Parte uno: Capítulo XI: Caminaré solo

1324 Words
“A veces a quien más amas y anhelas es quien más daña tu corazón, lo sutura y vuelve a romperlo”, dice aquel poema de un autor desconocido que Hans leyó en la secundaria mientras admiraba a un chico de cabello rubio y ojos violeta. “Y solo a veces, se convierten en miles de punzadas en el alma”. Aquellos recuerdos y amargas frases, persiguen a Hans que corre sin rumbo fijo, con el corazón agitado y los pulmones ardiendo en cada bocanada de aire. Sus pasos se entrelazan con el bullicio de la ciudad, mientras atraviesa calles esquivando a personas desconocidas que se convierten en meros obstáculos en su desesperada carrera por huir del dolor, “Tan solo fue una ilusión, soy tan estúpido, eres un idiota Hans Murphy”, piensa lleno de rabia al recordar con incredulidad las palabras, los momentos y la cercanía que creyó real entre él y el joven Ansgar. Las tiendas y escaparates pasan a su lado en un torbellino de colores y formas borrosas. Los sonidos de las conversaciones y risas se desvanecen en el aire, eclipsados por el latido desbocado de su corazón y el eco de su llanto. Cada paso es una huella de desesperanza, marcando el camino hacia una salida del dolor que quema su alma, aquella que parece estar más allá de su alcance. Sus lágrimas se mezclan con el sudor en su rostro, dibujando senderos salados en sus mejillas. Cada lágrima es un eco de sus penas, una muestra visible de su dolor interno. Las miradas curiosas y perplejas de los transeúntes se cruzan con su figura desgarrada, pero él apenas las dimensiona, perdido en su propia desdicha, ¿En qué podría pensar mientras su corazón sangra? Se detiene abruptamente, agitado, apoyándose contra la pared de un negocio, preocupando a la dueña del negocio que sale deprisa. —Joven, ¿se encuentra bien? —maternal, coloca sus manos sobre el rostro. —Oh, Dios mío, ¿qué te ha pasado mi niño? —Limpia las lágrimas de sus ojos y estás que vuelven a salir, enjuagan el rostro del joven nuevamente. —Vamos, entra conmigo a la tienda antes de que te desmayes. —Sí. —dice nostálgico y cansado mientras camina con suavidad al interior de la tienda. Aquella pequeña floristería, llena de belleza intensifican el llanto silencioso del castaño. —Siéntate aquí, mi nieto vendrá pronto a ayudarnos, iré por una taza de té fría, ¿de acuerdo? —Sí. —asiente abrazándose a sí mismo con suavidad. —No te vayas, ya vuelvo. —Hola. —agitado y sudoroso un chico de ojos avellana llega, acercándose al joven que llora silenciosamente. —Lamento llegar tarde. ¿Estás bien? —Hola, estoy bien… yo solo… —sus labios tiemblan a punto de llorar al ver aquellos ojos llenos de pesar del contrario. —Está bien, está bien, no tienes que decírmelo ahora, tranquilo. —toma su mano con suavidad. Aquel dulce gesto calma el corazón del chico regula su respiración poco a poco. —Lo lamento. —aleja su mano apenado. —Debería irme. —No, no, estás muy mal y dudo que quieras volver al lugar del que precisamente huiste. —Es cierto. —Nostálgico frota sus manos ligeramente. —Hagamos una cosa, quédate aquí hasta que te sientas mejor. Por lo pronto llamaremos a alguien cercano a ti. —De acuerdo. —saca su teléfono de la mochila que con prisa había sacado de aquel edificio. —Harry, se llama Harry. —seca su nariz y lo observa una vez más. —De acuerdo. —rasca su barbilla y mira a su alrededor pensado. —Mi tío es medio alcohólico. —¿Qué? —ríe ligeramente entre lágrimas. —Sí, medio alcohólico, según mi absurda teoría. —suspira fingiendo pena. —Así que siempre mantenemos una pequeña habitación para que duerma ahí. Está detrás