CAPÍTULO DOS
Durante la cena de esa noche, Riley Paige no pudo sacarse al ‘Asesino de la caja de fósforos’ de su mente. Había usado ese caso enfriado como un ejemplo para su clase porque pronto recibiría una llamada respecto a él.
Riley trató de concentrarse en el delicioso estofado guatemalteco que Gabriela había preparado para ellos. Su ama de llaves y ayudante general era una cocinera maravillosa. Riley esperaba que Gabriela no se diera cuenta de que le estaba costando disfrutar de la cena de esta noche. Pero las chicas sí se dieron cuenta, obviamente.
“¿Qué pasa, mamá?”, preguntó April, la hija de quince años de Riley.
“¿Te pasó algo?”, preguntó Jilly, la niña de trece años que Riley tenía la esperanza de adoptar.
Desde su asiento al otro lado de la mesa, Gabriela también contemplaba a Riley con preocupación.
Riley no sabía qué decir. La verdad era que sabía que sería recordada del ‘Asesino de la caja de fósforos mañana’, que recibiría la misma llamada que recibía todos los años. No tenía sentido tratar de sacarlo de su mente.
Pero a ella no le gustaba llevar su trabajo a casa. A veces, a pesar de todos sus esfuerzos, incluso había puesto a sus seres queridos en peligro.
“No es nada”, dijo ella.
Las cuatro comieron en silencio durante unos momentos.
April finalmente dijo: “Es papá, ¿verdad? Te molesta que no está en casa de nuevo esta tarde”.
La pregunta sorprendió a Riley. Las ausencias recientes de su esposo habían estado preocupándola últimamente. Ella y Ryan se habían esforzado mucho para tratar de reconciliarse, incluso después de un divorcio doloroso. Ahora su progreso parecía estar desmoronándose, y Ryan había estado pasando más y más tiempo en su propia casa.
Pero la verdad era que no había estado pensando en él en este momento.
¿Qué decía eso de ella?
¿Ya se sentía indiferente a su relación casi fallida?
¿Se había dado por vencida?
Sus tres compañeras todavía la estaban mirando, esperando que dijera algo.
“Es un caso”, dijo Riley. “Siempre me molesta durante esta época del año”.
Los ojos de Jilly se abrieron con entusiasmo.
“¡Cuéntanos sobre él!”, dijo.
Riley se preguntó cuánto le debía decir a las niñas. No quería describirle los detalles del asesinato a su familia.
“Es un caso sin resolver”, dijo. “Una serie de asesinatos que ni la policía local ni el FBI fueron capaces de resolver. Llevo años tratando de resolverlo”.
Jilly estaba que saltaba de su silla.
“¿Cómo lo vas a resolver?”.
La pregunta hirió a Riley un poco.
Obviamente no era la intención de Jilly ser hiriente, sino todo lo contrario. La chica estaba orgullosa de que su madre fuera una agente de la ley. Y todavía pensaba que Riley era una especie de superhéroe que jamás podría fallar.
Riley sofocó un suspiro.
“Quizás es hora de decirle que no siempre atrapo a los malos”, pensó.
En vez, Riley simplemente dijo: “No sé”.
Esa era la verdad.
Pero había una cosa que Riley sí sabía.
El vigésimo quinto aniversario de la muerte de Tilda Steen era mañana, y no sería capaz de sacarlo de su mente en el corto plazo.
Riley se sintió aliviada cuando comenzaron a conversar de la cena deliciosa que Gabriela les había preparado. La mujer guatemalteca y las chicas empezaron a hablar en español, y a Riley le costó seguir la conversación.
Pero eso estaba bien. April y Jilly estaban estudiando español, y April estaba comenzando a dominarlo. A Jilly todavía le costaba el idioma, pero Gabriela y April la estaban ayudando.
Riley sonrió mientras observaba y escuchaba.
“Jilly se ve bien”, pensó.
Ella era una niña flaca de piel oscura, pero ya no quedaban rastros de esa niña abandonada que Riley había rescatado de las calles de Phoenix hace unos meses. Estaba saludable, y parecía estar adaptándose bien a su nueva vida con Riley y su familia.
Y April estaba resultando ser una hermana mayor perfecta. Estaba recuperándose bien de los traumas que había enfrentado.
A veces, cuando miraba a April, Riley sentía que estaba mirándose en un espejo, un espejo que mostraba su propio ser adolescente. April tenía los ojos color avellana y el pelo oscuro de Riley, aunque obviamente no tenía las canas que estaban empezando a cubrir el pelo de su madre.
