Capítulo XXIV: El amor convierte el invierno en primavera

1254 Words
Settembre interpretado por Peppino Gagliardi se escucha con ánimo y suavidad al interior de aquella habitación. Hans sonríe suavemente y se estira sintiendo al instante punzadas en su cuerpo, “Oh, por supuesto que iba a pasar”, piensa al sentir su cadera dolorida. Lanza un gruñido y luego un suspiro, quejoso por el dolor. Observa con dificultad debido a la luz a Ansgar semidesnudo, mostrando su cuerpo trabajado y bien alimentado por los dioses. Observa como este camina de un lado a otro hablando en lo que identifica como idioma alemán por el teléfono con un tono irritable, “Está enojado”, piensa y ríe al ver su ceño fruncido, “Siempre hace eso”, piensa y rompe en una risa suave y lo suficientemente audible para el rubio que lo atrapa rápidamente y lo fulmina con la mirada junto a una suave sonrisa maliciosa. —Ay, no. —dice por lo bajo y se levanta con dificultad, envolviendo las sábanas en su cuerpo y caminado con cautela al ver que el magnate se voltea para seguir hablando. —¿A dónde crees que vas? —Lo abraza con suavidad por la espalda. —¡Ah…! Yo solo voy al baño. —ríe nervioso mientras aprieta las sábanas. —Qué mal mentiroso eres. Estabas burlándote de mí. —se acerca a su rostro. —¿Verdad? —No… bueno, es que tú te ves muy gracioso enojado. —tapa su boca a punto de reír. —Qué descaro. —niega fingiendo estar ofendido. —Debería castigarte. —alza sus cejas maliciosamente. —No, no, déjame, quiero ir al baño. —se remueve con todas sus fuerzas. —Mentiroso. —alza su cuerpo y lo lleva en su hombro hasta la cama. —No, ayuda. —rompe a carcajadas. —Ah, ayuda. —chilla. —Pareces un gusano, deja de moverte. —palmea con fuerza su trasero. —¡Ah… duele, idiota! —chilla adolorido. —Y tu culo es muy lindo, ¿sabías? —Cállate. —tapa su rostro y se siente caer sobre la cama. —Mmm… duele. —acaricia su trasero. —Qué llorón. —reparte besos en su rostro con fuerza. —Auch. —trata de empujarlo lejos. —Agresivo. —Ese soy yo, Ansgar Rockefeller, ¿qué esperabas cariño? —Tonto. —hace pucheros suavemente mientras lo mira a los ojos. —Tan temprano y me estás provocando. —suspira y besa con suavidad sus labios. —No me calientes ahora. —Yo no he hecho nada. —sonrojado se queja y abraza su cuello con suavidad. —Levántate, debemos ir a trabajar. —Me… duele mucho… —dice abochornado. —Oh, cierto. —ríe con suavidad. —No te burles. —golpea su pecho. —Lo siento, lo siento. Quédate en casa por hoy y toma los analgésicos que están sobre la mesa, te harán sentir mejor. —besa su mejilla. —De acuerdo. —acaricia sus mejillas con los dedos. —Debo salir hoy. Los italianos están buscándome. —dice mientras observa cómo aquellos ojos cafés se tornan preocupantes y nerviosos. —Tranquilo, volveré a medio día, ¿de acuerdo? —suspira. —No me harán daño. —No eres inmortal Alessandro. —Lo sé, sé que no lo soy y por eso no iré solo. También iré armado así que no se te ocurra por nada salir de este edificio. —exigente le mira a los ojos. —¿De acuerdo? —De acuerdo. —aparta la mirada, irritado. —Ya puedes irte. —Mmm… vaya que eres una cosita muy linda cuando te enojas, me excita. —muerde su labio inferior sonriente. —Quítate. —lo empuja con todas sus fuerzas. —De hecho la tengo dura cuando me regañaste diciendo “No eres inmortal Alessandro”… —imita con voz chillona al chico. —Eso fue tan sexy. —dice con voz ronca cerca del rostro del castaño. —Basta, quítate. —rompe a carcajadas. —Es como “No eres inmortal Alessandro” —trata de decir de manera pausada y sensual. —Es tan sexy, nunca me habías llamado por mi segundo nombre. ¿Lo haces cuando te enojas?, me pones cachon… —Ya. —tapa su boca mientras ríe. —Para. —ríe con suavidad y suspira sin dejar de verlo. —Prométeme que volverás. —aprieta sus mejillas. —Prometo que volveré con un pastel de chocolate agregado. —susurra como si fuese un secreto. —Si lo digo en voz alta, Mabel escuchará y si no lo traigo me va a recriminar. —Ya lo escuché señor. —Mabel que no se te olvide. —ríe a carcajadas al ver el rostro contorsionado del rubio. —De acuerdo, señor Hans. —Está advertido señor Rockefeller. —lo mira con suavidad. —No voy a besarte más hasta que vuelvas. Largo. —tapa su rostro con las sábanas. —De acuerdo señor Murphy. —se levanta sonriente y con prisa se coloca el suerte con cuello de tortuga de color vino tinto. —Volveré por usted, señor Hans. —socarrón se dirige al chico y finalmente se retira de la habitación tan imponente y déspota como siempre. —Más te vale. —dice para sí mismo el de ojos cafés, abochornado. Mientras ricitos de oro baja el ascensor pensativo, observa su reloj de mano despertando de la distracción. —Señor. —Dios, déjame salir al menos. —camina fuera del ascensor mientras acaricia su cabello. —¿Qué pasa? —Los italianos dijeron que saldríamos a mediodía, pero ha surgido un problema. —¿Qué? —pregunta entre dientes. —No pienso ceder ante sus mierdas, dijeron que a medio día terminaremos de hablar y así será. —Señor, el hijo de Juan Pablo De Santis. —se atraganta al ver los ojos furiosos del hombre. —¿Qué? —S-señor, llegó a Belfast antes de lo previsto. —Esto no es bueno, no lo es… —cierra sus ojos y relame sus labios con suavidad. —¿Se enteró verdad? —golpea con fuerza el mesón de la recepción. —Sí, señor. —asiente. —Hay ojos por todos partes. —Ojos italianos querrás decir. —Sí. —respira hondo. —Alguien le dijo sobre su reciente relación, señor. —Carajo. —masculla para luego salir por fin del edificio. —Carajo. —suspira. Al llegar a su auto percibe un dulce aroma, pues los cafés y panaderías locales despiertan a la vida, emanando deliciosos aromas de café tostado y pasteles recién horneados. A medida que los primeros rayos de sol se abren paso entre las nubes, se revelan las pintorescas calles empedradas y los majestuosos edificios de arquitectura victoriana, al menos has sido lo único bueno de ver al salir de su tranquilidad en el piso 13. —Jonatan. —Señor. —Compra un buen desayuno para Hans, que se lo coma todo antes de consumir la medicina a las 10, ¿entendido? Dile que se acuerde de la dulcería. —sonríe con suavidad —De acuerdo señor. —Vamos Estefanía. —Sí, señor. —La mujer trajeada abre la puerta del copiloto para el señor Rockefeller. —¿Listo señor? —Siempre, siempre lo estoy. —sus ojos se oscurecen formando en él una capa inquebrantable que espesa el aire. Sí, Ansgar el déspota y sádico empresario sale a la luz. —Dile a mi hermana que llegue a mediodía. —Sí, señor.
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