1 año después:
—Me importas, Amara y por eso lo hago.
Me reí a carcajadas, mirando a mi padre completamente desinteresada.
—¿O para pasar más tiempo con tu nueva novia?—. Alcé las cejas mirándole burlonamente.
—Todos sabemos que en una semana la dejarás— crucé los brazos delante del pecho.
Mi cara se puso rígida, la mandíbula apretada, los dientes rechinando.
Se notaba la tensión en la habitación.
—¡Amara, no me hables así!— gritó mi padre, golpeando la mesa con rabia.
No me moví ni pestañeé. Si cree que algo así puede asustarme y hacerme cerrar la boca es que no conoce lo suficiente a su hija.
—Has cambiado tanto que ya ni siquiera puedo reconocer a mi propia hija— añadió con derrota en los ojos y yo asentí con la cabeza
—Has tardado mucho en darte cuenta— sonreí. —Felicidades, papi.
—Te vas y punto.
—¡Tengo 20 años, no tienes derecho a decirme lo que tengo que hacer!— grité de vuelta, sin importarme quién pueda oírnos.
Las criadas deben tener un buen espectáculo en este momento.
—Tengo mientras te dé dinero. Te vas y se acabó la discusión.
Gruñí fuerte con demasiada rabia, echando la cabeza hacia atrás.
Todo mi cuerpo ardía ahora mismo.
—¡Te odio!— escupí antes de darle la espalda.
Con la cabeza orgullosamente levantada salí de su despacho en nuestra mansión.
Tengo 20 años, mujer, no tiene derecho a tratarme como si fuera una maldita niña.
¿Cómo puede enviar a su hija a Los Ángeles con un hombre que ni siquiera conozco, durante todo un año?
Y además tengo que vivir con su mujer y su hija pequeña.
Simplemente genial.
Odio a los niños.
¿Cómo se supone que voy a mirar a este diablillo sin querer suicidarme?
Este hombre con el que tengo que quedarme ha sido socio de mi padre durante 3 años.
Nunca lo he conocido, pero sé que tiene un negocio exitoso que maneja por su cuenta.
Me imagino lo que pensó el pobre viejo cuando mi padre le llamó, prácticamente rogándole que me contratara en su empresa.
No puedo mirar a este hombre a los ojos sin sentir vergüenza.
¿Por qué no trabajar aquí, en la empresa de mi padre en Nueva York?
¿Por qué tiene que enviarme a Los Ángeles?
¡Quiero romper algo!
Subí a mi habitación a recoger mis cosas porque mi vuelo era mañana.
Y que empiece el peor año de mi vida.
*
Amara Claus
Vi mi nombre escrito en una pizarra, sostenido por un hombre probablemente de unos 60 años.
Supuse que era la persona con la que me quedaría.
Tiré de mis maletas hacia él, abriéndome paso con valentía entre la multitud de gente del aeropuerto.
Odio los aeropuertos, odio los lugares abarrotados, odio a la gente.
Me coloqué delante de él y esbocé una sonrisa falsa.
Me miró y enarcó las cejas.
—¿Eres Amara Claus?
Me dieron ganas de abofetearle.
No, acabo de decidir pararme delante de usted porque no tengo otro trabajo. ¿Eres tonto?
Recuerda Amara, este viejo te dejará quedarte en su casa durante el próximo año, así que no seas grosera.
La molesta voz de mi padre estaba en mi mente una vez más.
Respiro hondo manteniendo la sonrisa falsa en mi cara.
—Obviamente, soy yo— murmuré, y él asintió con la cabeza.
—Bienvenido a Los Angeles— Sonrió suavemente, manteniendo el contacto visual conmigo
Asentí, tratando de evitar conversaciones innecesarias porque no quería estar aquí en primer lugar, ¿por qué molestarse en hablar?
Le entregué mis cosas y nos dirigimos a la salida del aeropuerto.
Nos detuvimos delante de un coche. O mejor dicho, el coche más bonito que he visto nunca.
Los jeeps son mi debilidad, y delante de mí se sentaba el más nuevo de BMW en color n***o mate.
—Alejandro Anderson, ¿verdad?— pregunté al subir al coche, y él se limitó a sonreír levemente.
—No, este es mi jefe— arrancó el coche—Pronto lo conocerás.
Genial, usé mi sonrisa falsa con una persona que ni siquiera es la persona.
¿Puede alguien por favor matarme ahora?
