El arma la dejo en su sitio, abro la cartera y tiene bastante dinero. La guardo en el bolsillo delantero del hombre de seguridad y pongo en mi chaqueta el celular. Puede que obtengamos algo. —Para que pagues la cena e invites a los demás con el dinero del difunto —murmuro y mis ojos ven en la esquina un bolso. Estiro la mano y lo recojo. Al deslizar la cremallera me saludan armas; desde navajas hasta rifles. Lo cuelgo en mi hombro, casi lo tumba por el peso y me salgo del medio para que puedan tirar el cuerpo. —¡Gracias, el hijo de puta es pesado! —dice con esfuerzo el de seguridad. —Compite con el bolso. —Doy un cantazo con la mano abierta en el paquete—. Examinen sus cuerpos, pueden quedarse con la plata y el resto me lo hacen llegar —ordeno. —¡Vilen, ven a ver! —Maika me apura. E