El Gigante se marcha hacia la casa de los hombres que mantienen la seguridad del imperio Nóvikova. Ella lo observa hasta que desaparece de nuestra vista por la curva y se gira tensa. La sonrisa se desvanece en un segundo y su preocupación se encarga de mostrarme. —Lioña, te advierto —su arma por dedo me incrimina como el responsable de su hombre—, que si vuelves sin Gregori, te golpearé hasta que me canse y créeme que no me llaman la Gata Salvaje por gusto. —Ella descansa su mano en mi mejilla izquierda—. Los planes desproporcionados siempre se salen de entre los dedos, son escurridizos. —Da toques suaves en mi mejilla—. El mayor ejemplo es intentar agarrar el agua. —Por eso uso el vaso para ser efectivo —susurro tranquilo y le regalo una amplia sonrisa—. Trataré de atraer la atención so