Después de aquella vergonzosa, e inesperada, declaración, salió de su casa y puso sus pies rumbo al club de caballeros. Necesitó varios tragos para volver a sus cabales y, cuando finalmente estuvo listo para partir, el mundo tembló bajo sus zapatos.
La borrachera no lo dejaba caminar en línea recta, mientras que en su mente solo se repetía una y otra vez la estupidez que había cometido. ¿Para qué decirle aquello a Camila si ella lo despreciaba en cada encuentro? ¿Debía ponerse así en ridículo? Sonrió con tristeza. ¡Dios, esa niña! Esa niña era todo lo que su dañado espíritu esperaba. Parecía que todos esos años de tormento y tortura acababan de un momento a otro en cuanto la tenía enfrente. Es que Camila era pura energía, proyectada de la manera más hermosa y con una fuerza implacable, tan diferente a Franchesca. Pobre muchacha aquella, y todo había terminado por su culpa.
¡Encima ahora Camila tenía las mismas locas ideas que Franchesca! No, él no podía permitir que aquello volviera a azotar su vida.
Como pudo se encaminó hacia la casa de los Olazabal, debía hablar con Camila, hacerla recapacitar. Caminó a paso vacilante y, en cuanto estuvo a unos cuantos metros de llegar, se encontró a uno de sus empleados que regresaba, al igual que él, de alguna fiesta en los barrios bajos.
—¡Señor Rodríguez! — gritó el mestizo corriendo hasta alcanzarlo. Al parecer el muchacho estaba en sus cabales—. ¿Hacia dónde va? — preguntó mientras lo sujetaba para ayudarlo a caminar.
—Necesito — comenzó a decir arrastrando demasiado las palabras y dejando salir ese olor a brandy y cigarrillo —, necesito ver a la señorita Camila. Es urgente — pidió seriamente colgado del brazo de aquel hombre.
—Bien. Tranquilo. Yo lo llevo — aseguró el muchacho y se encaminó a la casa de sus patrones, después de todo Juan Pedro era un importante socio del señor.
Al llegar al hogar, el señor Olazabal dispuso de una habitación para el hombre, que ni bien se recostó sobre el cómodo colchón cayó en un profundo sueño.
Camila, por su parte, se quedó dentro de la habitación hasta que dejó de oír los ruidos en el pasillo. Cuando estuvo segura que todos se marcharon a descansar, salió sigilosamente de su cuarto para marchar hacia el de Juan. En varias oportunidades estuvo a punto de regresar sobre sus pasos, pero finalmente terminó por acceder al espacio donde el señor Rodríguez descansaba.
—Juan — lo llamó en un susurro —. Juan, ¿se encuentra bien? — preguntó llegando al borde de la cama y contemplando el perfil de aquel imponente hombre.
Debía admitirlo, era bien parecido y su presencia, absolutamente arrogante y poderosa, hacía suspirar a más de una.
Trató de contener las ganas pero finalmente no pudo aguantar la necesidad de acariciar su oscuro cabello. Dejó que los dedos se hundieran en esa mota revuelta, sintiendo lo sedoso de cada hebra y deleitándose por el aroma que desprendía. Notó que aún llevaba la ropa de la tarde y no pudo evitar recordar aquella extraña frase que le susurró al oído, dejándola embobada un buen tiempo dentro de ese pequeño cuartucho.
Juan se removió un poco en su lugar al sentir aquel suave tacto, pero casi al instante volvió a caer en la inconsciencia, no sin antes susurrar un "Franchesca " que congeló a la muchacha.
—¿Quién… qué? — ¡Oh, Dios! ¡Qué estúpida había sido! Juan tenía esa fama de mujeriego, ella lo sabía, Sofía se lo había comentado también, sin embargo pensó, ¿qué demonios pensó? Ni siquiera podía intentar procesar aquello, por lo tanto se puso de pie con lentitud, contemplando aquel hombre que dormía profundamente en esa habitación de invitados.
En el momento exacto que estaba por salir pudo escuchar con claridad un "Franchesca", murmurado con dolor, como si fuese un tormento pronunciar aquel nombre.
Bien, el corazón de Juan ya tenía dueña y ella no pintaba ningún papel importante en aquel teatro. Mejor volver a lo que era hasta hace unas horas y olvidar por completo esos intensos momentos dentro de la pequeña habitación de herramientas.
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Si bien Camila siempre se comportaba extraña con él, esa mañana había sido completamente diferente. Algo en su mirada le indicaba que no todo estaba puesto sobre la mesa y que había alguna situación que él desconocía.
No iba a darle demasiadas vueltas a aquel asunto, no iba a pensar demasiado en Camila cuando estaba a punto de reunirse con su buen amigo Mariano. El rubio, hablador como pocos, lo puso un poco al tanto de la historia de Villoldo y su bonita Camila. ¡Claro que él no iba a quedarse de brazos cruzados viendo como ese idiota se quería adueñar de algo que no le correspondía! Es por eso que en cuanto lo encontró, a la salida del club, debió contener todo su mal carácter para no golpearlo directo en la cara. ¡Ese imbécil no lo iba a venir a regañar como a un niño pequeño solo porque había intercambiado dos insignificantes palabras con Camila y su prima!
A ver, Juan sabía, por propia mano de Mercedes, que habían desayunado juntos en el club de campo. También le comentó del paseo por la tarde siguiente y el almuerzo dos días después de aquello. ¿Y qué rayos hacía él en todo ese tiempo? Negocios. Porque Villoldo tenía dinero, pero no era un hombre de negocios y por eso su familia, si bien tenía buenos ingresos, no lograba aumentar sus ganancias. No, querido señor, para aumentar el grueso de la fortuna familiar hay que pasar horas enteras, encerrado en una habitación, conversando con personas que pueden agradar o no, pero con las que cerrarás tratos y lograrás hacerte un poco más rico cada día. Él llevaba una vida de hacerlo y, por primera vez, detestaba tener que estar allí en vez de disfrutando de la compañía de una buena señorita.
—Mercedes — llamó en cuanto puso un pie en su hogar. La muchacha apareció en el pasillo, saliendo de la salita del té.
—Primo, ¿sucede algo? — preguntó realmente preocupada. Tal vez Juan se enteró de lo suyo con Tomás y por eso venía tan enfadado.
—Mañana invitá a la señorita Camila a cenar. Decile que es algo tuyo. No mencionés que voy a estar presente— decretó casi sin parar su andar escalera arriba, dirigiendo su enfadado cuerpo hacia la habitación.
Mercedes se quedó congelada unos instantes en el pasillo y luego sonrió. Tal vez su primo por fin haría algo con aquella situación.
NOTA: Si no recuerdan los acontecimientos de esa mañana vayan al capítulo 31 de Sofía.