—Vilen, ese disparo tuyo fue impecable —aboga Gregori y señala el auto—. No me decepcionaste. —La oscuridad es lo mío —digo arrogante—. Se puede saber qué sucedió después de nuestro salto. —Busco la mirada de Maika y ella se reclina en mi hombro. —Disparaste, saltaste y celebré. —Se ha puesto serio Gregori—. En resumen, el tipo que Maika mató intentó atropellarme y desvió el volante en mi dirección… —Lo deja con la palabra en la boca Seba. —Me lancé a empujar al Gigante y el maldito auto me impactó —culmina Seba y Gregori se inclina hacia el boricua. —Gracias, te debo una —afirma el Gigante cerca de su oído y con su pesado puño golpea el pecho de Seba. —Mierda, eres de acero. No debí lanzarme —soba su pecho—, de seguro doblabas la parrilla del coche —bromea. Sonrió por su comentario.