El sonido del reloj de pared era lo único que rompía el silencio en el despacho de Jeremy Wong. Una oficina modesta, con estanterías llenas de códigos y manuales legales perfectamente organizados. Una ventana permitía que la luz de la tarde bañara la habitación, pero el ambiente se mantenía tenso. Frente al escritorio de madera oscura, Victoria, una mujer de cabello castaño que apenas llegaba a los cuarenta, lucía un rostro demacrado y ojeroso. Sus manos, entrelazadas sobre su regazo, temblaban de vez en cuando.
Jeremy, con su traje impecable y una expresión serena, sostenía un bolígrafo en la mano derecha, mientras revisaba un documento. De vez en cuando alzaba la mirada hacia su clienta, con una mezcla de empatía y profesionalismo. Sobre el escritorio, un portavasos sostenía una taza de café ya frío, olvidada desde hace horas.
— Señora Victoria, entiendo que esto ha sido un golpe muy bajo —. dijo Jeremy finalmente, dejando el bolígrafo con cuidado junto al papel — Pero necesito que me cuente con el mayor detalle posible qué sucedió antes del desalojo —.
Victoria alzó la mirada, pero evitó hacer contacto visual directo. Su voz salió rota, casi un susurro:
— Fue tan rápido… ni siquiera tuvimos tiempo de empacar todo. Cuando mi esposo murió, yo… yo no sabía qué hacer. No teníamos a nadie que nos ayudara con los trámites del seguro ni con los bancos. Sólo… —. su voz se quebró, y cerró los ojos por un momento, respirando hondo antes de continuar — Me dijeron que habría tiempo, que podía pedir una prórroga para ponerme al día. Pero al mes siguiente, sin aviso previo, llegaron con papeles de desalojo —.
Jeremy asintió, tomando notas rápidas en su libreta. Su bolígrafo se movía con precisión meticulosa, mientras su rostro reflejaba una neutralidad estudiada.
— ¿Y quiénes exactamente llevaron a cabo el desalojo? ¿Había algún representante del banco presente? —.
—Sí —. dijo Victoria, su voz ahora teñida de rabia contenida — Había un hombre con traje caro, creo que era el encargado del caso. Y la policía… todos ellos parecían… tan indiferentes. Mis hijos estaban llorando, y ellos simplemente tiraban nuestras cosas a la calle —.
Victoria se detuvo para sacar un pañuelo de su bolso. Lo usó para secarse las lágrimas que comenzaron a escapar de sus ojos. Sus manos aún temblaban mientras hablaba.
— Mi prima nos ofreció quedarnos en su casa, pero apenas hay espacio. Todo lo que logramos recuperar de nuestras cosas está arrumbado en un tejabán, y… no sé cuánto tiempo podremos seguir así —.
Jeremy dejó el bolígrafo a un lado y apoyó los codos sobre el escritorio, entrelazando los dedos.
— Señora Victoria, esto no debió suceder así. El banco tenía la obligación de otorgarle una prórroga razonable, sobre todo considerando su situación. Vamos a presentar una demanda por abuso de autoridad y violación de sus derechos como deudora —.
Victoria lo miró con ojos esperanzados, pero también con algo de desconfianza.
—¿De verdad se puede hacer algo? No quiero que mis hijos sigan pasando hambre ni viviendo como estamos ahora… —.
Jeremy asintió con firmeza.
—Voy a hacer todo lo posible para que esto no quede impune. Déjeme encargarme de los detalles legales. Usted ya pasó suficiente —.
El reloj volvió a resonar en la oficina, marcando las cuatro de la tarde. Jeremy se puso de pie, extendiéndole la mano.
— Vamos a darles una oportunidad a usted y a sus hijos, Señora Victoria. Pero necesito que confíe en mí —.
Victoria estrechó su mano con fuerza, como si aquel gesto fuera el único ancla en medio de su tormenta.
—Gracias, licenciado —.
Y así, mientras la puerta del despacho se cerraba tras ella, Jeremy miró los documentos sobre su escritorio, consciente de que este caso sería más complicado de lo que parecía. — Está frío —. dijo al tomar un trago del café.
Día de la audiencia…
La sala estaba repleta, aunque la mayoría de los presentes no eran más que observadores curiosos. Victoria, sentada en la primera fila junto a su prima, mantenía las manos apretadas en su regazo mientras Jeremy Wong revisaba meticulosamente los documentos en su portafolio. Frente a ellos, Nancy Oliviero, la abogada defensora del Banco Benemir, alisaba su impecable traje gris con una sonrisa que era todo menos amigable.
El Juez, Rafael Estévez, un hombre de porte severo con lentes redondos que brillaban bajo la luz de la sala, ajustó su toga negra antes de anunciar el inicio de la audiencia.
