Capítulo 4

3338 Words
Capítulo 4 No sé qué esperaba cuando Pippa despertó para encontrar que su padre se había ido, pero había sido cualquier otra cosa que la indiferente aceptación con la que comía su desayuno y charlaba amigablemente con su perro. Thunderlane, escondido debajo de la mesa, batía su cola mientras esperaba los “regalos” que Pippa le pasaba cuando creía que yo no estaba mirando. Después de haber probado el intento de pikelets de Adam, yo fingía no darme cuenta que las porciones más carbonizadas desaparecían en la boca del perro. A Thunderlane no le importaba. Comida era comida. Especialmente comida de personas untada con mantequilla y mermelada. Instruí a Pippa para que tomara su píldora amarilla matutina, y luego me levanté para limpiar los platos vacíos. —¡Espera! —exclamó Pippa cuando intentaba retirar el plato de su padre—. No he terminado aún. Bueno. Tal vez no era tan indiferente. Coloqué de nuevo el plato de Adam y me retiré a lavar mis propios platos sucios. Pippa hizo una mueca mientras tragaba su dosis matutina de Risperdal. —¿Qué te gustaría hacer hoy, chiquilla? —pregunté. —La Señora Hastings me pidió que te llevará a conocerla —respondió Pippa. —¿Cuándo? —Esta tarde. Arreé a Pippa hasta su habitación para vestirse. Tenía el aspecto de una habitación de niño convertida rápidamente a una de niña, con un cubrecama de diseñador de aspecto costoso color rosa y blanco, que chocaba con el azul oscuro de las paredes y las cortinas de algodón a cuadros color azul marino. Tenía un solo armario y un pequeño cajón de madera, y debajo de la ventana, un escritorio robusto de color oscuro con vista al patio. —Esta solía ser la habitación de papi, ¿verdad, chiquilla? —No —dijo Pippa—. Esta habitación pertenecía al tío Jeffrey. —¿Tu papá tiene un hermano? —Ya no —el rostro de Pippa cayó—. Tío Jeffrey murió el otoño pasado. Y luego, cuando mi abuelo se enteró, también murió. Un nudo se formó en mi garganta. Esta pobre niña no tenía descanso. —¿Cómo? —Era un soldado en Af-af-af... —Afganistán —dije— ¿Cómo murió? —Simplemente desapareció —dijo Pippa—. La abuela dijo que su helicóptero fue derribado y que hombres malos robaron su cuerpo. Pippa señaló unas fotografías montadas en la pared. No eran imágenes de un soldado, sino unas fotos instantáneas habituales de un estudiante de escuela media de contextura larguirucha y retratos escolares mal tomados. Entre las imágenes había una de un hombre alto de aspecto severo, que se parecía a Adam, de pie detrás de dos niños de cabellos dorados de la misma altura. Analizaba la imagen, tratando de averiguar cuál niño era Adam. —¿Eran gemelos? —Sí. Exhalé. Adam no había dicho ni una palabra sobre su hermano. Pippa perdió todo rastro de la charla mientras escogía un atuendo color púrpura con un unicornio lavanda pálido brillante estampado en la parte delantera. Su silencio se hizo sofocante, así que decidí sonsacarla. —¿Ese es tu abuelo? —Señalé el hombre de más edad en la imagen. —Sí —dijo Pippa—. Abuela dijo que murió de corazón roto. Abuela lo echaba de menos, por eso ella se enfermó y murió también. «Y pensaba que yo la había pasado mal...» —¿Extrañas a tu abuelo, cariño? Pippa se detuvo poniéndose los calcetines y llevó las rodillas a su pecho. —Al abuelo no le gustaba mami. —La voz de Pippa se hizo pequeña. —Así que no visitábamos. La abuela siempre venía a visitarnos a nosotros. Me senté a su lado. —A veces los adultos tienen desacuerdos —dije—. Pero eso no quiere decir que él no te amara. Él no sabía cómo demostrarlo. Pippa asintió, pero su lenguaje corporal transmitía que desconfiaba de mi evaluación. ¿Qué sabía yo? Tal vez a su abuelo no le gustaba ella. Pippa no se parecía a Adam, por lo que, si se parecía a su madre, la aversión podría haberse transferido a su hija. Le di un abrazo a Pippa. —En marcha, chiquilla —dije—. ¿No dijiste que deberíamos ir a visitar a la señora Hastings hoy? Pippa se animó al instante. Quien sea que fuera esta vecina, ella y Pippa, obviamente, se llevaban bien. El teléfono sonó mientras Pippa se ataba los zapatos. —Yo atiendo. —Corrí por el pasillo para