CAPÍTULO UNO

1808 Words
CAPÍTULO UNO Avery se sentía como si hubiera pasado las últimas dos semanas en alguna extraña cámara de aislamiento. Había entrado en ella por voluntad propia porque, francamente, no había ningún otro lugar en el que quería estar, salvo en las paredes estériles de la habitación de hospital en el que Ramírez aún se aferraba a la vida por los pelos. Su teléfono sonaba cada cierto tiempo con llamadas o mensajes de texto, pero rara vez los miraba. Su soledad solo era interrumpida por las enfermeras, los médicos y Rose. Avery sabía que probablemente estaba asustando a su hija. A decir verdad, también estaba empezando a asustarse a sí misma. Había estado deprimida antes, durante sus años de adolescencia y después de su divorcio, pero esto era algo nuevo. Esto iba más allá de la depresión, a un lugar en el que se la pasaba preguntándose si la vida que estaba viviendo en realidad seguía siendo suya. Sucedió hace dos semanas, más bien trece días, para ser exactos. Ese día Ramírez empeoró después de una cirugía para reparar los daños causados por una herida de bala que estuvo a meros centímetros de perforar su corazón. Los médicos dijeron que ahora tenía insuficiencia cardíaca. La situación era delicada; podría llegar a recuperarse totalmente en cualquier momento o podría fallecer cuando menos se lo esperaban. No había forma de saberlo con certeza. Había perdido mucha sangre en el tiroteo, técnicamente estuvo muerto durante cuarenta y dos segundos después de la insuficiencia cardíaca, y las cosas no se veían bien. Todo eso había sido seguido por las otras noticias terribles que recibió tan solo veinte minutos después de hablar con el médico. Howard Randall se había escapado de prisión. Y ahora, dos semanas después, aún no había sido capturado. Y si necesitaba un recordatorio de ese hecho terrible (que realmente no era el caso), lo veía por televisión cada vez que se dignaba a encenderlo. Se quedaba sentada como un zombi en la habitación de Ramírez viendo las noticias. Incluso cuando el escape de Howard no era el titular, aparecía en el teletipo dinámico en la parte inferior de la pantalla. Howard Randall sigue prófugo. Las autoridades no tienen respuestas. Toda la ciudad de Boston estaba nerviosa. Era como estar al borde de la guerra con otro país sin nombre y estar esperando que las bombas comenzaran a caer. Finley había intentado llamarla varias veces y O’Malley incluso había asomado su cabeza en la habitación en dos ocasiones. Incluso Connelly parecía estar preocupado por su bienestar, expresándolo en un mensaje de texto simple que todavía miraba con una especie de apreciación muda. Tómate tu tiempo. Llama si necesitas algo. Le estaban dando espacio y tiempo para hacer el luto. Ella lo sabía y se sentía un poco tonta debido al hecho de que Ramírez aún no estaba muerto. Pero este tiempo también era para permitirle procesar el trauma de lo que le había sucedido durante el último caso. Aún sentía escalofríos al pensarlo, al recordar la sensación de casi haberse muerto de frío en dos ocasiones separadas, adentro de un congelador industrial y por caer en aguas casi congeladas. Pero también le atormentaba el hecho de que Howard Randall estaba prófugo. Se había escapado de alguna manera, promoviendo aún más su imagen ya enigmática. Había visto en las noticias que personas de mala reputación estaban elogiando a Howard por sus habilidades de escaparse de la cárcel sin dejar rastro. Avery pensó en todo esto sentada en uno de los sillones reclinables que una enfermera amable había colocado en la habitación al darse cuenta de que pasaría allí un buen rato. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ring de su teléfono. Era el único sonido que permitía últimamente, una señal de que Rose quería comunicarse con ella. Avery miró su teléfono y vio que su hija le había enviado un mensaje de texto. ¿Cómo estás, mamá? ¿Sigues en el hospital? Ya no puedes seguir así. Sal a tomarte un trago con tu hija. Por deber más que por cualquier otra cosa, Avery le respondió. Tú no tienes 21. La respuesta llegó de inmediato: Ay mamá, qué tierno. Hay muchas cosas que no sabes de mí. Y quizás te cuente algunos de esos secretos si sales conmigo. Solo una noche. Él estará bien sin ti. Avery colocó su teléfono a un lado. Sabía que Rose tenía razón, aunque no pudo evitar sentirse atormentada por la posibilidad de que Ramírez podría despertar mientras que ella estaba ausente. Y nadie estaría allí para darle la bienvenida, para tomar su mano y explicarle lo que había sucedido. Se bajó del sillón reclinable y se acercó a él. Había superado el hecho de que se veía débil, conectado a máquinas y con un tubo delgado que recorría su garganta. Cuando recordaba por qué estaba allí, cuando recordaba que había recibido un disparo que quizás la habría alcanzado a ella, se veía más fuerte que nunca. Pasó sus manos por su cabello y le besó la frente. Luego tomó su mano y se sentó en el borde de la cama. Aunque jamás se lo diría a nadie, le había hablado varias veces, con la esperanza de que pudiera oírla. Lo estaba haciendo ahora, sintiéndose un poco tonta al principio, como de costumbre, pero acostumbrándose poco después. “Mira, no he salido del hospital en tres días. Necesito ducharme. Quiero comerme algo decente y tomarme una taza de buen café. Voy a salir un rato, ¿de acuerdo?”, le dijo. Ella