CAPÍTULO SIETE Sin acceso a los recursos de la comisaría, Avery tuvo que recurrir a las mismas herramientas básicas que cualquier otra persona en el planeta. Comenzó a buscar en Google con una taza de café y unos bollos rancios que encontró en la despensa de Ramírez. Por los expedientes que había traído consigo, sabía los nombres de los tres profesores que habían trabajado en estrecha colaboración con Howard durante su tiempo en la Universidad de Harvard. Uno de ellos falleció el año pasado, dejando solo dos fuentes potenciales. Tecleó sus nombres en Google, hizo clic hasta llegar a las páginas adecuadas y guardó sus números en su teléfono. Mientras trabajaba, Rose entró a la cocina. Se dirigió a la cafetera. “Café. Excelente”. “¿Cómo dormiste?”, preguntó Avery. “Malísimo. Son las sie