Capítulo 3

873 Words
—Harol Grant —enfatizo mi apellido—, se puede decir que es un placer para la persona que ocupa mi lugar.  Abre sus ojos de golpe, veo como traga grueso y su rostro palidece. Su reacción me dice que sabe quién soy y que no hay ninguna salida porque no puedo retroceder en algo que me corresponde.  —Eso significa —dice en un hilo de voz—… No puede ser, no me pueden hacer esto, ¡no!—titubea, y yo niego con la cabeza.  —Tienes razón, pero esto me corresponde, dado que soy el único hijo y dueño de todo lo que tiene mi padre —siento un sabor amargo en mi paladar, ya que todo esto no hubiese sucedido si ella se hubiese cuidado—. No es necesario ser sabio para darse cuenta de que mi empresa está en camino al fracaso, dado que el mundo que nos rodea funciona con un criterio y prestigio exigente—exclamé intentando no explotar—, ¡por Dios! Es el mundo de la moda y tú perfectamente sabes de qué estoy hablando.  —Comprendo, “a buen entendedor, pocas palabras” —asiente, se pone de pie y mis ojos van directo a cada movimiento de su bello y atrevido cuerpo—. Esperaba este momento, pero jamás pensé que fuese tan rápido—esboza una sonrisa falsa tras rodear el escritorio y posarse detrás de mí.  Absolutamente su presencia no me incomoda y menos me intimida.  ¿Será que podremos ser un buen equipo?  —Tienes dos opciones: ser mi mano derecha o irte por la puerta del frente —propongo sin tener planeado cada palabra que sale de mi boca—, pero si tomas la segunda opción deberás ser consciente que tienes que quedarte tres meses a mi lado, ya que me tienes que poner al tanto del funcionamiento de mi empresa—miento, muerdo mi labio inferior para lograr no reírme de las estupideces que digo, ya que no necesito asesoramiento para manejar esta empresa, pero es que en el fondo veo que es injusto que ella se vaya o que la despida.  Oh, desde cuando me contradigo, ¡quiero que se vaya o no! Espero la respuesta de la bella morena o los gritos histéricos debido a los efectos de negación y de meterme en su territorio. Frunzo el ceño al escucharla reír a carcajadas, no espere que esa fuese su reacción, y esa no es una respuesta profesional.  —¿Esto es un trato especial o humillación? —susurra cerca de mi oído provocando que su voz neutra acompañada de una pizca de sensualidad recorra por todo mi cuerpo. No comprendo a dónde quiere llegar, pero que ni crea que esto me va a intimidar, dado que no soy tan débil como ella cree que son los hombres. Uno puede tener un m*****o puto del que ven una falda corta o un escote mostrando esos grandes melones provocando que uno se moje hasta sentir como crece y palpita el m*****o, pero yo soy diferente y no es que sea gay, lo digo porque no es cualquier mujer la que me pueda enloquecer o puede que me gusta poner límites, y el trabajo con placer no lo mezclo para nada. —No es ninguna de las dos porque no soy cualquier persona y la verdad no te considero como alguien especial —aclaro mi garganta, me pongo de pie y de una vez la enfrento—. Llevemos la fiesta en paz porque el lunes se hará una reunión general donde me nombrarán presidente de mi empresa. El ambiente se está poniendo tenso, todo esto tiene que ver con “la presidencia”.  —Ya me ha quedado claro —dice en tono relajado—, pero no estoy de acuerdo en quedarme y ser aún más la burla de todas esas perras, ups, lo siento por mi vocabulario, pero es que el día está comenzando y ya me parece una mierda—alza la voz llena de euforia—, sabes que opino de los “sábados”—niego con la cabeza—… Una mierda. Me he quedado sin palabras al ver lo loca y traumada que está la morena. ¿Qué es lo que le sucede? Al parecer es cierto eso que dicen; que no es todo cierto lo que uno aparenta, es decir que esa morena es completamente loca y que es buena idea que se vaya de una vez por todas. —No me interesa, dado que los problemas personales los dejo en mi casa, ya que esto es un trabajo del que me tiene que importar —la expresión en mi rostro se endurece—. Me equivoqué, pensé que eras la gran mujer que mi padre describe y alaba, pero la verdad es otra, ya que mis ojos ven a la verdadera Ava. —No tengo por qué discutir ese tema contigo y sino te molesta “nuevo presidente” —dice con firmeza tras ir por su cartera—, ambos tenemos puntos diferentes y es obvio que me ha quedado claro, quien, es quien. —¡Huyes! —pregunto con indignación.
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