Undécimo

2257 Words
Traté de levantarme, para no demostrar que no me afectaban sus estúpidas bromas, cuando él me acorraló con su cuerpo, pegándome de nuevo a la cama. —¿Quién dijo que podías irte? —reclamó, con una ceja alzada. Bufé y él me miró serio. —Déjame en paz —solté de manera ácida y él torció la boca. —Lo siento, no quiero que te enojes conmigo —me sonrió y le pegué en el brazo. Me miró riéndose muy levemente y yo lo fulminé con la mirada. —No lo haré si dejas de hacerme bromas de… ese tipo —tragué saliva incómoda y desvié la vista, herida y apenada. Leonardo tomó mi barbilla con su única mano libre y me obligó a mirarlo. —¿Quién te dijo que son bromas? —dijo apenas en un susurro. Nos miramos fijamente a los ojos y no pude evitar perderme de nuevo en sus ojos azul grisáceos, había algo en sus ojos, además del color, que simplemente me atrapaba y no me soltaba, si no hasta cuando él dejaba de mirarme. Me mordí el labio inferior y cuando Leonardo bajó la mirada a mis labios, no me dio tiempo de pestañear siquiera. Sus labios estaban contra los míos de manera muy suave, no me dio tiempo de reaccionar en el momento, estaba impresionaba. ¿Cómo es que de pegarle con una almohada, habíamos terminado en un beso? Leonardo se separó de mí y me miró algo preocupado. —Lo siento, yo no quis… No dejé ni que terminara de hablar, cuando posé mi mano por detrás de su cabeza y lo acerqué nuevamente a mí, para besarlo con más intensidad que antes. Leonardo no tardó tanto como lo hice yo en reaccionar, sus manos viajaron hasta mi cintura y me pegaron un poco más a él. No podía dejar de besarlo, sabía tan bien y besaba increíble. Cada segundo que pasaba, más intenso se volvía nuestro beso, además de apasionado, nuestras lenguas jugaban traviesas entre nuestras bocas. Ya después de un rato, me estaba comenzando a quedar sin oxígeno en los pulmones, necesitaba dejar de besarlo, pero simplemente, no podía. La manera en que besaba, la manera en que me acariciaba la cintura y a veces las caderas, todo era tan adictivo, además de su perfume, olía tan bien. Dejé de besarlo y tomé finalmente aire, él también estaba con la respiración agitada. No me di cuenta en qué momento él terminó prácticamente encima de mí. Quiero decir, no estaba entre mis piernas, pero sí estaba recostado en gran parte de mi cuerpo, además de que me agarraba de la cintura, yo no había soltado su cabello y tenía mi otra mano posada en su cuello. Leo comenzó a besarme el cuello de manera juguetona, de vez en cuando me mordía sensualmente. Yo aunque quería pararlo, no podía. Se sentía muy bien. Se me escapó un ligero suspiro de mis labios y eché mi cabeza hacia atrás, no podía evitar este tipo de reacciones en mi cuerpo. Me tapé la boca con mi mano y sentí cómo mis mejillas se tornaban rojas de la pena que me daba. Él sonrió y me dio un beso en la frente. Estaban nuestros labios de nuevo rozándose, cuando comencé a sentir que algo a la altura de mi cadera comenzó a vibrar. Leonardo y yo bajamos la mirada extrañados y él volvió su mirada a mí. Yo no puedo evitar reírme de su cara. —Leonardo, creo que tu entrepierna está vibrando, ¿es normal? —me mordí el labio inferior para no reírme y él me vio con cara de pocos amigos. —Qué graciosa, deberías meterme a comediante, ¿no crees? —me miró irónico. —Si supieras que lo he pensado, pero no sé si las personas entiendan mis chistes de ti —me encogí de hombros y lo miré desilusionada, siguiéndole el juego. Leonardo rodó los ojos y cuando me iba a besar nuevamente, su entrepierna volvió a vibrar. Me escapé de su agarre y revisé el bolsillo de mi vestido. Saqué el celular y vi que tenía dos llamadas perdidas de Bárbara. —Es Barbie, tengo 2 llamadas perdidas de ella —dije distraída, mientras marcaba su número para llamarla de vuelta. —La llamas en un rato, no debe ser nada grave —sabía lo que intentaba decir Leonardo con eso. Lo miré con el entrecejo ligeramente fruncido y esperé a que el teléfono