No necesito abrir los ojos para saber que algo no está bien.
El olor a sangre llega a mí, Puedo saberlo gracias a los años atendiendo emergencias.
Cierro los ojos con fuerza intentando tranquilizar mi respiración y no dejar salir el grito de pánico que amenaza con salir de mi garganta.
Lo último que recuerdo es que mi busca sonó en medio de mi descanso y corrí para atender la emergencia. Pero a mitad de pasillo, alguien me sujetó por detrás y luego nada.
Mis recuerdos están confusos.
—Sé que estás despierta —la voz tiene un tono burlesco que me hace apretar las manos en puño y enterrarme las uñas en la palma de la mano.
Con lentitud, abro los ojos para encontrarme en medio de una habitación que no reconozco.
Solo tengo una semana de haber regresado de Brasil donde fui asignada luego de aplicar al programa de intercambio y ya estoy en problemas.
Miro al frente y los ojos azules de un hombre me miran con interés.
El mismo viste un traje n***o y ronda los cincuenta años.
Desvió mi mirada hasta un lado y el shock me atraviesa cuando encuentro a un desconocido, acostado junto a mí con una herida en la garganta que ha acabado con su vida desangrándose como cerdo.
Mi grito puede irse a un kilómetro a la redonda.
—Hola, Sienna
Miro de nuevo al hombre mientras las lágrimas bajan por mi rostro.
—¿Quién es usted? ¿Por qué me llama Sienna? —Balbuceo— Mi nombre es Gabriella Miller.
Niega.
—Estás tan equivocada— ríe —tú, eres Sienna Harrison. Y, eres la hija perdida de Jared Harrison. Jefe del cartel en Texas.
¿Qué?
—Está equivocado —niego e intento ponerme en pie, pero mis piernas no me responden —Mi nombre es Gabriella.
—¿Ves a tu acompañante de cama? —señala con un arma al hombre —él, es el investigador que estaba detrás de tu pista. Eso, mientras yo lo cazaba y me llevara hasta ti.
—Está loco —digo intentando alejarme del cadáver. —Me está confundiendo.
—No, llevo mucho tiempo esperando para darle un golpe a Jared y contigo lo dejaré sin nada —sonríe con malicia —ya no serás ni Gabriella, ni Sienna—. Continúa — Me voy a divertir torturándote.
Espeta y levanta el arma al mismo tiempo que el sonido de las balas llena el lugar y la puerta de la habitación se abre.
—¡Nos tenemos que ir! —dice un hombre más joven.
—¡¿Qué carajos está pasando?!
—Los hombres de Jared están abajo y traen refuerzos.
—Tengo que matar a esta perra, ¡ahora! —me apunta.
Contengo la respiración.
—¡Ya tendrás tiempo! —grita —Yo escojo vivir —dice antes de correr hasta la puerta y veo la frustración del desconocido que me secuestro y que me apunta —Ya tendremos oportunidad de vernos de nuevo.
Con eso, sale corriendo aupado por el otro hombre.
Me pongo de pie con las piernas temblorosas, apenas salen los hombres y, a punto de rendirme a la histeria.
Cuando una figura aparece cortándome el paso.
Abro los ojos con sorpresa.
Me da un barrido de pies a cabeza antes de cargar su arma.
—Hola, doc. —cierro los ojos ante sus palabras.
—No puede ser —susurro.
—Sabes, no pensé verte de nuevo.
—Eros…
—Andando, a menos que quieras morir.
—¿Cómo…?
—Quieres hablar y jugar al parchís.
Tuerce el gesto y sus ojos oscuros me atraviesan.
—No es momento.
Asiento consciente y cuando se pone en marcha, le sigo sin otra opción que seguir a este hombre.
El hombre del que prácticamente hui hace dos años.
El sonido de las balas es estridente mientras Eros pasa por encima de un par de cuerpos sin inmutarse.
Evito mirarles cuando paso junto a estos.
Bajamos las escaleras y en el salón hay unos cinco hombres custodiando el salón y atentos mientras tiene sometidos a varios hombres.
—Apresúrate —gruñe Eros.
No tomamos el frente, en cambio, este camina por la casa y entramos a la cocina.
Eros apunta al frente y mira alrededor. Estoy a punto de abrir la boca cuando un hombre entra y sin mediar, Eros dispara.
Ahogo una maldición mientras me llevo las manos a los oídos, lo miro mal.
Sé qué clase de hombre es Eros.
No debería sorprenderme que dispare a sangre fría.
—Esta es la situación, doc.
—Gabriella.
Él hace como si no me escuchara.
—Afuera hay una camioneta a la que vas a subir sin mirar atrás.
—No.
—Claro que sí —mira detrás y dos hombres aparecen.
—Los tres te cubrimos el culo.
—¿Por qué? —Lo miro sin entender en medio del caos.