del mostrador. Verás una cadena pequeña y de color blanco. Las personas creen que es un depósito, pero nada que ver… si gustas, ve a descansar. —Con voz dulce y suave se dirige al chico. —Solo si quieres. Sé que somos unos desconocidos, pero de verdad que es de buena fe, no puedas salir en estas condiciones, es peligroso para ti. —Sí. —asiente con suavidad. —Estupendo. —sonríe con suavidad. —Debajo de la cama hay algo de ropa limpia, quizás te quede más grande que ese suéter sucio que tienes. Parece que chocaste con medio mundo. —sonríe con suavidad al ver los ojos llorosos y regordetes del chico, que sonríe con suavidad ante aquel gesto. —De acuerdo, muchas gracias por todo. Lo compensaré de alguna manera. —Es suficiente para mí que descanses un poco y cambien tu ropa sucia por una limpia. —Está bien. —Iré a buscar a mi abuela mientras llamo a Harry, no tardaré ¿de acuerdo? —palmea su hombro con suavidad y se retira finalmente. Hans se levanta con desgana de la silla, desanimado y con los ojos enrojecidos por las lágrimas derramadas. Se dirige hacia la pequeña habitación con paso lento y apagado. El ambiente que lo rodea dice todo lo contrario a su melancolía, con las paredes adornadas con hermosas flores y el silencio abrumador que parece acompañar su tristeza, se abraza cansado de tanto correr. Cada paso que da resuena al interior de la floristería, testigo de su dolor, como un eco de su desaliento. El lugar impregnado de una sensación de desesperanza, escucha silenciosos los suspiros cansados y susurros de tristeza que se desvanecen en el aire. —Necesito acostarme. —siente sus piernas temblar debido a la fatiga. Con suavidad quita su ropa y toma aquella que el joven, del cual no sabe aún el nombre, le había ofrecido momentos atrás. Se coloca la ropa con algo de rapidez y cerrando la puerta de la habitación se acuesta, dando la espalda, deseando que solo el silencio inunde el lugar. —Joven, Harry está aquí. —grita la abuela del joven de ojos color avellana. —¿Qué? —se levanta de un salto y abre la puerta con ojos iluminados y llenos de lágrimas. —Harry, gracias a Dios estás aquí. Por favor, vámonos a casa. Hans levanta la mirada y sus ojos se encuentran con los de Ansgar, con aquel bastardo prepotente. En ese instante, su rostro se desdibuja y sus mejillas palidecen, como si la tristeza se apoderara de él de golpe. Ansgar, con una mirada cargada de melancolía, sostiene la mirada de Hans, como si pudiera leer la decepción y la herida de la que es sin duda responsable. —¿Qué hace él aquí? —pregunta, preparado para huir en cualquier momento. —¿De qué hablas?, es Harry, ¿no?, él me contestó al número que me indicaste. —confundido observa a Hans que lo observa con ojos llenos de súplica. —Señor, ¿quién es usted? —se acerca a Hans abrazando sus brazos. —Soy Ansgar Rockefeller. —dice sin apartar la mirada del castaño. —Lamento haberle mentido, pero era la única manera de saber la ubicación de Hans. —relame sus labios. —No se encuentra bien, su estado mental no es propicio debido a un atentado por el que pasó hace un par de días… fue víctima del mismo… —¿Hans, eso es cierto? —pregunta preocupado el joven de ojos avellanas. —Sí, es verdad. —con voz ligeramente temblorosa observa al muchacho. —Pero ya estoy mejor, puedo volver a mi casa… —No. —Ansgar dice aquello con suavidad, apretando sus puños al ver como el castaño se aferra a la idea de ir a casa. —Debes regresar al edificio, no es seguro que estés en tu casa hasta que no logres superar el evento. Además, lo de hoy fue un impulso, nada más.
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