ONCE
Estaban en la ladera de las colinas triples de Eildon con el bastón de Bradan erguido en el suelo mientras tres ciervos los miraban con curiosidad. Cruzando las cumbres, un viento fuerte sopló nubes irregulares hacia el este, hacia el mar.
“¿Cómo están las piernas?” Preguntó Bradan.
Melcorka se las examinó, golpeando primero a la izquierda y luego a la derecha. “Están lo suficientemente fuertes”, miró la amplia cicatriz blanca que desfiguraba la parte exterior de cada muslo.
“No deseo volver a pelear con Erik”.
“La lucha puede esperar”, dijo Bradan. “Me alegro de que tus piernas estén bien. Sospecho que tenemos mucho que andar por delante”.
“¿Has tenido alguna idea sobre el acertijo?” Preguntó Melcorka. “Uno dentro de tres al lado del espejo de la luna, con la sabiduría del anti
