Yo sabía que el nombre de la niña era Pippa. Sus padres se habían divorciado recientemente, y vivía con su padre, que viajaba mucho por negocios. Más allá de eso, tendría que averiguar el resto cuando llegara allí. Saqué mi teléfono móvil y tomé una foto del letrero. Sólo había una barra de señal; la recepción no era suficiente para subirla para mis amigos, por lo que solo presione Guardar. Desde que mi padre regresó a España, a nadie le importaba lo suficiente como para hacerme sentir bienvenida. Tal vez este trabajo no sería tan malo, después de todo.
Mi coche se estremeció cuando pasé con cautela sobre la red de ganado. Un camino largo de tierra lodosa atravesaba los campos de maleza, pero a diferencia de cualquier otro lugar, no había ni una vaca a la vista. Por fin, el techo de cobertizo de una enorme casa estilo Granero blanca apareció a la vista con una puerta de establo lo suficientemente grande que se podrían pasar dos coches a través de ella de lado a lado. Al otro lado del patio había una modesta casa amarilla de estilo rancho rodeada por hierba cuidadosamente recortada, con macetas para barandillas vacías y setos de maleza ligeramente descoloridos. Mientras conducía por una puerta estrecha, un pastor australiano n***o y marrón-dorado salió corriendo, ladrando.
—¿Tú debes ser Thunderlane?
Me detuve junto a una camioneta verde vieja en mal estado que estaba estacionada al lado de un coche deportivo tapado con una cubierta para polvo de color beige.
—Hola... hola perrito —tranquilicé al perro mientras salía de mi coche. Le tendí la mano para que pudiera olerla. El perro movió su cola contra mis piernas y luego corrió hacia la casa, ladrando para que los habitantes salieran a ver.
La puerta se abrió y una niña con el cabello rubio claro y coletas llegó corriendo por la puerta principal, saludando con un entusiasmo que sólo los muy pequeños poseen.
—¡Está aquí! ¡Papá! ¡Está aquí!
Estaba vestida completamente de rosa; pantalones cortos de color rosa eléctrico y un top rosa pálido con un personaje de Mi Pequeño Pony en rosa brillante pegado en la parte frontal. Era el tipo de vestimenta que se vería en una niña de los suburbios.
—¡Tú debes ser Rosamond!
—Ésa soy yo —me pareció fácil sonreír—. Y tú debes ser Pippa.
—¿Has visto el cartel? —Pippa patinó hasta detenerse frente a mí.
—Si lo vi. Gracias. Me hizo sentir muy bienvenida.
La niña sonrió. Tenía, me di cuenta, unos ojos grises inusuales, tan pálidos que brillaban de color plata en la luz del sol. —Papi tenía miedo de no encontrar a alguien que viniera tan lejos hasta aquí, así que pensé que si hacía un cartel, ¿tal vez quisieras quedarte?
Ese nudo que se había atascado en mi buche todo el camino desde Brisbane se relajó un poco.
—Eso no depende de mí. Eso depende de tu papá.
El padre antes mencionado bajó del porche y se dirigió hacia nosotras, vestido informalmente con pantalones de mezclilla azules ajustados que acentuaban su larga zancada. Llevaba una camisa manga corta de un color pálido que los muchos propietarios de ranchos utilizan típicamente en esta parte de Queensland, pero tenía un corte diseñador, no el de los grandes almacenes regulares. Medía cerca de dos metros de alto, hombros anchos, con el cabello marrón dorado, y rasgos aristocráticos que habrían sido devastadoramente apuestos si su rostro no estuviera cubierto de preocupación. Se acercó y tendió la mano.
—¿Señorita Xalbadora?
Mi mano se estremeció cuando sus dedos se cerraron alrededor de los míos. Miré a los ojos más extraordinarios que había visto, verdes azulados con un halo de color aguamarina, que se arremolinaba en torno a un oscuro iris, como el océano alrededor de la Gran Barrera de Coral. Traté de adivinar su edad y le calculé como unos diez años mayor que yo.
—Es Rosamond —dije—. Por favor. La mayoría de la gente me llama Rosie.
Era todo lo que podía decir para no tartamudear. ¡Maldición! Hace tan sólo cuatro horas estaba llorando desconsolada por Gregory. Por alguna razón, había asumido que el padre de Pippa sería mayor.
—Soy Adam. Adam Bristow —levantó una de sus cejas doradas mientras espiaba el interior de mi coche, lleno hasta el techo con todo lo que tenía—. ¿Quieres un poco de ayuda para llevar tus cosas?
Mis mejillas se tornaron de color rosa con mortificación. Nunca se me había ocurrido que mi empleador potencial vería mi coche antes de tomar una decisión sobre contratarme o no.
—¿Pensé que ésta era la entrevista preliminar?
Adam frunció el ceño.
