—¡Eres un… —me quedé con la palabra en la boca, señalándole con el dedo índice. La verdad es que no tenía ni idea del insulto que podía decirle, no se me ocurría uno bueno. —¿Un? Vamos, tú puedes —su tono de voz era burlón. Me quedé callada unos momentos, pensando rápido qué podría decirle, pero nada venía a mi cabeza en ese momento. —La verdad, no sé qué responderte —admití a regañadientes. Me encogí en mi asiento y me crucé de brazos, frunciendo el entrecejo y mirando hacia la ventana. Leonardo volvió a reírse, haciéndome sentir un cosquilleo agradable en mi estómago y no dijo más nada en lo que restaba de viaje. Después de esa conversación, no hablamos más que para detenernos si debía ir al baño o comer algo o cosas por ese estilo. Ya no faltaba mucho para llegar y nos habíamos