Estaba desesperada por entrar, pero primero debía asegurarse de que nadie la viera entrando al despacho y cuando por fin se dio el momento, a punto de alcanzar el picaporte, salieron Luis y Axel del despacho, los tres se quedaron atónitos mirándose los unos a los otros.
—¡Kiara! —se sentía nervioso, la discusión con Axel no había sido muy agradable y ahora, la razón de la discusión estaba ahí parada, hermosa, deseable y muy pronto, prohibida e inalcanzable— ¿Qué-que haces aquí?
—¡Necesitamos hablar! —hizo ademán de entrar al despacho, pero Luis le bloqueó el paso, avergonzada evitó mirar a Axel, el tipo era un indiscreto, debería irse, nada de eso le incumbía.
—Adentro está… no, no sería buena idea.
—Pues hablemos en otro lado, sabes que no me iré sin hablar antes contigo —le dedicó una mirada de desprecio al tipo y luego poso sus ojos en Luis, era su forma de decirle que se deshiciera de él.
—Los dejó entonces —se alejó caminado lentamente, podía sentir la mirada ceñuda de Kiara sobre su espalda, molesta porque tardaba demasiado en alejarse.
—¡Vamos a tu habitación!
—¡No!… lo siento. No-no podemos ir ahí, Annie puede… subir y ya sabes… mal-malinterpretar las cosas.
—Entonces… ¿A dónde vamos? —antes de hablar confirmo que Axel ya había desaparecido del pasillo y cuando estuvo seguro de que nadie podía escuchar, le explicó cómo llegar.
—Hay un lugar detrás de la casa, a cien metros por un sendero poco transitado, nadie lo conoce, ni siquiera Annie. Lo usó como estudio, te veo ahí en 15 minutos.
—Está bien.
Se apartó y Luis se alejó, se quedó en el pasillo pensando en lo inconveniente que era eso, si alguien llegase a verlos estaría perdida, sobre todo después de que el compromiso ya se había anunciado y todos la tacharían de zorra descarada, de quita novios, pero lo peor sería ver la decepción en los ojos de su madre y el dolor en los de su padre. Además, ¿qué pretendía? ¿Acostarse de nuevo con él?
—Pero, es que ¡lo amo! No pueden obligarme a que me olvide de él y de mis sueños. ¡Maldita seas, Annie! ¿Porque siempre tienes que quitarme lo que es mío? —gruño en voz baja.
—¿Kiara? —se volvió asustada— ¡Lo siento, perdóname! No quise asustarte.
—¿Ulises?
—Si. Acabo de volver. ¿Cómo estás? —la miraba embelesado y algo perturbado por su propia osadía.
—¿Yo? Ahh sí, claro, lo siento… es que… tuve una pelea con mi hermana. Ya sabes cómo es Aura, ella siempre me saca de mis casillas.
—¡Estas preciosa!
—Gracias, Ulises. Y tú… te-te ves muy bien, el uniforme te sienta bastante.
—¡Muchas gracias, Kiara!
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —le preguntó más por cortesía que porque realmente le interesara.
—Cuatro semanas.
—Supongo que para tu hermana y tu madre es muy poco tiempo para estar en casa.
—Si, me extrañan mucho desde que murió mi padre y mi tío es algo indiferente con ellas, supongo que, como siempre considero que mi madre no era la mujer adecuada para mi padre, no siente demasiado apego hacia nosotros.
—Si, claro. Me dio mucho gusto verte Ulises, pero de-debo irme.
—¡Claro, claro! —Kiara dio dos pasos y se tomó el atrevimiento de tomarle la mano, sus amigos siempre lo molestaban y le decían que debía ser más osado, más atrevido— Puedo… visitarte, yo… me gustaría verte otra vez.
—Si, sí, claro —estaba ansiosa por irse y no prestó atención, solo dijo que sí para que la soltara— Adiós.
Camino de prisa y a hurtadillas, casi milagrosamente llegó al pasillo que llevaba a la cocina. Los sirvientes se afanaban sobre ollas, fuentes y ensaladeras, preparando más comida para saciar el hambre de todos los asistentes que devoraban la comida como si estuvieran famélicos. A la derecha había otro pasillo que llevaba a los jardines y de ahí, podías rodear la casa y llegar al angosto sendero que lucia muy accidentado, ninguna mujer con tacones se atrevería a entrar en el, era casi seguro que te fracturarías una pierna. Se quitó los tacones y levantó el vestido para que no arrastrara.
La puerta estaba entornada, miró hacia atrás para asegurarse de que nadie la seguía o que no había nadie merodeando por el jardín, una vez hecho esto empujó la puerta y entró. El lugar estaba a medía luz y de pronto se encontró rodeada de estantes atiborrados de libros enormes y gruesos. Una mesa con más libros voluminosos y una pared blanca completamente desnuda que servía de pantalla para un viejo proyector, frente a la ventana había un moderno telescopio y una mesa de dibujo con algunos trazos sin forma definida, en una esquina un caballete con una tela cubriendo a medias un cuadro sin terminar y en la esquina contraria una mesa para moldear arcilla con una pieza sin terminar. En ese momento recordó las palabras exactas de su padre: “Los que se creen demasiado y no son nada, los que dicen que hacen y hacen, pero no concretan nada”.
—¿Qué es todo esto, Luis?
—Mis proyectos, déjame mostrarte —la tomó de la mano y la acercó al caballete—. Estoy pintando un cuadro, quedara precioso y también estoy escribiendo poesía. Tengo tantos proyectos, Kiara. Por eso te hice venir aquí.
