—Sí —la voz de Adam salió en un susurro ronco. —Es por eso que he hecho hasta lo imposible por establecerla aquí; exactamente lo mismo que tu madre estaba tratando de hacer antes de morir. Tenemos que desarrollar la autoestima de tu hija lo suficiente para que empiece a hablar con amigos reales en lugar de reinas de hadas imaginarias y unicornios de plástico. Adam se inclinó hacia atrás en su silla y se quedó mirando sus manos. —Tengo miedo. —¿De qué, Adam? —De presionar demasiado a Eva. Si supiera a ciencia cierta... —¿Supieras qué, Adam? Adam envolvió sus brazos alrededor de sí mismo como si un escalofrío lo arañara desde la tumba. Abrió la boca como si quisiera decir algo, con los ojos atormentados, y luego desvió la mirada. El músculo de su mejilla se retorció debajo de su piel