—¿Y ahora qué? —pregunté a Yara, mi mejor amiga, con una sonrisa.
—Solo nos queda una noche en Chicago. Eso amerita una fiesta —respondió ella, con un tono ligeramente ebrio.
Habíamos compartido algunas copas de vino y, como siempre, sentí el efecto rápidamente, dado lo poco que suelo beber.
Después de buscar y buscar, encontramos el lugar ideal: un bar en una terraza en pleno corazón de Chicago, perfecto para cerrar nuestra última noche en la ciudad.
Al entrar, me quedé sin palabras.
El paisaje urbano que se desplegaba ante nosotras era impresionante. Apenas había gente, lo que nos permitió escoger un lugar sin apuro, disfrutando de la tranquilidad.
Era claro que todavía faltaba para que Chicago se sumergiera por completo en su famosa vida nocturna.
La escena parecía sacada de una película. Tal vez esta ciudad gigante tenía esa capacidad de hacerte sentir dentro de un sueño.
Nos acomodamos en un rincón acogedor con un sofá en forma de L. Frente a nosotras, una pequeña lámpara de mesa proyectaba una luz cálida, creando una atmósfera perfecta.
Sabía que esta noche sería el broche de oro para unas vacaciones increíbles.
Mientras mi mirada se paseaba por el lugar, un grupo de hombres en un rincón llamó mi atención, en especial uno de ellos.
Vaya, aquel hombre era impresionante.
Un mechón de su cabello oscuro caía desordenado sobre su rostro, dándole un aire increíblemente atractivo.
Por su elegante traje, imaginé que estaba allí por asuntos de trabajo. Suspiré, pensando que era poco probable que me dirigiera la palabra.
No solía quedarme mirando a los hombres sin razón, pero a veces había excepciones.
De repente, sus ojos se encontraron con los míos. Me sentí un poco avergonzada y bajé la vista rápidamente.
Dios mío, espero que no se haya dado cuenta de que lo estaba mirando. Qué vergüenza.
—Yara, ¿te acuerdas de aquella lista de cosas que queríamos hacer hace años? —dije, girándome hacia ella, intentando desviar mi atención de lo sucedido.
—Claro que me acuerdo —contestó, con una expresión que dejaba ver que se interesaba por saber a qué me refería.
Pensé por un segundo cómo decirlo, pero al final solté:
—Número nueve: encontrar a un hombre que sea nuestro ideal físico y pasar la noche con él. Creo que lo acabo de encontrar.
Cuando lo mencioné, sonaba un poco ridículo. Sin embargo, la lista no era solo sobre eso. Se trataba de viajes, aventuras y noches divertidas entre amigas.
En una de esas noches locas habíamos escrito el número nueve, convencidas de que era una idea brillante en su momento.
—¿Te refieres al tipo con el traje azul oscuro y la barba de tres días? —preguntó Yara con una sonrisa cómplice.
—Exacto, ese mismo. ¿No te parece guapísimo? —susurré, mordiéndome nerviosamente el labio inferior.
Era un tic nervioso que solo aparecía cuando estaba inquieta, y definitivamente ese hombre me ponía nerviosa.
No era sorpresa que Yara supiera a quién me refería de inmediato. Conocía a la perfección mi tipo de hombre. Además, uno de los puntos fuertes de nuestra amistad era que nuestros gustos en hombres eran completamente opuestos, lo cual evitaba cualquier tipo de conflicto.
—Se me hace conocido —comentó Yara de repente.
—¿En serio? —le pregunté—. Yo nunca lo había visto antes. Qué lástima que no haya tenido el placer.
Observé de nuevo al hombre misterioso, pero su rostro no me resultaba familiar en absoluto.
—Uh-oh, está mirando otra vez. Tal vez deberíamos ser más discretas —bromeó Yara, riéndose.
Sí, probablemente era buena idea. Antes de que la situación se volviera incómoda, aparté la mirada y volví a concentrarme en mi amiga.
La emoción inicial se fue desvaneciendo y regresamos a nuestros cócteles, sabiendo que no serían los últimos de la noche.
*
Ya no tenía noción del tiempo que habíamos estado allí. De hecho, todo comenzaba a volverse un poco confuso.
Yara llevaba unos quince minutos coqueteando con un chico atractivo, mientras yo me encontraba junto a la barandilla, observando el ambiente.
Una ventaja innegable de nuestra amistad era que nuestros gustos eran completamente distintos. El hombre que había elegido Yara no estaba mal, pero no era mi tipo. Al menos, en cuanto a apariencia.
Mientras mis ojos recorrían el bar, volví a fijarme en el hombre del que había estado pendiente antes.
Sus amigos, que habían estado con él, ahora estaban dispersos por el lugar, dejándolo solo en la barra con una copa.
Por un momento, me pregunté si debía acercarme. ¿Por qué no?
Al fin y al cabo, al día siguiente tomaría un avión de regreso y estaría ocupada con los estudios por al menos otro año. No tendría muchas oportunidades de conocer gente interesante.
