Capítulo 8

2074 Words
Por primera vez en… bueno, prácticamente en su vida, Camila fue al club de campo por voluntad propia. Es que su buena amiga Esther había regresado de su viaje y quería pasar un agradable momento junto a ella. La muchacha Acuña vivía más tiempo arriba de un carruaje, yendo de un lugar a otro, que en su propia habitación.  Ambas jóvenes iban enfrascadas en una interesante discusión sobre algunos descubrimientos recientes que la señorita Acuña había hecho sobre el cuerpo masculino, por lo tanto mantenían el tono susurrado mientras caminaban por el enorme salón. Al llegar a una de las mesas Camila pudo distinguir el cabello alborotado y cobrizo de cierto caballero. Sin pensarlo demasiado tiró de su amiga para plantarla frente a Mauricio y hacer las presentaciones correspondientes. Si bien Mendoza no tenía una sociedad muy amplia, Esther casi nunca se presentaba en las reuniones sociales y era principalmente conocida sólo de palabra. La muchacha parecía más una leyenda que una jovencita de diecinueve años de carne y hueso. —Señor Villoldo — llamó suavemente Camila y Mauricio giró para contemplarla. El pobre hombre no hubiese estado preparado jamás para lo que contemplaban sus ojos. Esa delicada muchachita de cabello n***o como la noche y ojos brillantes, oscuros y profundos, lo contemplaba a él expectante, con las mejillas ligeramente sonrojadas y sus abultados labios carnosos apenas apretados, resultando todo en un conjunto adorable. —Buen día, señoritas — pudo decir luego de aclarar su garganta y salir de aquel trance momentáneo.  —Señor, le presento a mi buena amiga Esther Acuña. Esther, él es el señor Villoldo — indicó señalando al hombre —, quien está al tanto de ya sabés qué— susurró pero el hombre pudo escuchar con claridad aquello, por lo tanto sonrió en complicidad. —Un gusto conocerlo — respondió Esther inclinándose. Si su aspecto lo había dejado atontado, su voz, ¡Oh, su voz! Esther poseía un tono grave y sedoso, como si arrullara un niño al hablar, era simplemente exquisito. —Si gustan podemos desayunar juntos. Ya tengo mi mesa lista— dijo señalando a un costado. —Me encantaría— afirmó entusiasmada Camila y su amiga asintió en silencio. Se sentaron en aquella mesita redonda, quedando Esther justo enfrente a Mauricio, por lo que el hombre se tomó todo el tiempo del mundo para contemplarla, para guardar en su memoria cada detalle de la muchachita.  Una enorme figura se plantó frente a la mesa y la sonrisa de Camila se extendió al notar que era Omar. El recién llegado se presentó con el hombre que acompañaba a su hermana y la amiga de ésta, y dejó caer su fuerte cuerpo sobre la silla, uniéndose al banquete sin ser invitado. —Esther, no le hagas caso a Camila — dijo el muchacho riendo mientras devoraba un panecillo, sí, nada que envidiar a los modales de los peones del campo —, está celosa de que yo puedo hacerlo sin ser juzgado y ella no — finalizó sonriendo. —Omar, deja de molestar a mi amiga — lo regañó con una suave sonrisa —, bien sabes que ella lo haría aunque el mundo le dijera que no. —Perdón, ¿haría qué? — tuvo que preguntar Villoldo que se había perdido buena parte de la conversación por estar metido en sus pensamientos sobre aquella hermosa mujer que lo miraba divertida. —Camila quiere saber por qué nosotras no podemos vivir sin casarnos, pero ustedes prácticamente sí. Eso es… —Injusto — interrumpió firmemente—. Éste— dijo refiriéndose a Omar — no tiene una pizca de buenos modales — explicó mirándolo con una sonrisa de complicidad que el acusado respondió—, pero ahí lo tenemos, con miles de muchachitas detrás intentando que las despose. En cambio nosotras debemos cuidar hasta el largo de nuestras uñas para poder ser elegibles — dijo remarcando la última palabra con sus dedos, haciendo comillas al aire con los mismos.  —Soy encantador, señorita, por eso me quieren — rebatió Omar demasiado divertido. —Vamos, no sos encantador, sos asquerosamente rico. ¡Si hasta eres el director de tu propia gacetilla! — respondió ella arrancando una carcajada de su receptor.  Mauricio contemplaba el panorama sin saber qué agregar a aquello. Debía aceptar que Camila tenía razón, es más, en varias ocasiones ella misma había terminado debatiendo sola, en largos monólogos, sobre las causas que le resultaban injustas. Él simplemente la escuchaba ya que le resultaba estimulante tal visión, pero no podía dar crédito a que realmente no quisiera casarse. Pensó que era una estrategia de ella para atraerlo aún más, lo típico de hacerse la desinteresada por un tema que realmente era de su mayor importancia, pero viendo en retrospectiva tal vez no era ese el caso, tal vez ella sí no estaba dispuesta a casarse. ¡Oh, Dios! Él ya tenía el anillo guardado en casa, estaba dispuesto a pedírselo pero ahora… Bien, en realidad debía aceptar algo que estaba claramente allí. Antes no quiso prestar atención al discurso de Camila porque era un casamiento conveniente el que tendría si llegaba a aceptar, hasta se había peleado con el señor Rodríguez por la desfachatez que tuvo con la señorita, pero ahora, con Esther sentada frente a él, riendo con esa suavidad tan suya, todo lo que tenía planeado… No, debía parar allí. Él no era un crío que se enamoraba y dejaba todo, estaba por cumplir sus treinta y necesitaba sentar cabeza, su familia lo exigía como el siguiente hijo en la línea cronológica. Antes todas las presiones caían sobre su hermano mayor, Pascual, pero ahora que estaba casado las miradas rápidamente se posaron sobre él. No podía tirar por la borda los avances con Camila por un fugaz… —Señor — La voz de Esther lo trajo nuevamente a la realidad—, ¿se encuentra bien? — preguntó posando su mano delicadamente sobre la de él.  Necesitó tragar con fuerza antes de asentir suavemente. —¿Usted qué opina? — preguntó a la morocha una vez que pudo encontrar su voz. —¿Yo? — dijo ella divertida mientras se señalaba —. Yo no estoy en contra del matrimonio, como mi amiga aquí presente, pero solo lo haré si estoy realmente enamorada. —Y sus hermanos mayores aprueban al sujeto en cuestión— agregó Omar mirándolo directo. —Vamos, Esther, que la mayoría aquí no está casado por amor — bufó Camila haciendo reír un poco a Mauricio por su actitud berrinchuda. —Camila, a veces la gente se casa por otro fin y termina enamorándose— explicó Mauricio como si le hablara a una niña pequeña —, creo que la base de un buen lazo es la amistad, el respeto y el compañerismo. Eso puede derivar en amor o amistad, en ambos casos creo que son buenos finales. —Puede ser — afirmó ella en un murmullo —. Preferiría ser amiga de mi marido a ser su completa enemiga. Pensó en sus padres y esa relación no amorosa que tenían. Siendo un matrimonio forzado ambos se veían en calma cuando se acompañaban, ¡hasta habían podido tener a una hija! Tal vez la idea descabellada de aceptar a un buen hombre que le asegurara ciertas condiciones, no solo económicas, sino afectivas, no era tan mala después de todo. ---------------------- Al regresar a su casa se encontró con aquel papel donde, en letra clara y prolija, Mercedes la invitaba a cenar y quedarse a pasar la noche para evitar que volviera tarde a su hogar. Contra todo lo que Camila creyó su madre aceptó encantada que fuera a dicha cena, así reforzaría los lazos de amistad con tal renombrada familia. Después de todo, según lo que le contó Magdalena, su plan de la mañana anterior no había salido demasiado bien. Al caer la tarde Camila se montó en el carruaje y, enfundada en un bello vestido borravino, se dirigió a la imponente casa de Juan. Ni bien estuvo en la puerta, Mercedes salió a recibirla, con una amplia sonrisa en su rostro que a ella siempre le devolvía esa sensación de inocencia. —Camila — dijo abrazándola con fuerza —, me alegra que hayas venido. Vamos