—Roberta Dingle es una amiga cercana de mi esp… eh…, mi ex-esposa. Ella organizó esta entrevista. Yo no. —Su voz se elevó a un tono de ira—. Mi esposa, se suponía, se llevaría a Pippa durante el verano, pero luego se negó. En lo que a ella respecta, ¡simplemente puede buscar una institutriz!
—¡Oh! —dije, dándome cuenta de que acababa de entrar en un nido de avispas. La Sra. Dingle había mencionado algo acerca de que la madre estaba atorada en América del Sur. —Eh... ¿yo estaré trabajando para…? ¿Usted? ¿O su ex-esposa?
Adam apretó las sienes con la mirada de un hombre cuya cabeza podría explotar con exasperación en cualquier momento.
—Para mí—, dijo con amargura. —Al final la responsabilidad siempre ha caído sobre mí.
Miré hacia mi coche, preguntándome si esto era un nido de serpientes en el que deseaba caer. No había nada para mí en Brisbane, y me negaba a regresar rogando a casa de mi madre. ¿Tal vez la madre de Sienna me podría ayudar durante un par de semanas, por lo menos hasta que encontrara un trabajo?
Una pequeña mano se deslizó en la mía.
—Por favor… ¿quédate? —los grandes ojos plateados de Pippa se nublaron con preocupación—. La Señora Hastings envió unas magdalenas en caso de que tuvieras hambre luego de tu viaje. ¿Quieres un poco de té?
Fuera cual fuera su animosidad hacia su ex-esposa, la expresión de Adam Bristow se suavizaba al ver a su hija afligida. No estaba enojado conmigo. Estaba enfadado porque la madre de la pobre niña la había abandonado y lo dejó a él soportando la carga.
Recordé el cartel de bienvenida en la puerta de entrada. Dudaba que Pippa hubiera pasado sobre el guardaganado por sí sola. Yo necesitaba un trabajo. La niña necesitaba una cuidadora. ¿Y Adam Bristow…? ¿Qué necesitaba él?
—Bueno, ¿tal vez le gustaría saber más acerca de mí? —Le dije a Adam—. ¿Antes de que me confíe a su hija?
Adam tenía una expresión cautelosa.
—Sí, tengo un par de preguntas —dijo. —Si no te importa.
—Bueno. —Tomé la mano de Pippa y hablé con ella esta vez—. Pero primero me gustaría un poco de té. Y luego tengo que discutir algunas cosas con tu papá.
Pippa saltó felizmente de regreso a la casa. El perro corrió detrás de ella, su cola moviéndose como una hélice negra, suave y esponjosa. Saqué mi cartera del asiento delantero de mi coche, dejando el resto de mis pertenencias atrás. Solo porque no tuviera a donde ir no significaba que tenía que actuar como si estuviera desesperada.
El interior de la casa era como retroceder a una comedia de los 70, con paneles de madera oscuros y muebles modernos de mediados de siglo, tan viejos que habían pasado de moda y vuelto de nuevo, exceptuando el color estridente naranja-oxido.
Pippa me arrastró hasta una silla tapizada desgastada con reposabrazos de madera al descubierto y se dejó caer en el sofá de color naranja a juego con este, reprendiendo al perro para que no subiera con ella. Un juego de té para adultos estaba colocado cuidadosamente sobre la mesa de café junto con un pequeño camino de mesa y servilletas de cuadros a juego, pero aún no estaba lleno de té. Me hundí en la silla, que era mucho más cómoda que atractiva. Adam entró a la cocina adyacente, y luego volvió a salir, trayendo una tetera y una bandeja llena de magdalenas.
—La Señora Hastings me ha estado ayudando a cuidar a Pippa —dijo Adam—. Pero ella tiene setenta y dos años de edad. La semana pasada se cayó y se lastimó la cadera.
Miré a mi alrededor, preguntándome si alguien más vivía aquí. Pippa se incorporó hasta arrebatar una magdalena de la bandeja.
—Ella vive en la estación de servicio cruzando el camino —dijo Pippa—. Cuando papá se va de viaje de negocios, puedo dormir allá a veces. Ella solía cuidar a papá cuando era un niño pequeño. —Su voz bajo de tono—. Eso fue antes de que la abuela muriera.
Adam se aclaró la garganta.
—Mi madre falleció hace tres semanas, debido a un cáncer de mama. Vinimos aquí para ayudarla a controlar su estado, pero a Pippa le gusta estar aquí y es posible con mi trabajo. La Sra. Hastings me ha ayudado a asegurarme de que Pippa no sea desatendida.
—La profesora Dingle mencionó que viaja mucho —dije—. ¿En qué trabaja?
—Evalúo la idoneidad del esquisto para extraer gas natural y petróleo.
—¿Fracking?
—No exactamente. —Adam frunció el ceño, su expresión reflexiva—. Gas metano de carbón. Existen sectores en todo Queensland. Pero sí, supongo que algo de lo que hago caería bajo esa descripción.