Además, no volvería a verlo nunca. Así que, ¿qué tenía que perder?
Tal vez el alcohol que había consumido también ayudaba a que me sintiera más osada y menos racional. Si es que alguna vez lo había sido.
Respiré profundamente, me di la vuelta y caminé hacia él con paso decidido, pero sin prisa.
Cuando apartó la vista de su copa, tuve que tragar saliva.
Sus ojos eran hipnotizantes. Bajo la luz del bar, el azul de sus pupilas brillaba intensamente. Eran casi mágicos.
Me senté, sin hacer demasiado ruido, en una silla diagonal a la suya. No quería parecer más evidente de lo necesario. Me pareció mejor opción que sentarme justo a su lado.
Mientras intentaba pensar en cómo iniciar una conversación, el camarero apareció de repente con una bebida para mí.
—Un martini para la señorita.
—Pero... yo no he pedido nada—, respondí con un toque de sorpresa, arqueando una ceja.
—Es cortesía del caballero de enfrente—, dijo el camarero antes de desaparecer entre la multitud.
Así que ahora el misterioso señor atractivo había decidido invitarme a una copa. ¿Qué sorpresa sería la próxima?
Tomé el martini y levanté mi copa hacia él en un saludo silencioso. Nuestros vasos se encontraron a la distancia, y llevé la bebida a mis labios. El sabor era exquisito, algo que nunca antes había experimentado.
¿Podía uno adivinar la personalidad de un hombre según el tipo de bebida que prefería? Sería una habilidad muy útil si así fuera. Mientras reflexionaba sobre esto, lo observé levantarse lentamente, cada paso suyo parecía ocurrir en cámara lenta. ¿Acaso intentaba provocarme?
—Espero haber acertado con el martini—, dijo sonriendo al acercarse.
—Nunca fallas con un martini—, le respondí con una sonrisa juguetona. —Soy Nathalia, ¿y tú eres...?
—¿Perdona?—, dijo él, y por un segundo noté una expresión de desconcierto en su rostro.
Oh, no... ¿lo conocía? ¿Yara tenía razón? Sería vergonzoso si ya lo hubiera visto antes, pero ciertamente podría pasarme algo así.
Mi pequeña ola de ansiedad se disipó cuando él negó ligeramente con la cabeza y, esbozando una sonrisa, respondió:
—Enzo, encantado de conocerte, Nathalia.
Enzo... qué nombre tan adecuado para él.
Una pena, porque ahora que sabía su verdadero nombre, no necesitaría seguir utilizando los apodos que había inventado para él durante la última hora.
Conversamos durante un rato, y noté de reojo que Yara me hacía un gesto de despedida. A juzgar por el hombre al que estaba aferrada, su noche no terminaría en nuestra habitación de hotel.
Mientras tanto, la tensión entre Enzo y yo seguía creciendo. No tenía idea de qué tipo de poder tenía sobre mí este hombre, pero estaba dispuesta a averiguarlo.
Con cada palabra que intercambiábamos, el latido de mi corazón se hacía más fuerte, casi hasta el punto de sentirlo en mi garganta. Ni siquiera entendía qué era lo que me había despertado con tanta fuerza.
Justo antes de que sus labios se acercaran a los míos, sentí que me faltaba el aire.
Aun así, no pude evitar inhalar profundamente su fragancia. ¡Dios! Olía increíble. Ese perfume quedaría grabado en mi memoria para siempre. Donde sea que lo volviera a oler, su imagen vendría de inmediato a mi mente.
No creo que hubiera podido aguantar un segundo más. Su mano acarició mi mejilla, y sus labios finalmente encontraron los míos en un beso que fue puro fuego.
Mis piernas flaqueaban. Cuando finalmente se separó y me miró, casi sentí que me derretía. ¿Qué rayos me estaba ocurriendo esa noche?
—¿Te gustaría venir a mi casa?—, me susurró al oído.
El calor de su aliento apenas tenía rastro de alcohol, como si hubiera bebido muy poco. Eso me hizo asentir sin dudar.
—Claro... Esto no es algo que suela hacer, pero hoy...—, le dije con una sonrisa traviesa.
Ya no tenía ninguna duda. Esa noche quería estar con él.
No mucho antes, mis pensamientos habían girado en torno a lo imposible. Pero ahora, con Enzo frente a mí, lo que antes solo había sido una fantasía, se volvía realidad.
Él se levantó, tomó mi mano con firmeza, y volvió a susurrarme:
—Tampoco es algo que yo haga, pero te entiendo perfectamente.
Con esas palabras resonando en mi mente y su mano fuerte guiándome, salimos del bar y llamamos un taxi.
Gracias a Dios no vivía lejos, porque si hubiéramos tenido que esperar más, probablemente me habría vuelto loca de deseo. Cada toque suyo encendía mi piel de una forma que jamás había sentido antes.
Pero lo que no podía saber entonces, era que esa noche sería inolvidable, una que marcaría un antes y un después en mi vida.