—No estoy en el infierno. —Toso y ese mínimo movimiento hace que duela cada parte de mis extremidades—. Joder, estoy hecho una mierda —admito, la garganta la tengo seca y rasposa. —Es un milagro que puedas quejarte —susurra Evelina y de pronto hace silencio. En la cara de Evelina hay manchas de sangre y mis sentidos de protección se activan. No la protegí. El tiempo se nos agota y estoy desplomado en los aposentos de mi enemigo. —¿Te lastimaron? —bruscamente alargo la mano y un gemido libero—. ¿Estás herida? —farfullo tragando otro quejido y mi cara se arruga. Evelina acaricia mi frente y me entero de que mi cabeza descansa en su regazo. Joder, estoy moribundo, pero en un buen lecho. —Tú eres de otro mundo —chilla Evelina y echa la cabeza para el lado derecho. El brazo subo, ese e