“El amor no conoce virtud ni mérito; ama, perdona y lo sufre todo, porque debe; nuestro juicio nada nos sirve para el amor”
L. V. Sacher-Masoch
Con el tiempo ella comenzó a notar, que Miguel recibía llamadas y no contestaba, sino cuando ella se alejaba o estaba en otra habitación que no fuese la misma donde estaba él. Así que un día se mantuvo callada cuando oyó que él hablaba con alguien y entró. Él estaba nervioso y cortó la llamada al verla frente a él.
–¿Me ocultas algo Miguel?
Él no quería lastimarla; tampoco mentirle. Ya llevaban seis meses juntos y posiblemente ya no podría ocultarlo más.
–Karem, te amo como nunca creí amar a alguien. Tú cambiaste mi vida por completo. Sin ti, yo no sé qué haría.
–Por favor, dime la verdad. Dime tu verdad.
–Estoy casado desde hace 7 años. Nunca le mentí a Jackeline. Hasta que te encontré a ti. Por favor no me dejes Karem–le respondió con la voz entrecortada y la abrazó contra su pecho.
Ella no sabia que hacer. ¿Era posible que todo lo único que la había hecho feliz, tuviese que acabar así?. Por primera vez ¿debía ser egoísta y disfrutar su historia?.
–Vete Miguel. Déjame sola.
Él la miró por primera vez con enfado. Ella abrió la puerta y el salió.
No pasaron un par de horas, cuando recibió mensajes de él. En cada mensaje, ella sentía que el corazón se le iba desmoronando. Era su vida. Sí, lo era. Pero cómo iba a poder compartirlo con alguien más. Su mente se llenó de imágenes perturbadoras. Lo imagino besando a otra mujer, lo imagino haciéndole el amor como horas atrás se lo había hecho ella. Dolor, decepción, rabia, dolor, amor, rabia, amor. Todo giraba dentro de su cabeza como una ruleta rusa donde bala, es una emoción diferente que se dispara sobre ella.
Tomó unas cuantas pastillas para dormir. Cuando despertó ya era algo tarde. Miró el reloj. Oyó qué tocaban la puerta. Era él. No existe el valor suficiente para vencer las ganas del corazón cuando ama. Abrió la puerta. Entró, la besó, la estremeció como siempre. Todo desapareció de su mente y se dejó llevar por sus instintos.
Cuando miró por la ventana había dejado de llover. Busco su teléfono. Activo sus datos. Comenzaron a llegar todos los mensajes. La mayoría eran de Virginia o de Luis Reviso, su jefe. Revisa su messenger. Halla un mensaje de Diego:
–Feliz domingo mi periodista favorita. Acabo de leer tu columna. Eres genial.
–Hola Diego. Yo no hice nada. Todo es crédito tuyo. Cada respuesta fue genial. Yo sólo hice correcciones de estructura.
–Digamos entonces que somos un excelente dúo y equipo.
–Sí. Así es.
–¿Te ocurre algo? Te siento un poco desanimada.
–No sé los motivos, pero los domingos me ponen en bajo astral, me siento algo melancólica.
–Tienes el síndrome Vangoghiano.
–¿Qué?
–Sí, Van Gogh solía sentirse deprimido los domingos y esos días lo hacían crear sus mejores cuadros. Yo a veces me pongo algo ansioso y me pongo a pintar para calmarme. Deberías hacerlo cuando te sientas así.
–Lo tomaré en cuenta. Normalmente duermo y evito pensar. Pero, bueno ya mañana nuevamente la rutina. Trabajar y no pensar. Esa es la ley de la vida.
–Te dejo para que descanses entonces. Hasta mañana hermosa mujer. He aquí al más fiel admirador de tu belleza.
–Gracias por tus intentos de levantar mi ánimo. Hasta mañana Diego. Descansa tú también.
Toma el libro que guarda debajo de su almohada. Retoma la lectura. A ratos, lo cierra, recuerda cada momento de su pasado. Vuelve a abrir el libro; como queriendo encerrar en él, cada uno de esos pensamientos que la invaden y atacan dejándola abatida por horas.