Me mordí la lengua, en lugar de repetir lo que todos mis amigos hippies decían sobre el daño a la Tierra cuando se extraen los combustibles fósiles. La última vez que revisé, el hada del combustible no había bajado del cielo para llenar mi tanque de gasolina. Eso explicaría el coche deportivo caro protegido bajo la lona.
—Así que, ¿tiene otra casa en alguna parte?
Adam miró hacia otro lado. —Esa es una de las cosas que tengo que decidir durante el verano. Originalmente, yo esperaba...
Se calló, sus rasgos cincelados llenándose con una combinación de rabia, tristeza e incredulidad. Era la expresión que yo llevaba desde que Gregory me dijo que no quería casarse conmigo.
—Papi dijo que, si nos quedamos aquí, ¡tal vez pueda tener un caballo! —Los ojos de Pippa brillaban con expectación—. Cuando hayamos ahorrado lo suficiente, me llevará a algún lugar para comprar uno.
—¿Tú montas?
—Un poco. El verano pasado mamá me envió a un campamento de equitación.
Los rasgos de Adam se endurecieron en una expresión ilegible. Esperé a que el comenzara la entrevista, pero sus agudos ojos de águila observaban la forma en que interactuaba con su hija mientras ella me servía té. Decidí que sería mejor que yo hiciera las preguntas.
—Escuché que Pippa ha perdido algunas clases en la escuela.
—Sí —dijo Adam—. Durante el año pasado Pippa ha sido educada en casa, pero espero inscribirla en una escuela regular, llegado el otoño. Te agradecería si pudieras asegurarte de que esté lista.
—Eso es para lo que estoy capacitada —dije—. ¿Qué otras funciones debo llevar a cabo?
Adam tomó un sorbo de té. La taza de porcelana parecía ridículamente pequeña y frágil en sus enormes manos.
—Muchos de los pozos de prueba que superviso se encuentran a un día de distancia de viaje, por lo que me gustaría mantener a Pippa aquí durante el verano, pero los otros pozos están en la Cuenca de Surat. He pospuesto ir a evaluarlos, pensando que podría revisarlos todos mientras que Pippa estaba con su madre durante el verano, pero no puedo dejar los pozos sin supervisión por más tiempo. Si lo hago, podría perder mi trabajo.
—¿Cuándo tiene que irse?
—Mi primer viaje al Outback comienza pasado mañana —dijo Adam—. En su mayor parte, voy a ir y venir hasta finales de enero.
—¡Apenas le da tiempo para llegar a conocerme!
Adam resopló con disgusto.
—Roberta Dingle me llamó ayer y me aseguró que eres la estudiante más trabajadora que ella ha conocido. Juró que eres una excelente maestra y que tienes una habilidad especial para niños sensibles y dotados.
Trabajadora, sí, pero sería mucho llamarme una excelente docente. Me había graduado gracias a que la Sra. Dingle se apiadó de mí y me permitió tomar una prueba que me había perdido por haber quedado atascada en el trabajo.
—¿Y a quién debo llamar en caso de que haya un problema? —pregunté—. No conozco a nadie aquí. Yo ni siquiera sé dónde está la sala de emergencias más cercana.
—La Señora Hastings se ha comprometido a ayudarte, y también a cuidar a Pippa una tarde a la semana para que tengas un poco de tiempo para ti misma. — La voz de Adam adquirió un tono amargo—. Confío en la señora Hastings implícitamente. Tú estás aquí porque ella me convenció que sería mejor cuidar de mi hija aquí en lugar de enviarla a un campamento.
La mirada de Pippa se hundió en su taza de té.
—Además —añadió cuando vio mi vacilación—. Tenemos un hospital aquí. Es sólo que es algo más parecido a un ambulatorio.
— Está bien —dije en voz baja—. No me gusta preguntar, pero ¿cuánto...?
—Serían quinientos dólares a la semana, más un bono de dos mil dólares al final del verano. Eso incluiría el alojamiento y comida, así como gastos y lo que comas con Pippa.
Miré a la niña ansiosa que me miraba con ojos de plata esperanzados. Era una oferta generosa con pocos gastos, la niña era linda, y me mantendría ocupada mientras me lamía las heridas de la traición de Gregory. También me daría el dinero suficiente para poder pagar la primera y última cuota y el depósito de seguridad de un bonito apartamento, así como un colchón financiero hasta que encontrara un trabajo permanente. Además... ¿cuándo fue la última vez que alguien me había hecho un cartel de bienvenida?
—¿Cuándo empiezo?
Por primera vez, Adam me dio una sonrisa genuina. Las líneas tensas alrededor de sus ojos desaparecieron y los años se apartaron, revelando que no parecía para nada ser mucho mayor que yo.
—Ahora mismo. Empezando con asegurarte de que la Señorita Muffet cumpla su tarea de lavar las tazas de té. Aquí, todo el mundo tiene que poner de su parte.
Extendió la mano.
—¿De acuerdo?
Tomé su mano y la apreté.
—De acuerdo.