Una promesa incumplida

1495 Words
Durante la noche, Edwar no dejó de sentirla, de disfrutar de cada parte de su cuerpo, como si deseara grabarse en la memoria cada centímetro de su piel y su aroma. Ese aroma que emanaba de su sexo y su suavidad trastornaban al lycan. Ver como su cuerpo delicado y frágil se ceñía al suyo, sus movimientos instintivos y sus gemidos que dentro de aquella cabaña resonaban como la más exquisita melodía. Sus sexos convergían nuevamente, ella se prendía con sus garras a su costado, mientras él se movía dentro de ella de forma ondulante, Selena enarcó su espalda al sentir su falo dentro de su estrecha v****a. Edwar sentía su tibieza, como sus fluidos descendían dejando su estrecha v****a totalmente húmeda, sin detenerse entró cada vez más profundamente de su hendidura que como lava volcánica lo quemaba. Sus movimientos pélvicos ahora son un tanto soeces y perversos. La chica podía sentir como él presumía de su fortaleza frente a ella. Entraba y salía de ella con firmeza robando gemidos de placer a la pelirroja, quien a pesar del leve ardor que sentía en su v****a, quería seguir sintiéndolo, por lo que se movía sinuosamente para llevarlo a un nivel mayor de excitación. Selena se estremecía, gemía y movía con placer y lujuria. Acababa de entregar su virginidad a aquel extraño. Ahora le pertenecía, era suya. —¡Eres exquisita! —susurró a su oído, mientras la embestía con más fuerza y placer llenándola de sí, fundiendo su cuerpo con el de ella y dejando dentro su huella. Selena no supo cuantos orgasmos experimentó esa noche en brazos del lycan, tanto exceso no pareció normal, ¿Debut y despedida? Eso lo sabría muy pronto. A pesar de los picos de oxitocina que había experimentado en esas casi seis horas de sexo continúo, Selena comenzó a sentirse un poco mal. Su cuerpo vivenció repentinamente escalofríos, sentía sus labios secos y le ardía todo por dentro. Mientras Edwar revisaba dentro del interior de la cabaña para ver si hallaba algo que sirviera para cubrirse y salir de aquel lugar, vio en una esquina, debajo de algunas tablas apiladas una pequeña caja varias camisas y pantalón de jeans, también había un par de botas, debía ser del dueño de aquel lugar. Aunque todo estaba algo polvoriento y ajado, servirían para cubrirse. Sacudió lo más que pudo y comenzó a vestirse. Luego fue hasta donde estaba, Selena, ella temblaba sin poder controlar aquel movimiento. Edwar al verla en ese estado, la tomó entre sus brazos y la cargó. —¿Qué tienes? —le preguntó con preocupación. —¡No, no lo sé! —bastó sentir su aliento para saber que ella estaba hirviendo de fiebre. —Tenemos que regresar, ya no los oigo, debieron desistir al no encontrarnos. ¿Puedes mantenerte en pie? Creo que podrás usar algo que te cubra, encontré una caja con algunas cosas. —¡Sí, eso creí! —contestó con voz trémula. Edwar la colocó en el piso, ella se sujetó de la pared, él corrió hasta la habitación, tomó una camisa a cuadros y se la llevó, luego la ayudó a vestirse. La tomó nuevamente entre sus brazos y salió de la cabaña rumbo al otro lado del bosque donde podrían encontrar alguna carretera. Debía llevarla a un centro médico, Selena no se veía nada bien. —¿A dónde vamos? —preguntó ella. —A algún lugar donde puedan atenderte. —¿Me dirás tu nombre? —Edwar sonrió, la verdad es que era una chica muy insistente. —¡Edwar! —dijo y ella perdió el conocimiento. Angustiado por la situación, corrió con ella en brazos hasta llegar a la carretera. Por suerte un auto se detuvo. —¡Es mi novia! Está muy mal, ¿me llevas hasta la medicatura rural? —¡Sube! —le indicó el hombre de unos sesenta años, con aspecto desdeñado. Minutos después, la camioneta se detuvo, Edwar bajó con Selena en brazos. Entró al lugar, siendo atendido por una enfermera. Rápidamente ingresaron a Selena. Mientras la atendían, una imagen vino a su mente; una de las capacidades licantrópicas que tenía más desarrollada, el pelinegro, era la de telepatía. Vio como Beatrice gritaba desesperada, lo necesitaba, la mujer que amaba estaba en apuros. Sin dudarlo, y seguro de que Selena estaba en buenas