*
No creí que en mi vida vería una mansión más grande que la nuestra, pero me equivoqué.
Mi padre tuvo que tomar algunas lecciones porque lo que veo ahora es increíblemente hermoso.
El hombre tiene mucho dinero.
La mansión se alzaba orgullosa tras las enormes puertas doradas. En su umbral se erguía la delicada fuente de mármol. El césped que la rodeaba era verde y estaba bien cuidado. A ambos lados de las blancas escaleras que conducían a la gran puerta principal, se erguían orgullosas dos estatuas de leones.
—La familia Anderson la espera, señorita—, dijo Steve abriéndome la puerta del coche.
Sí, el hombre se llama Steve y es muy simpático. Me contó probablemente una veintena de chistes mientras veníamos hacia aquí. Es un alma tan dulce. Los 40 minutos de viaje me ayudaron a entenderlo.
Sonreí levemente y asentí con la cabeza mientras bajaba del coche.
Miré la mansión y respiré hondo.
Solo 365 días, Amara. ¡Tú puedes!
Delante de la gran puerta principal de la mansión había una mujer, probablemente de unos treinta años, y a ambos lados, dos criadas con los habituales uniformes blancos y negros.
Me acerqué a ellas, seguida de Steve con mis maletas.
Ella sonrió de oreja a oreja, mostrando su hermosa sonrisa.
—Amara, ¿verdad?—, preguntó con voz amable, y yo asentí.
—Encantada de conocerte, cariño.
Lo siguiente que sentí fue a ella, abrazándome. Estaba súper avergonzada porque no había dejado que nadie me tocara en el último año, ni siquiera mi padre, pero respondí levemente al abrazo dándole unas palmaditas en la espalda.
No estaba tan mal, ¿verdad?
—Soy Silvia Anderson. La mujer de Alejandro— se presentó con una gran sonrisa, así que le devolví la sonrisa.
La mujer es hermosa, no puedo negarlo. Una figura alta y delgada, pelo rubio hasta los hombros, ojos azules y una sonrisa preciosa.
—Gracias por dejar que me quede en su casa— le dije educadamente, y ella me saludó como si nada, sin dejar de sonreír.
—Es un placer para nosotros. Tu padre es un socio importante para Alejandro y siempre le ayudaría— explicó mientras entraba en la mansión.
Todo era elegante, ordenado y caro.
Nada menos.
Se nota que esto lo ha hecho alguien con gusto.
Estoy acostumbrada al lujo y estas cosas no pueden impresionarme.
—Ava lleva a Amara a su habitación, por favor— pidió Silvia amablemente, y la chica asintió mientras caminaba hacia mí.
Lo que me sorprendió fue que Ava es joven, probablemente más joven que yo. Su pelo castaño estaba recogido en un moño diligente, su cara era condenadamente hermosa y ligeramente redondeada, pero no diría que menos impresionante. Ojos marrones chocolate cálidos, labios carnosos y una nariz pequeña con cejas gruesas. Es perfecta.
Ava me llevó a las grandes escaleras en completo silencio mientras subíamos al segundo piso. Ni siquiera se atrevió a mirarme.
—¿Tienes alguna regla que te prohíba hablar o...?—. Rompí el silencio, poniéndome a su altura para mirarla con una leve sonrisa, y ella se sonrojó sin dejar de mirar hacia abajo.
—No es de buena educación hablar con usted sin permiso, señorita— dijo en voz baja, su voz tan suave y dulce.
—Mentira. Quiero que hables conmigo, de todas formas nos veremos a menudo el año que viene— me encogí de hombros, y ella negó con la cabeza ligeramente avergonzada.
—La señora Anderson no nos deja hablar con los invitados.
Alcé las cejas con asombro, mirando a Ava.
¿Acaba de decir esto o solo estoy oyendo cosas?
¿La hermosa y dulce mujer que acabo de conocer? No, no puedo creerlo.
—De acuerdo, entonces este será nuestro pequeño secreto— sonreí ampliamente, y ella se sonrojó aún más, sin decir nada más, abrió una de las puertas del segundo piso.
La habitación era preciosa.
Paredes color crema, con una gran cama king-size. Ventanas francesas, haciendo la habitación mucho más luminosa, con una mesa y un sofá con vistas a su increíble jardín trasero.
Simple, pero perfecto.
—Esta es tu habitación—, dijo Ava en voz baja, y yo asentí con la cabeza.
Tal vez este lugar resulte mejor de lo que pensaba.