A la mañana siguiente me despertó Sofia. - Vamos, niña, hay que desayunar, porque a las diez viene tu entrenador. - ¡Ah! Por Dios, me olvidé, - exclamé, rápidamente saltando de la cama. Sofia salió de mi habitación. Yo fui a la ducha. El agua templada corría por mi cuerpo, recordando los besos y caricias de Herman ayer. Delante de mis ojos otra vez apareció la imagen de ego torso perfecto. El calor empezó a incendiarme por dentro, giré el grifo de agua caliente al mínimo y con la ducha fría me calmé. Me vestí con pantalón blanco y un jersey azul, recogí mi pelo en una cola alta y bajé al comedor. Herman otra vez no estaba con nosotros en el desayuno, marchó al trabajo. Yo no sabía a qué se dedicaba, y para ser honesta, no me interesaba mucho. Lo único que me importaba era verle por la