manos, salió del lugar sin dejar rastro alguno. Cuando finalmente, ella despertó en medio de la habitación, lo primero que hizo fue buscarlo, la enfermera terminaba de colocarle el tratamiento. —¿Dónde está? —preguntó nerviosa. —¿Quién señorita? —Él, el hombre que me trajo hasta aquí —dijo desesperada, no recordaba su nombre. —No lo sé, el señor que la trajo tiene un buen rato que se marchó. —¿Qué? —el tono de su voz ahora era de desconcierto. La había abandonado y dejado en aquel lugar. Una repentina sensación de rabia, invadió por completo a la pelirroja. Como en una cápsula del tiempo, las imágenes iban y venían en su cabeza. Sus cuerpos desnudos, ellos haciendo el amor, sus labios haciéndola estremecer, todo aquello era confuso para ella. Amagó a levantarse de la cama, pero la enfermera la detuvo. —¡Lo siento! —le ordenó la mujer— No puede salir de aquí hasta tanto el jefe de guardia no dé la orden. Selena se reclinó y cruzó de brazos en un alto de rebeldía y a la vez, de impotencia. ¿Por qué se había ido? ¿Quién era realmente? Exhaló un suspiro y cerró sus ojos. En tanto, Edwar llegó hasta su casa, se duchó rápidamente, necesitaba vestirse y volver a la ciudad donde su amada Beatrice estaba. A pesar de todo lo que había ocurrido entre ellos, a pesar de que ella lo había abandonado, no podía dejarla sola, seguía amando a la mujer prohibida. Tomó las llaves de su coche, salió de la casa campestre donde llevaba semanas internado en su propia soledad, devastado emocionalmente. Subió al auto, encendió el motor y emprendió su viaje. Una hora más tarde, aparcó el vehículo y se encaminó hacia la elegante e imponente mansión. La empleada de servicio quedó impactada al verlo de regreso. —¿Sr Edwar ha vuelto? —dijo la mujer con aspaviento. —¡Sí, Pilar! He vuelto. ¿Dónde está él? —Su hermano está de viaje, debe regresar esta noche. —¿Y Beatrice? —La Sra Beatrice, está en su habitación, no ha querido comer, creo que está algo indispuesta. —Iré a verla —dijo y subió precipitadamente las escaleras. Tocó la puerta un par de veces antes de entrar. —¡Adelante! —contestó ella, en un hilo de voz. Edwar abrió la puerta, la hermosa rubia se levantó de la cama. —¿Has vuelto, Edwar? —se incorporó sentándose en la cama. Él se acercó y se sentó junto a ella. La rubia lo rodeó con sus brazos, mientras sus labios buscaban con afán los suyos. Aquella caida fue inevitable para Edwar, cuando la vio por última vez, se había jurado no volver a caer en la tentación. No sólo no deseaba perjudicarla, necesitaba poner límite entre ellos, que su cercanía fuese abismal para poder aceptar que ella no le pertenecía a él, sino a Bodolf. Rápidamente se apartó de ella. Beatrice se retrajo al ver su actitud. —Lo siento… no debí venir. —No debí besarte, cometí el mismo error de dejarme llevar por lo que siento. —¿Lo que sientes? —preguntó él con absoluto sarcasmo. —Nunca vas a perdonarme. —bajó la mirada. —Nunca voy a entenderte, Bea. Te amé como nunca pensé, creí que sentías lo mismo que yo. —¡Espero que algún día de verdad, puedas entender mis razones! —Para ese entonces, ya estarás casada y esperando que su hijo, nazca —la rubia tuvo que morderse la lengua para no decirle toda la verdad. Ese hijo que esperaba era de él y no de Bodolf. —Edwar, yo… —hizo un largo silencio, a lo que el pelinegro se adelantó. —No tienes que darme explicaciones, Bea. Yo simplemente estuve demás en tu vida. Imaginaré que esto fue apenas un sueño, un mal sueño del cual afortunadamente logré despertar. —se levantó de la cama y le dio la espalda.— mejor me iré. —¡No, por favor, aguarda! —exclamó ella. Aunque él deseara irse, no podía, todo lo que había pasado entre ellos, todo lo que sintieron iba más allá de los límites de la lealtad hacia su hermano, hacia su linaje, hacia su propia naturaleza salvaje. —¿Qué es lo que quieres, Beatrice, dime? —espetó él. —Debes saber la verdad, Edwar, este hijo que espero es… tuyo —fue lo único que alcanzó a decir antes de que él, la tomara entre sus brazos y la besara apasionadamente, olvidando su promesa…
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