Capítulo VI: La proposición

1506 Words
El silencio sereno del despacho se ve interrumpido ocasionalmente por el sonido de una llamada telefónica o el tecleo rítmico de un teclado. Sin embargo, las ansias estaban secando la garganta de Hans, que solo se había dispuesto a trabajar un par de horas y finalmente la noche decidió caer sobre el edificio. Con cuidado alzó la mirada para encontrar a aquel hombre tan guapo trabajando. Solo firmaba papel tras papel, sin siquiera alzar la mirada y observar al chico, “Evidentemente estás molesto”, pensó con irritación, ¿acaso hay algo de malo en saber más de la vida de tu novio y más cuando sabes en qué calderas anda metido?, para Hans es sencillamente un acto egoísta no tomar un poco de consideración al respecto y por ello tratar de ayudar es lo mejor que puede hacer, al menos en este caso es lo menos riesgoso. Resignándose a la idea de formar una discusión y asimilando una vez más las palabras de sus nuevos amigos en el trabajo, se levanta con suavidad, sin hacer demasiado ruido, “Olvidaba que es un soldado”, suspira y camina despacio, dos, tres y cuatro pasos. —¿A dónde vas? —Dios mío. —murmura junto a un respingo, causando una sonrisa en el rubio que frota sus ojos y retira los lentes con pereza. —Perdón, es que veo que estás ocupado y yo terminé todo hace una hora. —Una hora y trece minutos, lo sé. —dice para luego sonreír, iluminando los ojos del chico que lo ve ligeramente sonrojado. ¿Desde cuándo Ansgar sonríe tanto y con tanta pureza? Si bien sus ojos están cansados, tan solo conectar su mirada con el castaño le da la energía que su trabajo consume en minutos. —Tengo dos horas antes de la reunión. —¿Entonces? —cruza los brazos detrás de su espalda tímidamente y roba nuevamente aquellos ojos violetas. —Tienes dos opciones para comer. —se deja caer sobre su asiento. —Podemos ir al frente y comer los horribles perritos con salsa de cilantro que tanto te gustan, o puedes comerme a mí. —lanza un suspiro con fingida melancolía. —Elige sabiamen… —Perritos con salsa de cilantro, gracias —sonríe levemente con malicia sin mostrar sus dientes, victorioso de ver el rostro descolocado del rubio. —Nos vemos abajo, señor Ansgar. —No me hagas perseguirte otra vez, Hans. —Creo que me gusta. Vamos, de algo te habrán servido los años en el ejército, perezoso Ansgar. —corre rápidamente hasta llegar a la puerta. —¿Te estás burlando de mí? —pregunta y relame sus labios, lleno de emoción. —Quizás. —traga con suavidad al ver las pupilas del contrario llenarse de color violeta. Muerde su labio inferior con suavidad, ansioso y sin darse cuenta de lo que aquel gesto inconsciente denota en el lobo blanco. —No te dejes atrapar por mí, Hans, porque no podrás respirar cuando esté entre tus piernas. —Comprobémoslo. —con el miedo en la garganta sale de la oficina, dando un portazo y asegurándola desde afuera. —De algo servirá. —dice rápidamente, corre con todas sus fuerzas. —Por Dios, Hans, solo a ti se te ocurre competir con un soldado. —lloriquea internamente mientras corre hasta llegar al ascensor. Entra rápidamente y aliviado, escucha el silencio en el pasillo. —Silencio… —se estremece. —¿Será que ya llegó? —se pregunta angustiado. Al llegar al quinto piso, su corazón explota en palpitaciones al ver el ventanal a su costado. Los ojos violetas junto a una sonrisa socarrona de Ansgar se ven del otro lado del gran ventanal de cristal, descaradamente excitados por ver a su presa. “A mí, Hans”, piensa al ver los ojos tan emocionados del chico. “Te encanta este juego”, piensa y sin más da rienda suelta a una cuerda de escalada, mientras el viento silba a su alrededor, desafiándolo una vez más. “La última vez que hice esto estaba en la India”, se carcajea como un adolescente cometiendo la peor de las travesuras. El edificio se alza majestuoso ante él al levantar la mirada, con sus cristales relucientes y luces parpadeantes que destellan en la noche. Ansgar, impulsado por el deseo carnal de castigar a aquel chico tan osado, desciende con elegancia y destreza propias de un acróbata, paciente y confiado. —Hans, no te dejes atrapar por mí. —sonríe con burla. Baja con rapidez, dominando cada movimiento con