agarrar la extensión en la sala de estar. —¿Hola? Esta es la residencia Bristow. —¿Es Rosamond? —preguntó una voz femenina. —Sí, es Rosie. —No reconocí la voz. —Yo soy Linda Hastings, su vecina de al otro lado de la calle. Quería invitarla a usted y a Pippa a venir para el almuerzo. —Sí, nos encantaría eso. —Me sentí aliviada. Una cosa era que te digan que la vecina se ofreció a ayudarte, y otra muy distinta es llamar a una total desconocida e invitarse a sí mismo a visitarla. —Vengan alrededor de las once y media —dijo Linda—. Pippa por lo general me ayuda en el jardín, y luego haremos el almuerzo con lo que la madre naturaleza nos dé. —Está bien —le dije—. Nos veremos pronto. Pippa salió corriendo de su dormitorio con Thunderlane a sus talones. —¿Era la señora Hastings? —¡Sip! —¡Sabía que era ella! —Pippa sonrió—. Siempre llama a las nueve en punto. Eso nos dejó con dos horas y media que matar. Una de mis tareas era poner al corriente a Pippa con su trabajo escolar. Por alguna razón, Adam la había retirado de la escuela y la trajo aquí, pero nunca la había inscrito en la escuela primaria local. No podía dejar de preguntarme de qué estaba huyendo... —¿Sabes lo que quiero hacer? —pregunté. —¿Qué? —Estudié en la universidad para ser una maestra —dije—, pero soy un poco nueva en eso. Me preguntaba si te gustaría ayudarme. —¿Quieres jugar a la escuela? —Sí —respondí—. Tú estarías comenzando quinto grado, ¿verdad? —Cuarto —corrigió Pippa—. Empecé el siguiente año que Papi estuvo asignado en Arabia Saudita. Dijeron que era demasiado pequeña para empezar la escuela, pero cuando llegué a casa, Mami insistió en que me movieran al grado correcto. Yo seguía retrasándome, así que dijeron que me retendrían en ese grado a menos que pudiera ponerme al corriente de nuevo. —Su labio tembló—. Los otros niños todos dicen que es porque soy estúpida. Me mordí la lengua antes de preguntar «¿por qué diablos tus padres no te hicieron comenzar la escuela en el horario de Australia?» Hasta lo que sabía, ellos habían tomado la decisión de que el retraso de un año sería mejor que enviar a su hija a la escuela en un país misógino que odiaba a las mujeres. —¿Hablas árabe? —Sólo unas pocas palabras —dijo Pippa—. No recuerdo mucho. Sólo que hacía calor y mami lo odiaba porque no tenía permitido conducir el coche. Pippa sacó sus libros de texto y pasamos unas agradables dos horas leyendo. A pesar del hecho de que había empezado tarde, respondió sin esfuerzo a todas mis preguntas de gramática. ¿Tal vez estaba retrasa en sus otras materias? La pondría a prueba sutilmente. ¿Quién quiere pasar sus vacaciones de verano haciendo tareas? A los cinco minutos después de las once anuncié que era hora de prepararse para nuestra “cita de almuerzo”. — Me aseguré de verme presentable para almorzar con una mujer de setenta y dos años. Pippa corría de prisa por un camino que llevaba a varios prados que ya se habían vuelto dorados por la falta de lluvia. Al otro lado de la calle había un tipo diferente de verja. Pippa la cerró bien luego de entrar. —La señora Hastings mantiene ovejas y cabras y alpacas —dijo—. Asegúrate siempre de cerrar la puerta o las ovejas podrían ser golpeadas por un coche. No son muy inteligentes, sabes. Thunderlane ladró y corrió a arrear algunas ovejas de rostro n***o. —¡No, Thunderlane! —Pippa gritó— ¡Perrito malo! ¡Es muy pronto para que regresen al granero! El perro corría de un lado a otro, mordiendo sus colas, pero no lo suficiente para hacerles daño. El instinto de arrear estaba engendrado en la r**a del pastor australiano, razón por la que era el favorito de tantas familias para mantener a sus hijos lejos de travesuras. Dejamos a las ovejas tranquilas. El siguiente pastizal contenía majestuosas alpacas que habían sido recientemente esquiladas, dejando sólo las bolas de mechones de lana en la parte superior de la cabeza, la cola y los tobillos. Todas y cada una de las alpacas mostraban un peinado diferente, y algunas de las más pequeñas llevaban lazos. Sus caras parecidas a camellos se volvían a vernos pasar. —Se ven como caniches gigantes —dije. Pippa se