Riley sintió un momento de tranquilidad.
“Tal vez estoy haciendo un buen trabajo como madre”, pensó.
Sin embargo, esa tranquilidad se desvaneció rápidamente.
El misterioso ‘Asesino de la caja de fósforos’ seguía al acecho en su mente.
*
Después de la cena, Riley subió a su habitación y oficina. Ella se sentó en su computadora y respiró profundamente, tratando de relajarse. Pero la tarea que le esperaba era un poco desconcertante.
Parecía ridículo que se estuviera sintiendo así. Después de todo, había cazado y luchado contra decenas de asesinos peligrosos a lo largo de los años. Su propia vida había sido amenazada más veces de las que podía contar.
“Hablar con mi hermana no debería afectarme tanto”, pensó.
Pero no había visto a Wendy en... ¿Cuántos años habían pasado?
La última vez que vio a su hermana fue de niña. Sin embargo, Wendy se había comunicado con ella después de la muerte de su padre. Habían hablado por teléfono, analizando la posibilidad de reunirse en persona. Pero Wendy vivía muy lejos en Des Moines, Iowa, y aún no habían podido finiquitar todo. Finalmente habían acordado hacer una videollamada a esta hora.
Para prepararse, Riley miró una foto enmarcada que estaba sobre su escritorio. La había encontrado entre las pertenencias de su padre después de su muerte. Era una foto de Riley, Wendy y su madre. Allí Riley tenía unos cuatro años, y Wendy era una adolescente.
Las niñas y su madre se veían felices.
Riley no recordaba cuándo o dónde había sido tomada esa foto.
Y tampoco podía recordar un momento en el que su familia había sido feliz.
Sus manos frías y temblorosas, tecleó la dirección de video de Wendy.
La mujer que apareció en la pantalla podría haber sido una perfecta desconocida.
“Hola, Wendy”, dijo Riley con timidez.
“Hola”, respondió Wendy.
Se quedaron mirándose en silencio durante unos momentos incómodos.
Riley sabía que Wendy tenía cincuenta años, era diez años mayor que ella. Se veía bastante bien para su edad. Era un poco corpulenta y se veía totalmente convencional. Su cabello no parecía estar canoso como el de Riley. Pero Riley dudaba de que esa fuera su color natural.
Riley miró la foto y luego volvió a mirar a Wendy. Su hermana se parecía un poco a su madre. Riley sabía que ella se parecía más a su padre. No estaba muy orgullosa de la semejanza.
“Bueno”, dijo Wendy para romper el silencio. “¿Qué has hecho... estas últimas décadas?”.
Riley y Wendy se echaron a reír. Incluso su risa se sentía tensa e incómoda.
Wendy preguntó: “¿Estás casada?”.
Riley suspiró en voz alta. ¿Cómo podía explicar lo que estaba pasando entre ella y Ryan cuando ni siquiera ella lo entendía?
Dijo: “Bueno, como dicen los chicos estos días: ‘Es complicado’. Y realmente lo es”.
Se echaron a reír nerviosamente de nuevo.
“¿Y tú?”, preguntó Riley.
Wendy parecía estar empezando a relajarse un poco.
“Loren y yo estamos a punto de cumplir veinticinco años de matrimonio. Los dos somos farmacéuticos, y somos dueños de nuestra propia farmacia. Loren la heredó de su padre. Tenemos tres hijos. El menor, Barton, está en la universidad. Thora y Parish están casados ya. Supongo que Loren y yo somos unos padres típicos con sus hijos ya crecidos”.
Riley sintió una extraña punzada de melancolía.
La vida de Wendy no había sido nada como la de ella. De hecho, la vida de Wendy aparentemente había sido completamente normal.
Justo como lo había hecho con April durante la cena, volvió a sentir ganas de mirarse en el espejo.
Excepto que este espejo no era el de su pasado.
Era el de una persona en la que alguna vez pudo haberse convertido, pero que ahora jamás podría ser.
“¿Y tú?”, preguntó Wendy. “¿Tienes hijos?”.
Una vez más, Riley se sintió tentada a decir...
“Es complicado”.
En vez, dijo: “Dos. Tengo una de quince años, April. Y estoy en el proceso de adoptar a otra. Se llama Jilly y tiene trece años”.
“¡Adopción! Más personas deberían hacer eso. Bien por ti”.
Riley no sentía que merecía ser felicitada. Quizás se sentiría mejor si pudiera estar segura de que Jilly crecería en una familia con dos padres. En este momento, eso estaba en veremos. Pero Riley decidió no hablar de todo eso con Wendy.
