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Izana miró a la gente a su alrededor, admirada con tantos números en la sala, hasta que encontró el suyo, pero esa multitud a su alrededor la distrajo por tantas diferencias en estilos, ascendencia, costumbres y religiones, hasta que encontró el suyo. Sala de Gestión Financiera. Cuando mira la puerta de metal con una ventana de vidrio que conduce hacia la maestra, se da cuenta de que el aula ya está completamente llena de estudiantes, y decide volver atrás por temor a que todos la miren. Pero cuando regresa para volver a su habitación, he aquí que una mujer hermosa y muy atractiva, pero con el ceño fruncido la fija y dice.
- ¿Por qué no entras en la habitación?
- Y que me perdí mirando, y llegué aquí ahora.
- ¿No hay despertador en su habitación, señorita?
- Izana Ramati.
- ¡Izana Ramati!
- Esa es su excelencia.
- Me gustaste, tú y bastante respetable.
- ¡Gracias!
- Más ... necesitas entrar a tu habitación ahora mismo.
- Es que...
- ¡Ahora mismo!
- ¡Si señora!
- Estoy esperando.
Izana, muerta de miedo ante una mujer de belleza abrumadora y ojos despiadados, intenta ocultarle una sonrisa hasta que entra en la habitación y toca la puerta. En cuanto lo hace, el profesor de Gestión Financiera mira hacia la puerta junto con el salón y ve que ella está con el decano del lugar, entonces detiene su clase y con el brazo izquierdo hace un gesto invitando al alumno a entrar. Izana vuelve a mirar a la mujer que la espera para cumplir con el pedido de la maestra, y finalmente entra.
- ¿Estudiante nuevo?
- ¡Sí señor!
- ¿Su nombre?
- Izana Ramati.
- Llega tarde, Srta. Ramati.
- Perdóname, me perdí buscando la habitación.
- ¿No participaste en la gira de novatos?
- Tuve un contratiempo y llegué casi a las 21:00 de la noche.
- Está bien, pero la próxima vez sea puntual, no me gustan las demoras.
- Sí señor.
- ¡Excelente!
- Bueno, desde que se entregó, que tengas buena clase.
- Gracias.
Izana busca un lugar vacío para sentarse frente a tanta gente mirándola. Muerta de vergüenza, intenta no mostrar lo que estaba sintiendo y termina dirigiéndose hacia la segunda fila donde encuentra una mesa vacía. Con la cabeza gacha, se apresura a sentarse, pero una niña se sienta en la silla vacía y comienza a sonreír, y a Zana no le gusta mucho, lo que pronto dice.
- ¿Estás sentado en esa silla?
- Sí.
- Entonces, ¿por qué no estaba antes?
- Porque estaba en la otra silla.
- ¿Puedo sentarme en una de sus sillas?
- Sí. Siéntate en ese de allí.
- Muchas gracias. - Dice Izana ya irritada.
Tratando de no toparse con nadie en su primer día, se va cortésmente con toda humildad y cortesía por fuera, pero por dentro la urgencia de responder que grosera y grosera fue muy grande. Contando hasta diez adentro se sienta en esa silla y termina cayéndose hacia atrás, porque la silla estaba rota. Izana está tan avergonzada por la vergüenza que la rubia le hizo pasar que se pone de pie torpemente mientras los demás en la habitación se ríen de ella. La niña está tan avergonzada pero tan avergonzada de experimentar el tiempo de la escuela nuevamente y piensa para sí misma.
"¿Qué hago? ¿Qué hago? Salgo corriendo y obtengo la fama y el miedo, o me paro y me enfrento a la risa de todos. ”- Piensa Izana.
El maestro ve ese mal hasta que está listo para ayudarla, pero ella le pide permiso al maestro y le pregunta si puede ponerse de pie en el aula.
- ¿No hay otra silla vacía en la habitación?
- ¡No señor!
- ¿Puedes soportar cuatro horas de clase de pie?
- Me saldré con la mía.
- Si tu lo dices, ¡por mi bien!
Izana toma la silla rota y se acuesta de lado y pone su mochila sobre la plancha del costado y se sienta. Todos se ríen y la maestra se sorprende de su actitud y le pregunta si está cómoda y ella dice que sí. Entonces continúa la clase. La señorita Flores luego toma su libro y comienza a seguir la clase como si nada hubiera pasado, mientras la rubia rebelde se reía de ella. Poco sabe ella que su actitud ha perdido por completo sus posibilidades de hacerse amiga de Izana Ramati.
[...]
No muy lejos de allí, a unas ocho habitaciones, estaba la clase de ciencias contables. Mikaela estaba sentada al frente de la clase siguiendo a su clase con una tremenda necesidad de irse, era tan aburrida la clase. A pesar de la enorme sala blanca, con más de cincuenta sillas divididas en filas, todas en diagonal hacia el enorme tablero detrás del profesor, con aire acondicionado, data show y computadoras de última generación. Mikaela solo pensaba en estar al lado de Afonso, porque todavía le disgustaba que la hubieran puesto en otra habitación, en otro rumbo.
- Maestro, ¿cuántas horas de clase?
- A las cuatro señorita ...
- ¡Todo eso!
- ¿No te gusta mi clase?
- A decir verdad, es bastante aburrida.
- ¡¿Qué?!
En este momento, toda la sala abre mucho los ojos hacia la pequeña rubia y sin ningún sentido, de cara a ese profesor de contabilidad. Cuando se convoca a uno, pobre. Todo se vuelve, una vez fue estudiante de ciencias contables. Entonces la maestra, muy ofendida por la falta de respeto de la niña, se detiene en el tobogán y mirándola dice.
- ¿Llamaste aburrida a mi clase?
- Me hiciste una pregunta y te respondí.
- Si crees que mi clase es aburrida, ¿por qué estás aquí?
- ¡Gracias!
- Por favor, sal de mi oficina inmediatamente.
- ¿Pero por qué?
- ¡Sal de la habitación ahora mismo!
- Qué grosero y esto solo porque dije la verdad.
- ¡Ahora!
- Dios, me voy.
- Qué falta de respeto.
Mikaela recoge sus cosas y sale de la habitación, dejando a sus colegas asombrados de ella, porque no sabían si era demasiado inocente, demasiado lenta, demasiado atrevida o demasiado estúpida para siquiera enfrentarse así a la maestra. Cuando sale de la habitación, se da cuenta de que la maestra la llama basura y está disgustada.
- ¡UPS! Sin basura.
- Cálmate Mikaela, no te estreses por nada.
- Desde que me echaron de la habitación, voy a dar un paseo por la ciudad.
- ¿Qué haces fuera del aula?
- ¡Me echó el profesor de aburrimiento!
- Veo que tenemos un comediante aquí en la universidad.
- ¿Humorista? Me estás llamando payaso.
- ¿Tu sabes quien soy?
- No y no me interesa.
- ¡Vaya, e incluso su majestad!
- Gracias por el elogio.
- Vayamos en dirección a la princesita.
- ¿Qué hice?