rió. —La señora Hastings se pone creativa cuando las esquila. Pippa dejó un amplio espacio alrededor de la próxima jaula que contenía un carnero n***o con cuatro cuernos que sobresalían de su cabeza como el diablo en una carta de tarot. —Eso es un Carnero Jacob —susurró Pippa—. Azazel es muy malo, así que no entres en su jaula. La puerta final era de palos tejidos sostenido por un exuberante cenador verde de rosas color amarillo mantequilla que olían ligeramente a… ¿regaliz? Parecía como si las rosas hubieran sido forzadas a crecer hacia arriba y crear la red. Pippa cerró la puerta detrás de ella. Me di cuenta de que habíamos quedado en un terreno bien regado de marihuana verde esmeralda, que se elevaba por encima de nosotros como un campo de maíz. Mi boca se abrió al tocar la planta de siete hojas delgadas. —Esto es… —Cáñamo —Pippa dijo con indiferencia—. La señora Hastings dice que algún día va a salvar al mundo. Saltó alegremente a través de las plantas de cannabis, sus trenzas rubias saltando detrás suyo mientras Thunderlane corría tras ella, moviendo su cola negra como una bandera pirata. Rompí una hoja y la llevé a mi nariz. Sí… y no. Algo sobre el olor no era adecuado. ¡No es que admitiría nunca que sabía cómo huele la verdadera marihuana! La casa de la señora Hastings era una casa de estilo ranchero, pintada de blanco, parecida a la de los Bristow, pero a partir de ahí las casas eran radicalmente diferentes. Glicinas y vid de trompeta se arrastraban hasta cubrir cada espacio de la pared vacía, y delante del ventanal unas alceas de dos metros de alto sombrean el cristal del sol del verano. Un gran pavo real blanco se pavoneaba por el césped verde esmeralda, acosado por un gato calicó que se veía fascinado por la larga cola del ave. El pavo real gritó, “ayuda” y abrió su cola en un magnífico abanico de encaje. —Ese es Shah Jahan —Pippa señaló al pavo real—. Fue nombrado por un famoso emperador mogol. Corrió hasta la puerta principal y se dejó entrar sin incluso golpear antes. Me quedé mirando la puerta pintada de rojo brillante. Siempre había soñado con que algún día, cuando encuentre un hogar, tendría una puerta de ese color. —Ah, ¡entren! —la voz que había oído antes llamó—. Sólo estaba alimentando a Humpty y a Dumpty. El aroma del pan recién horneado rondaba el aire de una cocina que habría sido una copia de la de Adam si no tuviera los armarios pintados de un color amarillo sol brillante. En una enorme mesa de madera cruda estaba sentada una mujer que no se veía ni de cerca de los setenta y dos años que Adam decía que tenía. Las trenzas que le alcanzaban la cintura eran del blanco más puro, y en su mano sostenía una botella pequeñita mientras alimentaba a una criatura parecida a un zorro envuelta en un paño de cocina. —¿Señora Hastings? —Linda, por favor. ¿Y tú debes ser Rosie? —Ésa soy yo. Cuando se volvió hacia mí percibí algo arrastrándose entre sus cabellos. —¡Ah! — grité—. Tienes… Señalé a la criatura, mi boca abierta de incredulidad. —Murciélagos —Pippa se río. —Ese es sólo Dumpty —dijo Linda Hastings—. La hermana pequeña de Humpty. Ellos quedaron huérfanos cuando su hogar fue golpeado por un rayo. El zorro volador se asomó desde la seguridad del cabello de Linda con los ojos oscuros curiosos. Si no fuera por el hecho de que sus largos brazos tenían una garra en forma de garfio en el extremo de las alas de cuero, se parecería a un pequeño cachorro de zorro rojizo. Su hermano pequeño Humpty chirriaba con frustración cuando Linda retiraba la botella de su boca. —¡Pippa! —Linda llamó—. ¿Podrías por favor ir a ver los nidos para ver si las gallinas nos han dejado huevos? Pippa cogió una cesta y salió por la puerta de atrás. Un ladrido alegre indicó que Thunderlane había corrido a su encuentro. —Ven a sentarte —Linda se frotó la cadera—. Me caí de una escalera y el doctor dijo que tengo que permanecer sentada. No es que yo haga caso, claro. Me dio un guiño travieso. Era una mujer delgada, con delicadas muñecas y dedos largos que distraídamente acariciaban al murciélago envuelto en la toalla. Llevaba una camisa Kurti de color