—Se abre el caso número 542-19: Los herederos del difunto Hans Reemann contra el Banco Benemir. El banco argumenta la legitimidad del desalojo ejercido en el domicilio hipotecado. Señor Wong, tiene la palabra.
Jeremy se levantó con serenidad, aunque su postura recta y el sutil ajuste de sus gafas dejaban entrever su determinación.
— Honorables miembros del jurado, señor juez, en representación de mi clienta, Victoria Reemann, cuestiono la validez del procedimiento seguido por el Banco Benemir. Según el contenido de los documentos que el mismo banco ha presentado como fundatorios del crédito hipotecario, las cláusulas estipulan una prórroga facultativa en casos de incapacidad de p**o por fallecimiento del titular.
Nancy interrumpió con un golpe de sus uñas contra la mesa, fingiendo indignación.
— Objeción, su señoría. La prórroga no aplica en este caso. El banco tiene facultad para ejercer acción directa en caso de incumplimiento, sin necesidad de recurrir a demandas adicionales.
Jeremy esbozó una sonrisa sutil antes de responder.
—Su señoría, solicito permiso para señalar una contradicción en el argumento de la defensa.
El juez asintió lentamente.
—Concedido.
Jeremy caminó hacia la mesa de pruebas, tomando una copia del acta de defunción de Hans Reemann y el reporte policial relacionado con el caso.
— El titular de la hipoteca, Hans Reemann, falleció a manos de un asalto violento mientras intentaba proteger su integridad al escapar de los asaltantes. El banco, en lugar de esperar siquiera un mes, decidió movilizar a la fuerza pública para ejecutar el desalojo, ignorando tanto las cláusulas como la situación de los herederos.
Nancy, recuperando su postura, soltó una carcajada seca que resonó en la sala.
—¿De verdad vamos a confiar en esos documentos? ¿Y si el supuesto fallecido simplemente fingió su muerte para cobrar el seguro y escapar con otra mujer? Este tipo de fraudes no son raros, después de todo.
Un murmullo recorrió la sala. Victoria se llevó una mano a la boca, ofendida, mientras Jeremy permanecía impasible.
— Esa acusación no sólo es infundada, sino insultante para mi clienta —. Jeremy dejó el acta sobre la mesa del juez. — Este documento ha sido verificado por el departamento de policía, quienes además confirmaron que uno de los asaltantes fue arrestado esa misma noche. El segundo implicado continúa siendo investigado en calidad de prófugo.
Nancy frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, se inclinó hacia adelante con una sonrisa venenosa.
—Permítame agregar algo, su señoría. No sé cómo permite que alguien como él, de origen c***o, que litigue en un caso tan importante —.
La sala quedó en silencio absoluto. Todos los ojos se posaron en Jeremy, quien mantuvo su compostura.
— Con el debido respeto, señoría, nací y me titulé en este país. Mi nacionalidad no está en duda, pero incluso si lo estuviera, no es relevante para los méritos de este caso —.
El juez asintió, golpeando su mazo para restaurar el orden.
—Señora Oliviero, absténgase de comentarios personales. Continuemos con las pruebas —.
Jeremy tomó aire y avanzó otro paso, señalando las cláusulas del contrato hipotecario.
— El banco no sólo actuó de forma precipitada y negligente, sino que su falta de acción legal previa demuestra un abuso claro de su autoridad. Me pregunto, y pregunto al jurado, ¿por qué no procedieron con una demanda en lugar de recurrir al desalojo inmediato? —.
Los murmullos volvieron, esta vez más intensos. El juez volvió a golpear el mazo.
La sala de audiencia estaba cargada de una quietud tensa. Los murmullos de los asistentes se apagaban por momentos, como si todo dependiera del siguiente movimiento en ese tablero de ajedrez judicial. La abogada Nancy Oliviero, con su tono afilado y la sonrisa que nunca abandonaba su rostro, presentó un documento que casi relucía con la falsedad. Su mano se extendió hacia el juez, con la seguridad de quien tiene una carta ganadora, y con un aire de suficiencia, lo entregó.
— Este es el contrato de la hipoteca firmado por el difunto Hans Reemann —. dijo, su voz resonando por toda la sala — En él, se pueden observar claramente las condiciones acordadas, que incluyen la aceptación plena de las repercusiones en caso de incumplimiento. Un documento firmado por el propio señor Reemann, antes de su deceso —.
Jeremy observó el papel con desdén. Lo tomó en sus manos, lo miró de arriba a abajo, reconociendo las huellas de la injusticia. Estaba claro que la firma había sido conseguida a través de una de esas prácticas sucias que usan los grandes bancos para pisotear a los más vulnerables. La cara de Nancy, con su calma calculada, le provocaba repulsión.
