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Después de ser examinado bajo un silencio interminable e incómodo, Yuri me dio el visto bueno. El cantazo fue leve, no necesitó sutura y le terminó dando elogios a Yelena por su buen trabajo al limpiar mi herida. No hay quien la aguante. En el transcurso hacia mi casa dorada se pasó pidiendo unas gracias que no me quise dignar a darle. La chica cree que es la dueña de mis palabras y no es correcto. Nadie es dueño del Dorado y eso le quedará claro. La persona que podía controlarme ha muerto y la extraño todos mis jodidos días. «¿La felicidad existe?», se repite su pregunta en mi atolondrado cerebro. Mi hermana me dio tanta felicidad que no puedo negar que existe. Estoy vestido con mi ropa dorada, preparado para irme a trabajar y despejar la mente. Mis formas de desahogo son por medio del
