«Después de todo, tal vez sufra un secreto dolor», pensó, y redobló sus esfuerzos por hacerlo responder a sus bromas. Consideró que era mejor no hablar de Meldenstein, sino de caballos, un tema en el que ella y el Capitán Cheverly podían coincidir. Le habló de las ferias pueblerinas en las que había vendedores de caballos procedentes de todo el país. Le contó cómo los gitanos vendían viejos animales que no servían para nada, pero por medio de yerbas y secretos, ellos lograban que los caballos parecieran jóvenes y briosos sólo para la ocasión. Más de una vez, durante sus descripciones de lo que sucedía en las ferias, el Capitán Cheverly celebró con risas sus comentarios y a ella le pareció que veía ciertos reflejos del joven jinete de Apolo, que durante seis años recordara con tal nitide