¡Infierno! Ni siquiera pensé en su entrenador, pero cuando ella se volvió loca y montó un escándalo en el aeropuerto, tuve que usar la fuerza y arrastrarla al helicóptero. Tuve que torcerme y mentir. Menos mal que por la noche le ordené a Sofía que preparara la piscina.
Se apretó contra el asiento como un animalillo y encogió su cuello. "¿Enojada? Bueno, ¡No pasa nada! Llegamos a casa, todo se arreglará. Ahora tengo otras preocupaciones," - pensé. Todavía me dolía el hombro y me resultaba difícil pensar con claridad. Tomé otra pastilla.
Cuando aterrizamos, la envié a casa con los chicos y yo fui a la oficina. Alex ya me estaba esperando allí.
- Cuéntame todo lo que hayas averiguado. - Ordené mientras mi jefe de seguridad cerraba la puerta detrás de nosotros.
Todavía esperaba que fuera
