… El Gigante abrió la puerta de la camioneta y su semblante es de roca. Aplastó el cigarrillo con su bota y su mirada es indescifrable. El viaje se me fue en una siesta. Maika me despertó a lo rudo al llegar a la clínica y con un bostezo la saludé. Mierda, no pensé que dormiría. La idea era dormitar, pero me quedé muerto. —Gregori, tira el sermón o ayúdame a bajar —mi voz sale ronca y la mano del Gigante me tendió. —Idiota, no puedes andar sin mí —me atrajo a su pecho y el abrazo es la prueba del susto que le causé. —Fue una simple herida, hermano —me ayudó a bajar y pasé mi brazo por la cintura del Gigante—. Arruiné mi chaqueta de tigre —realmente me duele. —Eres un reverendo idiota —agregó el Gigante riéndose y giré la cabeza buscando a Maika. —Muévete Maika, no te quedes atrás —se