LIAM
Entonces estaba aquí, de camino para ver a la fiera de Amanda para poder decirle mi nueva oferta. En cuanto entré al vecindario, supe que algo no iba bien. Las casas y edificios estaban deteriorados, y parecía que el barrio era peligroso. Supongo que no puedes salir después de las cinco de la tarde porque te asaltan. Seguí en busca del apartamento. Había mandado a investigarla y, de paso, su dirección. No podía dejar pasar más tiempo. Me estacioné frente a un edificio pequeño. No puede ser que esta mujer esté tan arruinada que no pueda pagarse algo más decente que esto. Esto no es pobreza, sino miseria. Estaba asombrado por lo que mis ojos veían. Me bajé del coche, y algunos vecinos me miraron. Entré al edificio y subí las escaleras porque no había ascensor. Subí como diez pisos hasta llegar a su puerta, la número treinta y dos. Se escuchaban las conversaciones de los apartamentos vecinos; aquí no se puede ni tener privacidad.
Increíble.
Toqué dos veces la puerta porque tampoco había timbre. Esperé un momento, pero nadie apareció. ¿Habré investigado bien la dirección? Volví a tocar, y la puerta se abrió. Amanda me miró con ojos grandes, asombrada de verme aquí.
—Hola, Amanda, ¿me dejas pasar?
—¿Qué rayos haces aquí? —graznó, con mucho coraje en su voz.
—Necesitamos hablar —le digo serio—. No te vas a arrepentir. Es sobre el bebé.
Quizás pensó que habría cambiado de opinión y me haría cargo de él. Claro que me haré cargo, pero sin ella. Usaba un short corto, dejando ver sus piernas delgadas y blancas, y un top muy pequeño. Iba descalza y con un moño alto. Me dejó pasar a la casa; cuando entré, el espacio era muy reducido. No había ni televisor ni comedor, solo un juego de sofás viejos en la pequeña sala. Había una ventana pequeña que daba vista a otro edificio. En definitiva, esto no es una casa. Y pensar que ese niño crecería en este lugar de mala muerte por la terquedad de su madre.
—¿Me vas a decir por qué estás aquí? —volvió a preguntar—. Que sea rápido lo que tengas que decir y disculpa que no te ofrezca asiento.
—No hay problema —respondí—. Estoy aquí porque quiero hacerte una mejor oferta. Me retracto; sí quiero al niño. Pero quiero que me des la custodia completa cuando nazca y que tú desaparezcas de nuestras vidas... Claro, te pagaré para que puedas vivir en algo mucho mejor que esto.
Amanda se quedó boquiabierta ante lo que le estaba diciendo.
—¿Quién te crees que eres para venir a mi casa y decirme que te quieres llevar a mi hijo? ¡Estás mal de la cabeza! ¡Estás loco si crees que yo te voy a dar a mi hijo! ¡Mejor vete, Liam! —se volvió loca. Sabía que esto pasaría.
—Piénsalo, Amanda; si no lo haces, entonces hablaré con un juez porque tú no estás apta para mantener a un niño. Mira la casa donde vives; esto no es una casa, es como un sótano viejo. Ese niño crecerá con muchas limitaciones y enfermedades. Mejor dámelo a mí, y podrá tener la vida que tú nunca tuviste.
Amanda se acercó y me dio una bofetada que no vi venir. Su mano dolió, sí, pero la entiendo. Está indignada. En algún momento recapacitará.
—¡Estás demente si crees que yo te voy a dar a mi hijo! ¡Estás loco si crees que voy a dejar que me lo quiten! ¡Eres una basura, Liam! ¡Lárgate de mi casa, no quiero volver a verte nunca jamás en mi vida! —tomó la escoba y quiso pegarme con ella.
—Cálmate —detuve el palo—. Deja de actuar como una loca y escúchame. —No tienes dinero ni trabajo. Si consigues trabajo, no será uno muy bueno que te permita darle una buena vida a ese niño. Además, tu casa es demasiado pequeña. Ni espacio tienes. Si en verdad te importa su bienestar, aceptarás que estará mucho mejor conmigo. Vamos, Amanda, no seas modesta. Ya te dije: o es por las buenas o es por las malas.
Su cara estaba roja de ira. Forcejeó conmigo con la escoba.
—¡Idiota, eres un verdadero idiota! ¡Jamás permitiré que mi hijo se vaya contigo! ¡Jamás permitiré que me lo quites, Liam! Primero muerta antes de que te salgas con la tuya. Vete de mi casa o llamo a la policía. Vete, Liam, eres una pésima persona, despreciable, energúmeno...
—¿Puedes dejar de insultarme? —le quité la escoba y la lancé lejos. Tomé a Amanda de las manos para evitar que me golpeara. La mujer se había vuelto loca de remate. Estaba llena de furia y, si no la detengo, es capaz de asesinarme.
—Púdrete, Liam —espetó. Su moño se había soltado y ahora tenía el cabello suelto, la mayoría sobre su cara—. ¿Escuchaste bien? Púdrete porque eres un mal hombre y un imbécil. Solo porque tienes dinero te crees capaz de comprar a cualquier persona. Te odio, Liam, no sabes cuánto te odio y suéltame —insistió.
—Puedes decirme todo lo que quieras, Amanda, pero hablaré con el juez, presentaré todas las pruebas necesarias para que vean que ese niño no puede vivir en una condición así; tienes todas las de perder. Soy un hombre importante, jamás podrás ganar ese caso. Amanda, es mejor que aceptes por las buenas.
La solté.
—Primero, no puedes pagar un buen abogado, Amanda, estás perdida. Ese niño crecerá sano y salvo. Piénsalo. Jamás podrás darle la vida que se merece.
Ella se me quedó viendo y después se puso a reír. No entendí nada. Se estaba riendo como si le hubiera dicho la cosa más graciosa del mundo. Esta chica definitivamente se había vuelto loca.
—¿Qué es tan gracioso? —quise saber. No tomaba en serio nada de lo que le decía—. Deja de reírte, ¿quieres? Quiero ver que te rías cuando te llegue la orden del juez. Ella se quedó mirándome seria y se acercó.
—Escúchame bien, Liam Zimmerman, prefiero abortar antes que tener que darte a mi hijo.