adentro— agregó tirando de ella hacia el interior de la casa y luego al salón principal. Debía aceptar que el hogar de los Rodríguez era imponente, tal cual sus habitantes. Las molduras en el borde del techo, la decoración y el mobiliario, todo y cada uno de los detalles, indicaba la enorme fortuna que amasaba aquella familia. Es que era de conocimiento común que Juan era un hombre implacable en los negocios, tan certero para predecir en qué invertir, como inflexible ante los errores. Eso le había dado unos cuantos buenos socios y un puñado de enemigos. —Ya está lista la cena — indicó la muchacha del servicio y ellas la siguieron mientras Camila contaba de su mañana en el club. Ni bien puso un pie dentro del salón su ceño se frunció. Allí estaba Juan Pedro, tan imponente y poderoso como siempre, observándola con esa sonrisa de costado clavada en el rostro. Camila evitó rodar los ojos, después de todo la habían invitado a cenar y él pagaría aquello, por lo que se inclinó en una estudiada reverencia antes de caminar hacia su lugar. Se sentó enfrente de su amiga, dejando un puesto libre entre ella y la cabecera de mesa, lugar ocupado por el anfitrión. Ya listas en sus sitios continuaron con la conversación que venían manteniendo, mientras que Juan se mordía la lengua para no interceder y mantener el silencio que le había prometido a su prima. —Oh, Camila, lo siento. Me duele horriblemente la cabeza — exclamó Mercedes, un tanto exagerado para el gusto de Juan, pero no importaba si finalmente daba buenos resultados —. Me voy a retirar. Vos terminá tranquila la cena — dijo poniéndose de pie ante la desconcertada mirada de su amiga —. Juan, sé bueno y hacele compañía— ordenó antes de dejar la sala. —¿Qué es todo esto? — preguntó Camila volviendo a comer su postre de chocolate, sin siquiera dignarse a mirarlo. —La cena, querida — explicó él burlesco como siempre. —No me refiero a lo que hay sobre la mesa, me refiero a la situación.  —Mi primita no se sentía bien y debió ir a recostarse, no creo que sea una situación tan compleja — continuó en su tono que estaba a punto de hacerla estallar. —Ya lo sé. Pero por qué me suena a mentira — rebatió ella apretando la mandíbula y los cubiertos. —Querida, no puedo permitir que llames mentirosa a mi prima — respondió con falsa indignación.  —Vamos, Juan, ¿de qué viene el asunto? — cuestionó soltando los cubiertos y girándose para verlo de frente. —De saber qué pasa con vos. Ayer en la mañana fuiste demasiado… demasiado… —¿Distante? ¿Egoísta? ¿Caprichosa? ¿Molesta? — escupió una tras otra. —Infantil — sentenció. Bueno, si quería arreglar las cosas eligió la peor palabra. Camila se puso de pie, completamente enfadada, dispuesta a salir de allí. En dos grandes zancadas Juan la pudo detener, sujetando suavemente su brazo para obligarla a girarse y encararlo. —No quise decirlo así. Me refería a que no sé qué sucedió, por qué estabas tan enfadada — explicó suavemente, mirando sus bonitos ojos café. —No estaba enfadada, todo está muy bien — intentó sonar casual pero falló estrepitosamente. —Camila — advirtió el hombre bajando su mano suavemente hasta su delicada cintura —. ¿Qué te molestó? — preguntó. —Mire, señor — dijo ella apartándose, si lo dejaba continuar iba a terminar cayendo en los brazos de ese casanova —, usted no tiene por qué darme explicaciones de nada ni yo pedirlas. Solo soy amiga de su prima y, seguramente, le parezco una chiquilla caprichosa, como a la mayoría de esta ciudad — Juan no podía seguir el ritmo de los pensamientos de Camila. Es que en realidad ella misma parecía contrariada —, asique yo solo me retiraré.  —Vamos, Camila — pidió sujetándola nuevamente cuando intentó salir —, decime qué sucede. —Franchesca — escupió dejándolo congelado. Como el hombre no reaccionó, ella tomó aquel silencio como señal para salir de allí. 
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