Se levanta de la cama. Va hasta la cocina, abre la nevera. Toma una copa y se sirve helado de chocolate. El chocolate suele ser su mejor aliado en esa guerra de memorias vividas.
Se recuesta en el sofá, toma el control, se enciende la pantalla. Algunas noticias que suman angustia: Afganistán tomada por talibanes. La pandemia tiene una nueva variante de Covid. El alza del dólar en los países suramericanos. Fuertes incendios en Norteamérica. Cada canal que pasa, pareciera estar plagado de nefastas noticias. Apreta el botón principal. Se gira de espaldas al mundo y su vestidura negra. Allí permanece pensativa, ausente de la realidad hasta que finalmente, se duerme.
La alarma suena, sobresaltada despierta un poco desorientada; otro domingo más, amaneciendo en el sofá. Se estira y siente como si un huracán la hubiese arrastrado por toda la ciudad. Se levanta, va al baño, deja caer la bata de seda. Enciende la ducha, se adentra en la bañera y siente como su piel se eriza al contacto con el agua tibia.
Prepara un poco de café instantáneo y lo toma de un sólo sorbo. Regresa a su cuarto, se viste y sale a su rutinaria vida.
–Buen día–saluda al entrar a su oficina.
–Buen reportaje Karem–se oye al fondo del pasillo.
Ella regresa y sale para agradecer el comentario, mostrando su habitual like.
–Ven un momento–le dice su jefe.
Ella coloca su bolso y su lapto sobre el escritorio y se dirige a la oficina de Luis.
–Realmente maravillosa tu entrevista. ¿la hiciste o es una retrospección fraguada por tu ingenio?
–Es un amigo pintor a quién entreviste por f*******:–responde a manera de rumor con su mano, tapando un lado de su boca.
–De verás que esta vaina de las redes, es una puerta abierta para todo. Bueno, felicidades. Buen reportaje. ¿Es famoso, tu amigo pintor?
–No me creerás, pero no sé sino su nombre Diego Martínez.
–Googléalo– sugiere Luis.
Karem asiente y regresa a su oficina.
Abre su computador, y cuando coloca el nombre; el resultado de unas 200 personas con ese nombre, la desconcierta y prefiere revisar su messenger.
–Buen día ☕
Sonríe y decide responder:
–Buen día, gracias. Igualmente para ti.
Digitando...
–Espero hoy estés de mejor ánimo. No me imagino tu rostro si no tiene esa mágica sonrisa y esa mirada atrapadora.
–??
–¡Qué tengas un maravilloso y fructífero día!
–Mil gracias Diego, deseo igual que estés bien.
Suspira y cierra la página. Por alguna extraña circunstancia siente una emoción ya sentida. Esa plenitud que se siente cuando alguien te gusta y te llena.
Transcurren las horas rápidamente. Cuando observa el reloj de pared, ya es mediodía y no ha visto a Virginia acercarse a saludarla. Sale a buscarla para invitarla a almorzar. Pero aún no llegó. Mira a su otra compañera, Carmen; no son muy allegadas, pero tal vez sepa por qué Virginia no está allí.
–Carmen, ¿Virginia avisó, si vendrá hoy?
–Sí, me envió un mensaje para decirme que no se sentía bien. Posiblemente sea el virus ese que está dando.
–OK, gracias. La llamaré entonces.
Saca su celular del bolsillo trasero de su jeans. El teléfono suena, pero Virginia no atiende. Intenta nuevamente pero la lleva al buzón de voz. Decide dejarle un mensaje:
–Viejita, ¿dónde andas metida? Llámame. Quiero saber qué estás bien.
Regresa a su oficina. Tendrá que conformarse con el sándwich que preparó para el desayuno. “Por qué no me aviso qué se sentía mal” piensa en voz alta. Saca el sándwich, prefiere almorzar sólo eso, que almorzar sola. Se abstrae nuevamente en su trabajo.