La empleada que esperaba por la jequesa en la puerta del palacete de la familia Khalil, tenía el corazón en la boca y los nervios a flor de piel. Úrsula llegó a su residencia agarrada del brazo de su chofer. Un joven veinte años menor que ella. Ellos compartían risas, caricias y miradas muy íntimas. Un comportamiento inadecuado para la dueña de la casa con un humilde empleado muerto de hambre. —Señora… señora… —murmuró la empleada corriendo detrás de su jefa. —¡Señora, por favor, escúcheme hay algo que debe saber…! —¡Cállate Zeyneb!—ordenó Úrsula con autoridad. —Sabes que no soporto escuchar la voz de los empleados en mi palacio. Me da asco oír a seres tan miserables y analfabetos hablando! —escupió molesta girándose para ver a su empleada y la mujer agachó la cabeza —No vuelvas a mo