rosa brillante con bordado blanco alrededor del cuello, y pantalones de yoga que se detenían justo después de las rodillas. No llevaba zapatos, y cada una de sus uñas de los pies estaba pintada de un color diferente. —Así que dime, Rosie, ¿qué te ofreció Adam para motivarte a venir de tan lejos hasta aquí? —Quinientos dólares a la semana —dije. —Eso no será mucho cuando vuelvas a Brisbane. Yo le dije que pensaba que debía ofrecerte seiscientos a la semana. —Incluye alojamiento y comida, además de un bono al final del verano. —Me quedé mirando a los dos murciélagos de fruta huérfanos mientras envolvían sus alas alrededor del otro en busca de calor. —Además —dije en voz más baja—, necesitaba el trabajo. Linda miró más allá de mí, con expresión pensativa. —Estoy contenta de que Adam aceptó entrevistarte —dijo Linda—. Nunca lo había visto tan afectado como el día en que Eva apareció en el funeral de su madre e hizo una escena. —Él hizo sonar como si Eva abandonó a Pippa. —Sí lo hizo —dijo Linda—, pero supongo que ella no lo ve de esa manera. Se inclinó sobre la mesa para tomar una almohadilla térmica antes de que yo pudiera decir, «déjame ayudarte». Los murciélagos chirriaban, un grito quejumbroso solitario, mientras Linda los envolvía en una manta pequeña y los metía en una cesta. —¿Había conocido a la madre de Pippa antes de ese día? —pregunté. —Sólo una vez —dijo Linda—, en la boda de Adam. Era una chica hermosa, pero me di cuenta de que Adam estaba cometiendo un error. —¿Por qué? La expresión de Linda se hizo cautelosa. Me di cuenta que había sobrepasado mis límites. —A veces hacer lo correcto no es lo que hay que hacer —dijo. Pippa vino saltando de nuevo, cargando una cesta llena de huevos. —¿Y qué tienen las damas para nosotras hoy? —preguntó Linda. —Seis huevos —dijo Pippa—. Lo suficiente como para hacer una frittata. Linda Hastings se puso de pie y agarró su cadera. Podía ver la mueca de molestia por el hecho de que su lesión la ralentizaba. Había tenido suerte de que a su edad su cadera no se hubiera roto. —Déjame ayudarte —le dije. Linda despidió con un gesto mi mano. —Busca la canasta, Pippa —dijo Linda—. Vas a tener que mostrarle a Rosie donde está el huerto. No estoy lo suficientemente estable como para cojear afuera. Pippa tomó mi mano, sus ojos plateados brillando de emoción. —Sígueme. —Me dio un tirón hacia la puerta como un perro emocionado con una correa, más allá de las filas de flores donde algunas gallinas cacareaban y escarbaban con satisfacción en busca de comida. Después de un portón había un enorme jardín donde crecía cada tipo de vegetal que pudiera imaginar. El aire hablaba de la fertilidad de la tierra. —¿Qué debemos escoger? —Cualquier cosa que nos guste —dijo Pippa—. Los hijos de la señora Hastings vienen todos los días para ayudarla, pero siempre hay demasiado, así que me deja tomar lo que quiera. Llenó su cesta casi exclusivamente de pepinos. Escogí cuidadosamente algunos ayocotes y rúcula, y luego saqué un puerro y lo eché a la cesta también. Distribuidas por todo el jardín había una variedad de esculturas. Una de ellas, una figurilla de madera alta y delgada, parecía ser de origen aborigen. Vi por el rabillo del ojo como Pippa comenzó una conversación con la estatua como si alguien hubiera venido a ayudarnos a elegir. —¿Qué es eso? —le pregunté. —Esa es una Mimi —dijo Pippa—. Hadas. A ellas les gusta esconderse en las rocas donde hay agua. La abuela decía que ellas enseñaron a los primeros australianos cómo hacer fuego. Me quedé mirando la figurilla alta, pintada con anillos de color azul y azul marino. Recordé el comentario casual de Adam. —¿Es ésta una de las hadas? —No —dijo Pippa—. Eso es sólo una estatua de una. A la verdadera Hada Reina le gusta bañarse en el río. Sabrás cuando está allí porque las Mimis siempre le dan la bienvenida con una fogata. Hice una pausa tragando nerviosamente. —¿Fuego? ¿Allá en el río? —Por supuesto —dijo Pippa—. Vino a verme anoche. Se levantó y saltó a la siguiente sección del jardín, su vestuario púrpura dando un toque de color entre un mirto de magníficas coles rizadas de