En cambio, había ciertas cosas de las que necesitaba hablar con su hermana.
Y temía que podría ser incómodo.
“Wendy, sabes que papá me dejó su cabaña en su testamento”, dijo.
Wendy asintió.
“Yo sé”, dijo. “Me enviaste unas fotos. Parece un lugar agradable”.
Las palabras eran un poco discordantes...
“… un lugar agradable”.
Riley había estado allí varias veces, más recientemente después de la muerte de su padre. Pero sus recuerdos del lugar no eran nada agradables. Su padre la compró cuando se retiró como coronel de la marina. Riley la recordaba como la casa de un anciano solo y malo que odiaba a casi todo el mundo, y un hombre al que casi todo el mundo odiaba también. La última vez que Riley lo vio realmente se entraron a golpes.
“Creo que fue un error”, dijo.
“¿Que fue un error?”.
“Dejarme la cabaña a mí. Fue un error de su parte. Debió habértela dejado a ti”.
Wendy se veía realmente sorprendida.
“¿Por qué?”, preguntó.
Riley sintió todo tipo de emociones desagradables brotando en su interior. Se aclaró la garganta.
“Porque estuviste con él al final, cuando estuvo en cuidados paliativos. Tú lo cuidaste. Incluso te encargaste de todo después de su funeral, y de todas las cosas legales. Yo no estuve allí. Yo…”.
Casi se atragantó con sus siguientes palabras.
“No creo que podría haber hecho eso. Las cosas no estaban bien entre nosotros”.
Wendy sonrió con tristeza.
“Las cosas no estaban bien entre él y yo tampoco”.
Riley sabía que era verdad. Pobre Wendy. Papá la había golpeado mucho, y ella huyó de casa para siempre a los quince años. Y, sin embargo, Wendy tuvo la decencia de cuidar de papá al final.
Riley no lo hizo, y no podía evitar sentirse culpable por ello.
Riley dijo: “No sé cuánto vale la cabaña. Debe valer algo. Quiero que la tengas”.
Los ojos de Wendy se abrieron. Se veía alarmada.
“No”, dijo ella.
La brusquedad de su respuesta sorprendió a Riley.
“¿Por qué no?”, preguntó Riley.
“Simplemente no puedo. Yo no la quiero. Más bien quiero olvidarlo por completo”.
Riley sabía exactamente cómo se sentía porque ella se sentía igual.
Wendy agregó: “Véndela y guarda el dinero. Quiero que lo hagas”.
Riley no sabía qué decir.
Afortunadamente, Wendy cambió de tema.
“Antes de morir, papá me dijo que eras una agente de la UAC. ¿Cuánto tiempo llevas allí?”.
“Unos veinte años”, dijo Riley.
“Creo que papá estaba orgulloso de ti”.
Riley dejó escapar una risa amarga.
“No, no lo estaba”, dijo.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Me lo hizo saber. Tenía su propia forma de comunicar ese tipo de cosas”.
Wendy suspiró.
“Supongo que tienes razón”, dijo Wendy.
Un incómodo silencio cayó entre ellas. Riley se preguntó de qué debían hablar. Después de todo, llevaban muchos años sin hacerlo. ¿Deberían intentar encontrar la forma de reunirse en persona de nuevo? Riley no podía imaginar viajar a Des Moines solo para ver a esta extraña llamada Wendy. Y estaba segura de que Wendy sentía lo mismo acerca de ir a Fredericksburg.
Después de todo, ¿qué podrían tener en común?
En ese momento, el teléfono de escritorio de Riley sonó. Se sintió agradecida por la interrupción.
“Debo contestar”, dijo Riley.
“Entiendo”, dijo Wendy. “Gracias por ponerte en contacto”.
“Gracias a ti”, dijo Riley.
Finalizaron la llamada y Riley contestó su teléfono. Riley dijo hola, y luego escuchó la voz de una mujer.
“Hola… ¿Quién habla?”.
“¿Quién es?”, preguntó Riley.
En ese momento cayó un silencio.
“¿Está Ryan?”, preguntó la mujer.
Sus palabras sonaban mal articuladas ahora. Riley se sentía bastante segura de que la mujer estaba borracha.
“No”, dijo Riley. Ella vaciló un momento. Después de todo, podría ser una clienta de Ryan. Pero sabía que no lo era. La situación era demasiado familiar.
Riley dijo: “No llames a este número de nuevo”.
Ella colgó.
Estaba muy enojada.
“Se está repitiendo el mismo ciclo”, pensó.
Marcó el número de la casa de Ryan.