—Porque hay alguien que quiere verte.
Sin más, hace una seña y los tres salen.
—¡Corre a la maldita camioneta, doc.!
No lo pienso y corro mientras escucho gritos, maldiciones y disparos.
La puerta está abierta esperando y salto al interior.
—Nos vamos —escucho a Eros.
Segundos después la puerta del conductor se abre y Eros sube junto a mí.
La camioneta avanza y siento el ambiente tenso. Miro de reojo a Eros y lo veo pasar la mano por su cabello rubio, que se ha salido del recogido que por lo general lleva.
—¿Cómo me encontraste?
—Solo fue coincidencia —dice sin más.
—Sé que estás molesto porque me fui.
—A ver doc. —me corta —No estoy enojado, eso implicaría que me importas.
¡Auch!
—Estamos a mano. Tú me salvaste, yo acabo de hacer lo mismo—. Sus ojos oscuros me miran con fiereza —es todo.
Asiento y vuelvo mi mirada al frente antes de pasar mis manos por los pantalones azules del uniforme del hospital.
Mantengo mi mirada a través del cristal y cuando me encuentro transportada dos años atrás cuando conocí a Eros, el hermano y mano derecha del Boss de Nueva York.
Flashback.
Dos Años Antes.
Avanzo por los suburbios de la selva de cemento que es Nueva York de regreso al consultorio médico en él hago mi voluntariado.
Mi madre odia que trabaje en el consultorio del doctor Spencer. Dice que está en medio de delincuentes y que debería tener más sentido de autopreservación.
Estoy haciendo mis estudios de especialización y quiero seguir con lo que me gusta que es ayudar.
Niego y le doy una mirada a mi móvil antes de tropezar contra una mole de músculos en medio de la acera. Y vaciar mi bolsa del supermercado.
—Maldita sea —siseo y miro al hombre que me mira desde su altura.
Lo que más me enoja es que me mira de manera imperturbable y no se mueve para ayudarme a recoger las cosas.
—Qué idiota —digo recogiendo la caja de galletas.
Sin darle una segunda mirada al hombre, continúo mi camino hasta el consultorio.
Aunque quiera cantarle las cuarenta, sé dónde estoy y qué tipo de personas hay aquí. Así que me apresuro.
—Tardaste mucho —me reprende Abril, la chica de veinte años que nos ayuda a organizar el papeleo del consultorio y es la cara del mismo.
Aunque su aspecto es algo peculiar, con el cabello lleno de colores que le dan más un aire a colegiala que a una joven que estudia derecho.
—Había muchas personas en el súper y de regreso tuve un percance—. No entro en detalles.
Dejo las cosas en la cocina improvisada del fondo y regreso al frente.
—Ya puedes irte a tu clase.
—¿Segura?
Resoplo.
—Sí, yo cierro el consultorio.
Me mira con los ojos entrecerrados.
—Vete —señalo la puerta.
—Está bien —pone los ojos en blanco.
Recoge sus cosas y sale a toda prisa porque se le ha hecho tarde para llegar a sus clases.
Cansada por el día algo movido, me siento detrás del mostrador a recoger un poco el lugar y llenar mis notas faltantes de los pacientes.
Hay un brote de influenza que nos ha tenido ocupados los últimos días y el doctor Spencer y yo, apenas nos damos abasto con lo que hay en el dispensario.
Miro a un lado y me encuentro con el espejo que Abril tiene para maquillarse, el cual ha dejado fuera del cajón por la prisa.
Mi cabello rojo está algo desordenado y mis ojos marrones claros se ven muy grandes para mi rostro que se ve algo pálido haciendo que mis pecas se noten más.
O como los llama mi madre.
Besos de hadas.
Y, por ella, estoy haciendo todo lo que está en mis manos para darnos una mejor vida. Ella se ha partido la espalda trabajando por años para darme la educación que hoy en día tengo.
Nunca conocí a mi padre y mi madre es hermética al hablar de él.
Dejo a un lado mis pensamientos y comienzo a escribir las notas pendientes, estoy tan perdida en lo que hago, que no escucho cuando entran al consultorio.
Debí cerrar la puerta.
Hago una mueca.
—Lo siento, pero estamos cerrados —murmuro.
—Esto es una emergencia —una voz gruñe.
Levanto la mirada y me encuentro con un hombre cargando a otro a un costado mientras me apunta con un arma.
Detrás de ellos, hay dos hombres y reconozco a uno de ellos como el idiota que tropezó conmigo en la acera.
El hombre que sujeta al herido me apunta con un arma.
—Te sugiero que llames al doctor—sisea.
¡Mierda!
Con la mayor cautela que puedo, me pongo de pie esperando que las piernas me sostengan.
—Primero. Baje el arma, Por favor—digo en voz baja—Segundo. Somos un consultorio médico comunitario. No tenemos lo que se necesita para atenderle.