color verde oscuro. Para una niña que había crecido en Brisbane, Pippa parecía muy a gusto en el jardín. La seguí de nuevo a la casa de Linda Hastings. —¿Lavas éstos por mí, querida? —Linda pidió a Pippa—. Recuerda remojarlos muy bien. Vi la forma en que Linda ingeniosamente orquestaba que la niña saliera de la cocina. Cada comando era formulado como una petición, y cuantas más tareas le asignaba a Pippa, ella parecía ansiosa por hacer más tareas. Nunca antes había visto tal don con los niños, excepto... —¿Tú eres maestra? —adiviné. Linda Hastings rió. —Me delaté —dijo—. A pesar de que he estado jubilada por siete años ya. Enseñé en la escuela secundaria del estado durante cuarenta y cinco años, comenzando con la madre de Adam, y le di clases a Adam y a su hermano —una nube enturbió su expresión—. Pobre Jeffrey... No puedo creer que haya muerto. —¿El hermano de Adam? —Sí. Era todo lo que su padre quería que fuera... y eso le costó la vida —Linda se quedó pensativa—. Nunca encontraron sus restos, pero no importaba. El padre de Adam tuvo un ataque de corazón tres semanas después de que los hombres del ejército vinieron. —Pippa lo ha pasado mal, ¿no es así? Linda miró hacia donde Pippa se había detenido a lavar la rúcula en el fregadero. Dio una respuesta evasiva. —Solo estoy feliz de que Adam la trajo a casa. Cambió de tema para hablar de planes de estudio y sobre quién había enseñado a los estudiantes más traviesos. Pippa terminó de preparar su ensalada y se sentó con nosotras, sus ojos plateados brillantes mirando de un lado al otro a medida que contábamos historia tras historia sobre nuestros estudiantes más traviesos y las travesuras que habían tratado de hacer. —Usted gana —dije, después de que Linda relató una historia sobre un niño que por error le horneó galletas hechas con sal en lugar de azúcar. Un niño que resultó ser ¡Adam Bristow! Las dos nos reímos mientras me percataba de que había encontrado un alma gemela. Recordé la peculiar “cosecha” en el pastizal. —Yo, eh... vi que cultivas cáñamo —dije—. ¿No es ilegal? —Me especializo en el cultivo de fibras naturales —dijo Linda—. Si tiene valor como exportación industrial, se puede pedir una licencia especial al gobierno. Es mi cultivo más rentable. Hablamos de cosas como las pedagogías y planes de estudio hasta que el sol se estableció en el oeste y era momento de llevar a Pippa a casa. —Por cierto —dijo Linda, cuando estábamos por salir—. Macy Robertson, profesora de séptimo grado, debe dar a luz al final del mes. Si metes una solicitud en el San José, es posible que te contraten como maestra sustituta mientras Macy está de permiso por maternidad. Di gracias a Linda y recogí la canasta de pepinos frescos y queso de cabra, suficiente para mantener a Pippa con su comida favorita por los próximos días. La luz roja del contestador automático parpadeaba cuando llegamos a casa. Presioné reproducir y escuché el sonido de cuatro llamadas telefónicas cortadas sin respuesta y luego un mensaje de Adam diciendo que había llamado para ver cómo estaba Pippa. Tan pronto como había terminado el mensaje, sonó el teléfono. —¿Hola? —¿Rosie? —La voz de Adam estaba llena de preocupación— ¿Pippa ha estado bien? —Sí, está bien —le aseguré—. Acabamos de volver de visitar a Linda Hastings. Está en el baño, lavando los gérmenes de pollo de sus manos. No me avisaste que Linda era todo un personaje. —Sí, si lo es —la voz de Adam se relajó al instante—. Ahora ves cómo mi madre me convenció de arrastrar a Pippa al medio de la nada. Me habló de su vuelo a Sídney, la reunión de negocios a la que había asistido, y el largo viaje que todavía necesitaba hacer al corazón de la cuenca de Surat para revisar algunos pozos de gas. Fue una conversación extraña, íntima, como si se sintiera más cómodo hablando conmigo por teléfono que en persona. Separada de la distracción de su cuerpo magnífico, su voz era cálida, amable, y musical como un violonchelo. Le pasé el teléfono a Pippa en cuanto llegó corriendo del baño. —Hola, papi —dijo. Los dejé solos para hablar de su día.
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