— Este es un claro ejemplo de cómo los bancos se aprovechan de la gente necesitada —. intervino Jeremy, su voz fuerte y decidida — El señor Hans Reemann firmó bajo presión, sin información suficiente, sin tiempo para entender la letra pequeña. Es una táctica sucia, un abuso que no podemos dejar pasar —.
El juez levantó la mirada por encima de sus gafas. La sala guardó silencio, todos esperando su veredicto. Sin cambiar su expresión, el juez dejó caer sus palabras, cortantes como una daga:
— Este tipo de objeciones no tienen cabida aquí, abogado Wong. El contrato es claro, y la firma está legalmente validada. No hay nada que objetar —.
El aire en la sala se tensó aún más, como si los presentes sintieran el peso de la corrupción colándose por las grietas del sistema. Pero Nancy no tenía intención de ceder. Sonrió, con esa arrogancia que siempre le había funcionado.
—¿Qué más puedo decir, su Señoría? —. respondió, pasando a la siguiente jugada — Como prueba adicional, tenemos la firma de Hans Reemann, en donde él acepta sin ambigüedades las condiciones, incluso en caso de fallecimiento. El Banco actuó dentro de los parámetros legales, como siempre —.
Jeremy apretó los dientes, su mente buscando un argumento que pudiera aplastar esa monstruosidad legal. Pero Nancy no dejó tiempo para más. Le arrojó una nueva carta, más venenosa que la anterior.
—Además —. continuó —, según las pruebas internas del Banco, parece que el deudor, el Sr. Reemann fingió su muerte para escapar con el seguro y huir con otra mujer. Un fraude claro.
La sala se llenó de murmullos, como si todos los presentes intentaran procesar la gravedad de la acusación. Jeremy sintió que el suelo comenzaba a desvanecerse bajo sus pies, como si la batalla estuviera perdida antes de empezar. Pero no iba a rendirse. No tan fácilmente.
—Eso es ridículo —. respondió, golpeando la mesa con las palmas de las manos, forzando su voz a mantenerse firme — La muerte de Hans Reemann fue un hecho documentado. Un asalto, un intento de robo. Un testimonio policial verifica que, mientras un asaltante fue arrestado, el otro sigue prófugo. ¿Cómo pueden hablar de fraude cuando el Departamento de Policía tiene un informe que lo desmiente? —.
Nancy no se inmutó. Lejos de retroceder, dio un paso adelante, casi como si estuviera disfrutando cada segundo de su victoria anticipada.
El juez observó con desdén y luego levantó la mano, ordenando silencio.
— No estamos aquí para discutir la muerte del fallecido —. sentenció, con una mirada de reprobación hacia Jeremy — Los documentos presentados por la defensa del Banco son contundentes. La objeción no tiene sustancia —.
Jeremy, atrapado en ese laberinto legal, sintió como si las paredes se cerraran a su alrededor. Pero su respuesta salió con fuerza.
—¿Y qué pasa con el abuso del desalojo? —preguntó, mirando al juez, la abogada, y finalmente, al jurado—. ¿Por qué no se demandó antes de tomar estas medidas extremas? ¿Por qué no se buscó una solución antes de aplicar la fuerza pública sobre una familia ya golpeada por la vida? —.
El murmullo de la audiencia creció en volumen, como un rugido de indignación. Algunos asistentes comenzaron a levantarse, otros a gritar palabras de apoyo a Jeremy y Victoria. Los miembros de la prensa comenzaron a susurrar entre sí, notando cómo la situación empezaba a tomar un giro más peligroso. El banco, siempre intocable, ahora se encontraba en el ojo del huracán.
—¡Esto es una injusticia! —gritó un hombre de la audiencia, levantando el puño al aire. Su exclamación fue seguida por varios más, y el salón se llenó de protestas.
El juez, visiblemente incómodo, golpeó el mazo con fuerza, exigiendo orden.
—¡Orden! —vociferó, su voz resonando en las paredes de la sala—. Si no mantienen la calma, los expulsaré a todos. ¡Esta sesión se suspende hasta nuevo aviso! —.
La sala cayó en un silencio tenso. Los manifestantes fueron escoltados por los oficiales fuera del tribunal, pero fuera, el caos apenas comenzaba. Las noticias de la "injusticia" del Banco Benemir se esparcieron como fuego en un campo seco. Los ciudadanos, indignados por lo que consideraban una total desprotección hacia la gente como Victoria, comenzaron a organizarse, y en cuestión de horas, se formaron las primeras protestas frente a la sede central del Banco.
Jeremy, ahora solo en la sala vacía, cerró los ojos un momento. Recordó las palabras de su padre, aquél consejo que había despreciado en su momento. No estás listo para enfrentarte a esto. El recuerdo le golpeó en la cabeza, como una campanada, y en su corazón, la incertidumbre creció.
— No, no estaba listo. No todavía —.
CONTINUARÁ ------->