precisión. La adrenalina fluye por sus venas mientras sus pies, enfundados en aquellas zapatillas negras, rechinan contra los ventanales. Sonriente, saluda a la recepcionista del piso y esta, estupefacta, devuelve el saludo. —¿Qué hace el jefe ahí? —Déjalo, está jugando. —dice con indiferencia uno de los guardaespaldas del joven en cuestión. Al asomarse por los ventanales del noveno piso, Ansgar se encuentra con una escena cómica: Hans cae asustado al piso al verlo de nuevo, agitado corre nuevamente escaleras abajo. El rubio se carcajea con fuerza y acaricia su cabello, dejándose caer nuevamente por la soga hasta llegar al cuarto piso. —Cuando llegue al ascensor, simplemente lo sorprenderé. —entra tomando impulso y cae dolorosamente al interior del edificio. —Dios, necesitaba eso. —ríe y se levanta rápidamente, corriendo hasta posicionarse frente a las puertas del ascensor. —Ellinore, eres un fracaso. Tranquila, tu hermanito te hará honor. —Hola, señor. —saluda una de las secretarias más antiguas de la empresa, Eliza. —Hola. —mira por escasos segundos a la mujer y espera ansioso en el ascensor. —Señor, ese ascensor está averiado. —¿Qué? —pregunta, pálido. —Hans salió hace aproximadamente 15 minutos del tercer ascensor al fondo a su derecha. El de emergencias, señor. —¿Ese que va rápido? —frota sus labios. —Sí, ese... —Adiós, Eliza. —se quita los zapatos al sentirlos terriblemente incómodos y las medias no pueden faltar si no quieres resbalar y morir. —Carajo. —masculla agitado. —¡Hans! —grita al ver al chico salir de uno de los ascensores en el primer piso. Con una sonrisa radiante y los brazos hacia atrás como un pequeño niño divirtiéndose en el parque, Hans se acerca a Ansgar con una ternura que solo se encuentra en sus ojos al ver aquellos ojos violetas que se suavizan y pierden todo rastro de fiereza. Los cabellos castaños con toques dorados a causa de la luz se agitan suavemente en el aire, como si cada hebra estuviera danzando al ritmo de su corazón, del chillido lleno de emoción que lo acompaña, mientras sus ojos brillantes lo miran con amor. —Hans, déjame atraparte. —dice apenas audible mientras observa en cámara lenta, ridículamente enamorado al niño retador. De ese chico de labios deliciosos y ojos coquetos que un día solo entró por las puertas de su fortaleza y decidió quebrar las mismas con su sonrisa. —Hans. —suspira finalmente y atrapa al chico, abrazándolo con fuerza y cariño, envolviéndolo con unas alas de fuego invisibles, heridas por las batallas que, a pesar de no haberla perdido, dejaron marcas que ahora sanan lentamente y tortuosamente, pero se cierran con el toque de aquella mirada brillante, llena de la juventud que alguna vez perdió. —Hans. —Dime. —agitado, lo observa. —Ven conmigo. —respira finalmente con calma, dejando aquella atadura en su garganta. —Ven conmigo a la reunión. Hans, si vas a meterte con un Rockefeller, debes saber cada cosa, y voy a permitirlo a partir de ahora. Ya no pienso ocultar más nada y huir como lo hice hace años. —pega su frente con la del chico. —Dime, ¿estás dispuesto a atarte a este demonio? —Sí, estoy dispuesto a traicionar y ser exiliado de las alturas, si estás dispuesto a sostenerme —sintiendo su pecho lleno de frenesí. —Tengo miedo. —Sería mentira si no fuera así, señor Hans. —acaricia los labios del contrario y con sigilo observa a su costado. —Ya han venido por nosotros, vamos. —De acuerdo, pero estás descalzo. —ríe suavemente sin poder contenerse más. —Habrá algo en el auto para tu novio descalzo. —sonríe victorioso al ver el fuerte sonrojo del chico. —Hans, prepárate para tu primera reunión con Los Paladines del Norte. No me provoques, por cierto. —¿Qué? —pregunta confundido. —Eres muy osado. —toma la mano del chico y camina con prisa hacia la entrada. —Solo me gusta la claridad en los trabajos. Las finanzas no funcionan perfectamente en esta empresa por arte de magia, señor Rockefeller. —suelta al rubio y corre para entrar rápidamente al auto, emocionado, una sensación nunca antes vivida. —Me estás volviendo loco, niño. —sonríe. ¿Qué sorpresas puede tener Hans para descolocar a todos los sabuesos de Belfast?
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