le apretó la mano, su corazón rompiéndose un poco cuando se dio cuenta de que estaba esperando ingenuamente que él le apretara la suya. Le dio una mirada suplicante, suspiró y luego cogió su teléfono. Miró el televisor antes de salir de la habitación. Agarró el control remoto para apagarlo y vio un rostro que había pasado las últimas dos semanas tratando de sacarse de la mente. Howard Randall la miraba, su foto policial en el medio de la pantalla mientras que un presentador de noticias serio leía algo de un teleprompter. Avery apagó el televisor con disgusto y salió de la habitación rápidamente, como si la imagen de Howard en la pantalla hubiera sido un fantasma que quería atormentarla. *** Saber que Ramírez había estado a punto de mudarse con ella (y, según el anillo que había sido descubierto en su bolsillo, también a punto de pedirle que se casara con él) hacía que regresar a su apartamento fuera lúgubre. Observó los alrededores a lo que entró. El lugar se veía muerto. Se sentía como si nadie hubiera vivido allí en mucho tiempo, un lugar que estaba esperando ser despojado, repintado y alquilado a otra persona. Pensó en llamar a Rose. Podrían pasar el rato y pedir una pizza. Pero sabía que Rose querría hablar de lo que estaba pasando y Avery todavía no estaba preparada para eso. Por lo general procesaba las cosas bastante rápido, pero esto era diferente. El hecho de que Ramírez estaba en peligro y que Howard Randall había escapado... era demasiado para ella. Aunque el lugar realmente ya no se sentía como su casa, anhelaba estirarse en ese sofá. Y su cama estaba llamando su nombre. “Sigue siendo mi hogar”, pensó. “Solo porque Ramírez no sobreviva y no termine aquí contigo no significa que este no sigue siendo tu hogar. No seas tan dramática”. Y allí estaba, tan claro como el agua. Hasta ahora había logrado proteger sus pensamientos contra esa realidad pero, ahora que había pensado en ello, era un poco más asombroso de lo que había supuesto. Con los hombros caídos, se dirigió al baño. Se desnudó, se metió en la bañera, cerró la cortina y abrió el agua caliente. Se quedó allí durante varios minutos antes de tocar el jabón o champú, dejando que el agua relajara sus músculos. Cerró la ducha cuando termino de asearse, metió el tapón en la bañera y dejó que la bañera comenzara a llenarse con agua caliente. Se sentó a lo que se llenó, permitiéndose a sí misma relajarse un poco. Cuando el agua estaba en el borde, cerró el grifo con la punta del pie y luego cerró los ojos. El único sonido en el apartamento era el goteo lento y rítmico del exceso de agua del grifo y el sonido de su propia respiración. Y poco después, un tercer sonido: el llanto de Avery. Había logrado mantenerse calmada, no queriendo mostrar ese lado de sí misma en el hospital y no queriendo que Ramírez lo escuchara, si es que podía escuchar en absoluto. Aunque se había metido en el baño de su habitación unas cuantas veces para llorar un poco, esta era la primera vez que se desahogaba bien. Lloró en la bañera y, justo cuando la idea de que Ramírez posiblemente no sobreviviría finalmente pasó por su mente, su llanto se intensificó un poco. Siguió llorando y no salió de la bañera hasta que el agua se volvió tibia y sus pies y manos estaban arrugados. Cuando por fin salió, oliendo como un ser humano normal y habiéndose desahogado un poco, se sintió mucho mejor. Después de vestirse, incluso se tomó el tiempo para ponerse un poco de maquillaje y logró arreglarse el cabello. Luego se aventuró a la cocina, se sirvió un plato de cereal como una merienda vespertina y revisó su teléfono, que había dejado sobre la encimera de la cocina. Tenía tres mensajes de voz y ocho mensajes de texto. Todos eran de números que conocía. Dos eran de la comisaría. Los otros eran de Finley y O’Malley. Uno de los mensajes de texto era de Connelly. Fue el último que le había llegado, hace siete minutos, y no fue nada sutil. El mensaje de texto decía: Avery, ¡más te vale que contestes tu maldito teléfono si valoras tu trabajo! Sabía que solo quería asustarla, pero el hecho de que Connelly le había enviado un mensaje de texto significaba que algo pasaba. Connelly rara vez enviaba mensajes. Algo grave tenía que estar pasando. No se molestó en comprobar los mensajes de voz. En vez decidió llamar a O’Malley. No quería hablar con Finley porque solía portarse extraño en situaciones incómodas. Y no quería hablar con Connelly ya que de seguro estaba de mal humor. O’Malley respondió casi de inmediato. “Avery. Dios... ¿dónde demonios has estado?”. “En la bañera”. “¿Estás en tu apartamento?”. “Sí. ¿Hay algún problema? Vi que Connelly me envió un mensaje de texto. ¡Un mensaje de texto! ¿Qué pasa?”. “Pasó algo grave y... si te sientes preparada, queremos que trabajes en ello. En realidad... incluso si no te sientes preparada, Connelly te quiere aquí”. “¿Por qué?”, preguntó, intrigada. “¿Qué pasó?”. “Solo... solo vente a la comisaría”. Ella suspiró, dándose cuenta de que la idea de volver a trabajar realmente la hacía sentirse bien. Tal vez le daría un poco de energía. Tal vez lograría sacarla de esta depresión terrible en la que había estado durante las últimas dos semanas. “¿Qué es tan importante?”, preguntó. “Tenemos un asesinato”, dijo O’Malley. “Y estamos seguros de que fue obra de Howard Randall”.
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