comenzara a repicar. Me levanté de la cama y comencé a caminar por la habitación. Leonardo se quedó acostado en la cama, mirándome danzar por ahí. —¿Miri? —sonaba algo distante, distraída. —Barbie, ¿qué sucede? —pregunté preocupada. —¿Dónde andabas? Te estuve llamando. Antes de contestarle, miré unos segundos a Leonardo y él me sonrió, le devolví la sonrisa y me volteé nuevamente para concentrarme en mi amiga. —Estaba algo… ocupada —intenté mantener lo más calmada posible mi voz. —¿Con Leonardo, cierto? —su voz se puso juguetona como siempre. —¡Por supuesto que no! ¿Qué te hace pensar eso? —mi voz sonó algo chillona, siempre pasaba cuando estaba mintiendo. —Tu voz te delata, amiga. Tranquila, no le diré a nadie. —¿Por qué llamaste desesperadamente, Bárbara? —hablé, ya seria. —Es Tony, está algo extraño últimamente y no quiere salir de su habitación. Me mencionó algo con que no quiere vivir más y bueno, tú sabes cómo es contigo y no supe a quién más llamar para que me ayude, mis padres también andan algo desesperados, ¿puedes venir? —la voz de mi amiga sonaba nuevamente preocupada, casi podría decir que hasta desesperada. —Por supuesto, voy en camino —dije, colgando rápidamente y saliendo de la habitación de Leonardo para subir a la mía y buscar zapatos y mi cartera. —Espera, espera, ¿a dónde vas? —escuché la voz de Leonardo desde el piso de abajo. Me asomé por el barandal del pasillo y lo miré desde arriba. —Iré a casa de Bárbara, su hermano está actuando extraño y me pidió ayuda. —¿Y por qué tú? —se cruzó de brazos. —¿Porque soy su amiga y su hermano me tiene confianza? —me encogí de hombros. —Bueno iré contigo —se movió para ir a ponerse los zapatos pero antes, volvió a su lugar inicial y me sonrió. —¿Qué? —pregunté extrañada. —Linda vista —sonrió coquetamente. Bajé la mirada y vi que tenía vestido, al estar en el piso de arriba, él podía ver mi ropa interior. Lo miré con cara de pocos amigos y entré nuevamente a mi habitación a buscar lo que me faltaba. Ya cuando comencé a bajar las escaleras, Leonardo estaba esperándome en la puerta principal. Nos tardamos menos de 20 minutos en llegar a la casa de Bárbara. vivía en una urbanización con casas realmente hermosas, no eran algo que era carísimo hasta para mi padre y para mí, pero eran unas casas bastantes grandes, muy familiares. Mi amiga vivía con sus padres y sus 2 hermanos, ambos varones. Ella era la del medio, su hermano mayor tenía ya 30 años y su hermano menor, que era el del problema, tenía 17 años. Nos bajamos de su camioneta, ya que Leonardo se indignaba al utilizar mi auto y tocamos la puerta. A los pocos segundos, la madre de Bárbara me abrió la puerta. —Buenas tardes, señora Renault —dije amablemente, sonriendo. —Hola, cariño. Bárbara me dijo que vendrías, pero no con un acompañante —la madre de mi amiga me sonrió y miró a mi niñero. —Mucho gusto, mi nombre es Leonardo, soy el guard… —lo interrumpí rápidamente. —Es un aprendiz de mi padre que se mudó recientemente a la ciudad, mi padre me pidió que mientras él no estuviese, yo le enseñara la ciudad y como no podía dejarlo solo, vino conmigo. Espero no sea de mucha molestia —sonreí apenada y con el corazón a millón. Nunca había mentido tan bien en mi vida, de verdad cuando estaba bajo presión, mis neuronas mentirosas funcionaban más rápidas y efectivas. La madre de mi amiga asintió convencida y nos dejó pasar a ambos. Cuando entramos en la casa, ella se disculpó con nosotros y fue a la cocina. Leonardo me miró feo. —¿Por qué no me dejaste decir que era tu guardaespaldas? —susurraba, para que nadie más escuchara. —¿De verdad quieres andar diciéndole a las personas que tú eres un guardaespaldas? —contesté con el mismo tono de voz que él. —¿Qué tiene de malo? —Tengo 19 años y mi padre te contrató para cuidarme mientras él está fuera, no eres un guardaespaldas, eres mi niñero. No quiero que las personas se enteren que tengo un niñero. Nos quedamos mirando unos segundos y