—¡Qué mentiroso! —me acusó nuevamente con su dedo índice—. Es imposible que yo haya dicho algo como eso.
—¿Nunca te han dicho que es de mala educación interrumpir a una persona que está hablando? —la miré con reproche y ella se cruzó de brazos—. Y no me llames mentiroso.
—Mentiroso —murmuró y frunció el ceño.
Negué varias veces con la cabeza y rodé los ojos con impaciencia.
—Cállate y escucha.
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La agarré de las caderas y la volteé de nuevo, para que quedara debajo de mí, esta vez ahora tenía sus piernas a los lados de mis caderas. Ahora era yo quien besaba su cuello con ansia.
Sí estaba pasando, esta vez no lo estaba soñando como en las noches anteriores. Ahora estaba debajo de mí, en traje de baño, lo más cerca a ropa interior y ella estaba más que contenta por esta
