CAPÍTULO QUINCE Ceres estaba sentada en la fría piedra del suelo de una mazmorra y observaba a un niño pequeño que estaba a su lado, retorciéndose de dolor, y se preguntaba si viviría. Estaba allí tumbado, sobre su estómago, su pálida piel blanca en la penumbra, los ojos medio abiertos, recuperándose todavía de un a***e en el mercado. Estaba esperando su sentencia, igual que todos los que estaban en aquella mazmorra. Igual que ella. Echó un vistazo a la celda y vio que estaba llena de hombres, mujeres y niños, algunos encadenados a la pared, otros libres para deambular. Allí estaba oscuro y el olor a orina era incluso más notable aquí que en el carro del mercader, sin ninguna brisa que se llevara el hedor. Las paredes de piedra eran resbaladizas por la mugre y la sangre seca, el techo s