finalmente, Leonardo suspiró y asintió, derrotado. —Está bien, si tú dices. —¡Hey, chicos! Llegaron, vengan suban —Bárbara se asomó por las escaleras y nosotros comenzamos a subir. —Bueno, dime qué sucede con tu hermano. Entramos en su habitación y yo dejé mi cartera sobre su cama. Ella no tenía un gran cuarto pero era bastante grande, tenía una cama individual y un escritorio. Leonardo se quedó parado intentando no estorbar en el lugar, mi amiga se sentó como indio en la silla del escritorio y nos vio a ambos. —Lleva dos días encerrado en su habitación, no quiere salir, no quiere hablar con nadie, no quiere hacer absolutamente nada. Le dije para que practicáramos algo como siempre y no quiso. Hace como 5 días que él terminó con su novia y creo que anda mal por eso —Bárbara se encogió de hombros y se cruzó de brazos. —¿Y por qué nos llamaste para venir? —dijo Leonardo, después de escuchar la explicación. —¿Nos llamaste? ¿Perdón, de quién era el celular que sonaba? ¿El tuyo o el mío? —me crucé de brazos y lo enfrenté, mirándolo feo. —Chicos, chicos, no peleen —Bárbara hizo unas mímicas con las manos para que nos tranquilizáramos y continuó hablando—. Lo que sucede es que mi hermano tiene un gran afecto hacia Miranda, por eso la llamé, esperando que ella pudiese ayudarlo en algo. Dirigí una mirada fugaz a Leonardo algo molesta y me fui al cuarto de Tony, toqué varias veces la puerta y nadie me abrió. Volví a tocar. —¿Tony? Soy yo, Miranda, ábreme —nadie me contestó—. Tony Renault, ábrame esta estúpida puerta antes de que busque la llave y… Abrieron repentinamente la puerta. Un muchacho alto, más o menos del tamaño de Leonardo, muy parecido a Barbie, sólo que hombre, me miró con sus ojos de color verdes muy parecidos a los míos, su cabello color marrón claro, casi llegando a ser rubio estaba desordenado. Parecía como si recién se hubiese levantado de la cama en días. —¿Qué? —su voz sonó más ronca y varonil de lo que recordaba. —¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué andas tan deprimido? —pregunté, sinceramente preocupada. —No es de tu incumbencia, Miranda —Tony iba a cerrarme la puerta en la cara, cuando puse una mano para detenerlo. Lo empujé ligeramente y cerré la puerta detrás de mí. —Bien, no nos iremos de aquí hasta que lo sea entonces —agarré la silla de su computadora y la puse contra la puerta, sentándome en ella con los brazos cruzados. Tony rodó los ojos y se acostó en su cama como si estuviera muy cansado. Se puso ambas manos en sus ojos. —¿Por qué haces esto? ¿Bárbara te llamó y te obligó a venir? —Sí me llamó, pero no me obligó. A decir verdad, cuando dijo que tenías algún problema, vine lo más rápido que pude. Me importas, Tony. Dime qué es lo que está pasando. La habitación adoptó un silencio el cual estaba esperando a que Tony rompiera, pero como no decía nada, cuando abrí la boca para seguir insistiendo a que hablara conmigo, escuché que suspiró y se apoyó en sus codos para verme. —Bien, hablaré contigo pero con una condición poco ortodoxa —dijo bastante serio. Al principio me asusté de lo que llegase a pedirme, pero finalmente accedí asintiendo una vez—. ¿Puedes venir y acostarte a mi lado? Suspiré aliviada, porque no era algo tan ortodoxo como yo había imaginado. Me acosté a su lado y miré el techo y él apoyó su cabeza sobre ambas manos, detrás de su cuello. —Dime, ¿qué sucedió? —Mi novia me engañó. —Pero… —Con mi mejor amigo. —¡¿Qué?! —me senté y lo miré realmente sorprendida. Tony sonrió con desgana y me agarró del brazo para que me acostara nuevamente a su lado—. Pero ¿cómo? Quiero decir, ¿por qué? —No lo sé, pregúntale a ella. ¿Cómo? ¿Es necesario que te lo diga? —negué rápidamente con la cabeza. Ambos nos quedamos callados unos minutos, sólo mirábamos el techo. Qué cruel puede llegar a ser la vida. Menos mal mi amiga me llamó, ¿quién diría que Tony iba a estar en la misma posición que yo, dos años atrás?
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