la universidad —terminó de decir como si no fuera importante; luego, siguió tomando su café con sangre de venado, a la vez que leía su periódico muy tranquilamente.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿A razón de qué? ¿No deberían consultarlo con migo primero? —pensé que definitivamente esa gente estaba loca.
No podía entender lo que querían de mi.
Está bien, puede que no haya sido el mejor hijo del mundo, o el que hubieran deseado tener, pero al menos estaba tranquilo y en paz en casa, sin andar creando mestizos por ahí como otros de mi edad.
—¡¿Por qué?! —preguntó mi padre, a la vez que bajó con fuerza su taza, haciendo que la mesa y su plato saltaran; me sorprendió que no se hayan despedazado.
—No lo sé... ¿Quizás tenga algún plan?
No, no era cierto. Aún no sabía qué sería de mi vida, simplemente existía y listo.
—¿Cuál? —preguntó sarcásticamente entre risas; por eso dicen que los padres conocen mejor que nadie a sus hijos— ¡Ya te inscribí y punto! —finalizó su charla, después de ese "y punto" ya no hay nada que se le pueda replicar.
—Hijo, tu padre prometió que si terminas la carrera correctamente, te pagará la excursión por el viejo continente.—continuó mi madre, sin darle mucha importancia, a la vez que le agregaba leche roja a mi tazón con cereal.
Lo dijo en el momento justo, antes de que las cosas se pongan sangrientas.
Sabía bien que como el malumorado que soy, iba a seguirle la discusión a mi padre, y que luego todo iría para peor. Pero mi madre siempre supo como hacer con migo lo que quisiese.
Estoy seguro que fue ella la que le sugirió esa recompensa a mi padre, para evitar una masacre innecesaria.
Mi dulce viejita que inteligente es.
—Bueno —le respondí, fingiendo que lo hacía de mala gana.
Ese era un viaje que moría de ganas por hacer desde hace mucho, pero mucho tiempo. Cuando terminé la preparatoria, les rogué que me dejaran ir junto a un grupo de amigos, pero en su momento dijeron que aún era muy chico. Puede que hayan tenido un poco de razón, porque cuando mis compañeros fueron, no pudieron estar más de una semana en altamar, y algunos ni siquiera pudieron aguantar unas horas lejos de la barrera.
Los estudios nunca se me dieron mal, de hecho me gusta leer y aprender toda clase de cosas nuevas, pero nunca pude hallarle el sentido aún.
Solo tenía veinte añitos, si la naturaleza seguía su rumbo y sin problemas, tenía como cuatrocientos más por delante; más que suficiente para poder encontrar eso que me apasionara.
Hasta ese entonces mi sueño solo era viajar por el mundo. Deseaba poder conocer otros clanes de vampiros fuera de la isla, aprender sobre sus costumbres y el como viven; y por qué no, también aprender a alimentarme y cazar como lo hacían nuestros ancestros.
Vivir bajo está protección nos oxidó, creo que perdimos gran parte de nuestros instintos y habilidades. Ahora somos una especie de campesinos y/o granjeros, reunidos en pequeñas y solitarias facciones, que no le llegan ni a los talones a los antiguos clanes de los que descendemos.
¡Somos más humanos que los humanos mismos!
Pero si hacer eso en lo que soy bueno, es mi boleto de partida, entonces a estudiar se a dicho.
Después de desayunar, me fui directo a la universidad.
Mis padres no lo sabían, porque obvio nunca se los presumí, pero soy un habitué de ese establecimiento.
Una bonita humana que supervisa la biblioteca en el turno de la noche, me deja quedarme allí cada vez que yo quiera; cuando dije que me gustaba leer no mentí.
La biblioteca del campus es enorme, con toda clase de libros de todo el mundo y en todos los idiomas. Pese a no contar con el desarrollo y tecnología del exterior, no somos tan analfabetas como se podría llegar a pensar.
¿Terminar una carrera? ¡Ja! Ya hablaba tres idiomas de fluido, y solo con leer unos meses.
Sabía bien que si me lo proponía, en tres años terminaría un doctorado.
Un viaje por el mundo con todos los gastos incluidos estaba en juego, pues me puse serio y empecé.