El hombre maldice y junto a él el herido se tambalea.
—Es solo un rasguño.
No. Por su aspecto no es solo un rasguño. Puedo ver como la sangre se filtra a través de su mano.
—Pídele lo que necesitas a él —parpadeo ante las palabras del hombre alto y de ojos oscuros que me mira con seriedad.
Sé que no puedo negarle la atención. Pero si muere puede que me mate, si lo atiendo y muere también cabe la posibilidad de que no pueda salvar mi vida.
Jodidamente perfecto.
No tengo muchas alternativas.
—Déjelo sobre la camilla del fondo. Y, ponga presión en esa herida.
Le hago una rápida lista al hombre con lo que podría necesitar y los sigo al interior de la única habitación que tenemos disponible.
—¿Dónde cojones está el doctor?
—Yo soy la doctora.
Sus labios están en una fina línea y estoy a tres segundos de mandarlo a la mierda cuando intercambia una mirada con sus secuaces.
—Estoy bien, Arslan.
Murmura su letanía, el hombre.
—Estás perdiendo mucha sangre, para ser un puto rasguño.
Está en lo correcto.
Salgo de la habitación hasta donde tenemos los pocos suministros disponibles. Recojo lo que tengo y me encuentro con el mastodonte con el que choque en la acera más temprano.
Lo ignoro y regreso a la habitación.
—No me regañes—murmura el herido y al fin veo su rostro.
Su cabello es rubio, está fuera de una coleta, es guapo y sus ojos oscuros me miran intentando mantener enfocada la mirada en mí.
Desvía ligeramente la mirada con el ceño fruncido al hombre que lo traía a cuestas.
—Estás haciendo un drama y asustas a la chica.
El hombre que me apunto, me da una mirada rápida antes de enfocarse en el herido.
Sin perder tiempo, me pongo los guantes y tomo una tijera.
Corto el polo.
—Me debes cien dólares por el polo—murmura.
¡¿Cien?!
Niego.
—Bueno, tú me acabas de arruinar una noche perfecta—respondo tocando la herida.
Abro unos apósitos, comienzo a limpiar e inspeccionar la lesión.
—La bala no atravesó—digo. —Pero, ha perdido mucha sangre porque alguien no presiono la herida—miro al hombre de junto—Podría haber provocado un shock o la muerte.
Maldice.
El hombre al que le di una lista con los suministros, regresa con otro hombre.
Aparto de mi mente el hecho que cualquiera puede meterme un tiro y miro al hombre que el paciente ha llamado Arslan.
—¿Tipo de sangre?
—Rh + —responde sin dudarlo.
No nos queda mucho desde la última emergencia.
—Tengo muy poca. Necesitará más.
Sin mediar palabras, se quita la camisa manchada de sangre y toma la silla más cercana dejando su arma a un lado.
—Somos el mismo tipo —anuncia —así que, tome la que necesite.
Lo miro con escepticismo.
—¿No consume? O Tiene alguna enfermedad, como…
—No—me corta—Estoy sano. Ahora, saque la maldita sangre.
Hijo de…
—Sabe que no está en condiciones de ser grosero.
Me atraviesa con la mirada.
—¿Quiere que queme el lugar con usted dentro?
Evito demostrarle miedo.
—Estoy atendiendo a su amigo por compasión.
—No me haga reír. Lo hace porque lo digo yo.
Reprimiendo las ganas de darle un golpe me acerco y rápidamente le pongo la aguja y cuando la sangre comienza a llenar la bolsa me alejo en busca de la sangre disponible.
Se la pongo y limpio alrededor de la herida cuando los ojos negros del hombre me miran.
—No le hagas caso —susurra mientras preparo la anestesia. —Solo está asustado.
Niego.
—No debería amenazar a las personas.
Sonríe un poco y me siento mal al admirar lo guapo que es para su propio bien.
—Vamos a sacarte la bala y dejarte como nuevo—. Digo en voz baja para que solo me escuche él.
—Si lo haces, estaré en deuda perpetua contigo mujer. Y, te invitaré un café.
Sonrío un poco en medio del caos.
Administro la anestesia y veo como poco a poco se hunde en la inconsciencia.
—Aquí vamos —susurro.
Fin de Flashback.
Ese día Eros entró a mi vida y también conocí a su hermano Arslan y su esposa Edén.
Pero sabía que ninguno de los dos hombres eran trigo bueno. Sin embargo, Eros tiene la capacidad de exasperarme al mismo tiempo preocuparme por él.
Por eso huí.
Huí de lo que estaba sintiendo en ese momento por alguien que apenas conocía.
Por eso acepté irme de intercambio y me adentré a la amazona. Pero ni la inmensidad de la selva hizo que no hubiera un día que no preguntara si seguía con vida.
Bien. Ahora tengo mi respuesta.