—¿Porque? No entiendo.
—Tu me gustas mucho, Kiara. ¿Ves todo esto? Eres como uno de estos proyectos. Amo la belleza de cada uno y no puedo decidirme por ninguno porque los amo a todos, no podría dejar a uno por el otro.
—¿Y ese es tu dilema? ¿No puedes elegir entre Annie y yo?
—No, es que… yo ya elegí, Kia. Me casare con Annie, pero…
Dejó caer los zapatos, se puso lívida y las lágrimas por fin se desbordaron. Estuvo a punto de caer pero logró sujetarse del respaldo alto de un sillón. Luis la miraba con pena, pero no se acercó para ayudarla.
—Me parece que todo esto es una pesadilla y tú no eres capaz de confortarme.
—Quiero, te lo juro, pero… si me acercó no seré capaz de comportarme como un caballero, Kia. Te deseo como no tienes una idea.
—¿Entonces porque te vas a casar con ella?
—Porque Annie es la mujer perfecta para mi.
Kiara sonrió con incredulidad, Annie jamás podría compararse con ella.
—Annie jamás podrá llegarme ni a los talones. Y yo te amo, Luis. Me entregue a ti porque creía que me amabas y terminaríamos juntos.
—Es que no comprendes, el amor no es suficiente y ella también me ama.
—¿Cómo que el amor no es suficiente?
—Annie me conoce mejor que nadie, sabe como soy y lo que soy. Ella me acepta y yo la acepto a ella como es y somos tan parecidos. Los dos somos unos idealistas, vemos el mundo muy diferente de cómo lo ven ustedes. Nosotros buscamos construir una utopía.
—Eso es una estupidez, Luis. Esto es el mundo real y Annie no es perfecta, yo lo sé, la conozco desde siempre, crecimos juntas.
—No, tú conoces a la Annie que quería ser como tú para ser aceptada por todos. Pero ella es diferente y encontró en mí lo que siempre buscó, un hombre que la amaran por ser ella misma. ¿Cuántas veces la tachaste de rara y te burlaste de ella junto con las demás?
—Ella siempre se hacía la víctima y me obligaban a compartir todo con ella, siempre ha querido lo que es mío y tú no eres la excepción. Estabas conmigo antes que con ella, ¿que cambio?
—Ya te lo dije, somos almas gemelas, nos reconocimos en cuanto nos vimos y conversamos. Además, ella está… embarazada.
—¿Embarazada? Luis… yo también podría haber quedado embarazada. ¿No lo pensaste?
—No, tú jamás permitirías que eso te pasará. Eres demasiado inteligente, Kia. Jamás te atreverías a decepcionar a tus padres, los quieres demasiado y nunca traicionarías su confianza. En cambio, Annie… ella se entregó por amor, sin importarle las consecuencias. Me abrió su corazón, se entregó completa y sin reservas.
—Luis… yo, te amo. No sabes cuantos años soñé con esa noche, planeándola en mi mente, tenía que ser perfecta. Me guarde para ti, y yo jamás, jamás hubiera usado eso para atraparte, para obligarte a casarte conmigo. ¿Qué más prueba de amor quieres que esa?
—Lo sé, querida, lo sé. Pero ya no hay nada que se pueda hacer, Annie está embarazada y no puedo desentenderme de mi hijo. Y tú sabes que yo sería incapaz de permitir que un hijo mío nazca fuera del matrimonio.
Jamás había sentido un dolor como ese, que te atraviesa de lado a lado, pero no sale de ti, no te da tregua, si no que se devuelve y vuelve a atravesarte hasta dejar tu corazón hecho añicos. Nunca imagino que algo así sucedería, estaba segura de que Luis Alcázar Leman había nacido solo para ella, así como ella nació solo para él. Se acercó para consolarla y ella se aferró a él como si en ello le fuera la vida. Quería demostrarle que jamás ninguna mujer lo amaría como lo amaba ella, no importaba lo que Annie inventara o lo que dijera porque le convenía. Su amor era más genuino e inteligente, no tenía nada de cursi o romántico, pero era real y tangible. Luis trató de apartarla, pero libraba una lucha interna entre el deseo y la pasión que sentía por Kiara y sus sueños y anhelos, el remanso de paz y tranquilidad que significaba el amor de Annie. El deseo y la pasión, que un día se agotarían y lo otro que era infinito y etéreo. Así que, lo único que podía decidir la contienda, era su hijo que estaba por encima de todo y de quien sea, incluso de él. El niño se merecía tener a sus padres juntos y una familia unida que le brinde seguridad en sus primeros años de vida.
—Lo siento, Kia. Me casare con Annie.
Tomó sus manos y con algo de esfuerzo consiguió separarlas, ya que las tenía unidas en su espalda para evitar que se apartara de ella. Antes de alejarse le dio un beso en la frente y se encaminó hacia la puerta.
—¡Luis! ¡Luis! Espera… —se detuvo con la mano en el picaporte, pero no la miró— Te juro que si te casas con Annie… me casare con el primero que se me pare enfrente. ¡Vas a perderme! ¡Otro va a disfrutar de todo lo que fue tuyo alguna vez! Y cuando le hagas el amor a Annie, veras mi rostro y no el suyo —la escucho, pero no le importo y salió dejándola sola, hecha un mar de lágrimas y maldiciendo su nombre. De pronto se volvió loca y barrió la mesa de dibujo, volcando todo su contenido al suelo. La puerta se abrió de golpe, pero no era Luis.