Apenas terminé de arreglar unos asuntos en la secretaría, conseguí que me permitieran dar los exámenes finales del primer año. Dado que los di bien y con excelentes notas, me permitieron dar también las de segundo y tercero.
Para ahorrarme tiempo, prácticamente vivía en la biblioteca, es que tenía mucho por estudiar.
Todo mi esfuerzo valió la pena, pude completar tres años de carrera solo en uno, aunque la verdad es que ya tenía todos esos materiales previamente leídos. Mis padres aún guardaban sus libros de medicina, cuando era chico me aburría en clases así que los llevaba para entretenerme.
Cuando traté de convencer a la decana, de que también me dejara dar libres las de cuarto, me dijo que ya no podría. Me dio el cuento de que me estaba perdiendo las mejores experiencias que podría tener en mi vida.
¡Por favor! Tendré esta apariencia juvenil por al menos otros cien años. Pero bueno, mis excusas no servían contra una vampira de trecientos.
Así que acá estoy, un año más viejo, perdiendo mi tiempo en esta aburrida clase, sin saber que hacer al salir.
Mi padre cree que todo el año anterior me la pasé de juerga, y cada que me ve me sermonea.
Tenía y sigo teniendo, la intención de darles una sorpresa al invitarlos a mi graduación antes del tiempo estimado. Por eso hasta ahora no les dije lo que estaba haciendo.
—¡Ahhhhh! —un fuerte bostezo se me escapa.
¡Qué pesada y tediosa es esta cátedra!
Asistir de manera regular es demasiado estresante para mi. No se que me habrá querido decir, pero ¿qué experiencias me estoy perdiendo?
Al mirar por la ventana veo que la luna está en auge. Pronto empezará el turno de la noche y la biblioteca estará vacía.
Puedo ir y aprovechar la tranquilidad que una buena lectura me da, y tendré el placer de disfrutar, de esos nuevos libros, con el silencio y calma que se merecen las mejores obras de arte.
—¡Buenas noches Cindy! —saludo a la supervisora que siempre me coquetea.
Es una hermosa humana un poco mayor que yo, que luce un vestido apretado de un color diferente cada vez que la veo.
Le seguiría el juego tal y como lo desea, pero si resulta que busca más de lo que estoy dispuesto a dar, este podría volverse un ambiente incómodo; después ¿dónde podría ir a disfrutar de una amena lectura?
—¡Buenas noches bombón! —me responde inclinándose sobre su escritorio para darme un beso en la mejilla, dejando expuestas sus grandes y delicadas siliconas; que por cierto están muy bien hechas, solo un experto como yo podría decir que no son naturales.
—¿Qué hay de nuevo Cindy? —le pregunto tratando de ignorar lo que tengo en frente.
—¡Ya verás! —saca unos enormes manuales que estaban bajo su escritorio— Trajeron unos nuevos libros de anatomía actualizados. ¿No estabas dando libre medicina?
¡Puff! Directo a la yugular.
—Sí, pero ya no. Ahora tengo que cursarla regular, dicen que será lo mejor.
—¡Qué bueno bombón! La verdad, yo también lo creía así. Si quieres ser un buen médico, tienes que tomarte el tiempo de estudiarlo con calma.
"¡La verdad, no te pregunté!"
Me moría de ganas por responderle de esa manera, pero repito, este es mi lugar feliz, no quiero que nada ni nadie arruine eso.
—Está bien, ya no importa. ¿Qué otra cosa tienes para ofrecerme? —le pregunto mientras abandono a esos preciosos tristemente.
Si sigo avanzando más rápido que mis clases, literalmente moriré de aburrimiento con esos profesores.
Pasa por mi lado y me pide que la siga, haciéndome señas con su dedo índice. Camina lentamente frente a mí, meneando su cadera de lado a lado, a la vez que me mira de reojo, y lanza una que otra sonrisa coqueta.
—Ven bombón, —abre una vieja puerta— este es mi cuartito secreto.
Es una pequeña habitación llena de antiguos libros, que está al final de toda la enorme biblioteca.
Cuando veníamos caminando hacia aquí, sentí que el salón y las estanterías eran infinitas.
Es la primera vez que llego a este sector del establecimiento; nos encontramos tan lejos de la zona principal, que si en este momento salto sobre ella, absolutamente nadie podrá oír sus gritos.