Capítulo 8. Gisela y Erasmo.

3504 Words
Siguiendo las indicaciones de Gisela, la cual se había dedicado a investigar el lugar donde trabajaba Erasmo, fue a buscar al hombre hasta la entrada de la ranchería. Según sus fuentes, le informaron a la ex modelo que dicho hombre era un simple campesino que laboraba en el rancho Hidalgo desde hacía ya varios años, por lo que sería muy fácil de encontrar. Por ello desde muy temprano, el empleado encargado del asunto se había presentado en la ranchería. Ahí, impaciente, se quedó esperando hasta que diera la bendita hora de salida de todos los trabajadores, debido a que en la caceta, el guardia le apuntó que no podía dejarlo pasar sin autorización de un superior. Sin más remedio, tuvo que quedarse dentro de su auto. Juan que era el chófer encargado de Gisela, estaba comenzando a perder la paciencia, pues tenía rato esperando a que salieran. Habían pasado 2 horas y aún seguían sin salir ni uno solo de los campesinos. Finalmente después de una larga y tediosa espera, gracias a las indicaciones del portero del lugar, quien le señaló al hombre que había ido a buscar, fue como pudo acercarse a Erasmo y finalmente proporcionarle la petición, por no decir orden de su patrona. En un Principio el nombre de la ex modelo no le dijo nada a Erasmo, pero bastó que este le mencionara que la mujer que lo citaba era la madre de Danielle y Briella para que bajara la guardia, pues comenzaba a sentirse inquieto y algo incómodo ante el desconocido, el cual no era del pueblo. Una vez quedó aclarado el asunto, el chófer condujo a Erasmo rumbo a la hacienda Copaiba. Erasmo se sentó del lado del copiloto, pese a que Juan le indicó que si lo prefería podía ir en la parte de atrás, pero este se negó rotundamente. No pretendía de ninguna forma quedar refundido en la parte trasera con un desconocido, nada de eso. Delante junto a él, estaba mejor, pues así podría echarle un ojo y así estar más seguro y al pendiente de cualquier cosa que pudiera suscitar. Mas valía ser desconfiado a pecar de ingenuidad. Erasmo siempre había sido un hombre de pocas palabras, por lo que pese a que tenía muchas dudas, y quería saber qué demonios estaba pasando, se limitó a guardárselas para sí mismo. De todas maneras tarde o temprano llegaría a su destino y allí en la enorme hacienda, esa mujer le diría de una buena vez, de que quería hablar con él, por lo que solo era cuestión de tener paciencia y esperar. Durante el recorrido que fue en completo silencio, pues Juan tampoco abrió la boca para nada, Erasmo se dedicó a pensar con tristeza en su amada Dolores. Su esposa con la que había planeado envejecer juntos. Estaba seguro que cuando Mia se casara y se fuera de casa, él y Dolores se quedarían en la casa haciéndose compañía, recibiendo a los nietos y a su hija cuando estos los vinieran a visitar y al partir, se quedarían ellos dos acompañados viendo la vida pasar frente a sus ojos. Ahora la vida le había arrebatado cruelmente su esposa, por lo que le quitaba ese futuro en el que envejecería acompañado. Le tocaba pasar sus años dorados en soledad. Pero no tenía caso pensar en eso, aun nada de eso pasaba. Mia seguía viviendo con él, por lo que tenía que ser fuerte por su hija, pues esta estaba completamente destrozada. Agradecía el enorme apoyo que le estaban brindando sus amigos, tanto Agustín como Danielle, no la dejaban sola, por lo que podía irse tranquilo a trabajar sabiendo que sus amigos y también sus abuelos la estaban apoyando en este lamentable y desgarrador episodio de su vida. Claro que decir que sus abuelos, en plural la estaban apoyando era solo un decir, pues la que estaba sosteniendo a todos con firmeza era Amelia, que igual no se había dado tiempo a llorar a su hija, pues tenía que cuidar de su marido el cual no estaba bien de salud. La pérdida de su hija le había afectado demasiado el ánimo, por lo que decayó y su ya cansado cuerpo le pasó factura. Esperaba que su suegro se compusiera, pues no estaba listo para sufrir otra pérdida en la familia, sobre todo por Mia, la cual no soportaría ahora perder a su amado abuelo, no eso sería demasiado. Dios no podía abandonar a su familia en estos momentos, por lo que esperaba que tanto rezo de Flora sirviera para que este los escuchara y les trajera pronto la resignación y la paz de nuevo a sus vidas. También tenía mucho que agradecerle a su hermano Ignacio, pues era él quien se había encargado de todos los trámites correspondientes y quien se encargó de los gastos fúnebres. Siempre estaría en deuda con su hermano por haberle echado la mano en estos momentos en que se sentía por lapsos de tiempos morir. Analizaba con tristeza todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, absorto en sus pensamientos, ignorando por completo el camino que recorría el vehículo. Por lo que cuando este se detuvo, ni siquiera se percató de ello hasta que Juan le comentó que ya habían llegado. Al instante quedó asombrado con la fachada del portón de la entrada, hacía tiempo que la hacienda no lucia tan bien. Al parecer se habían esmerado en hacer que luciera mucho mejor, no obstante, aún seguían sin echarla a andar, por lo que solo era una bonita instalación y nada más. Faltaba lo más importante, que por fin regresara a la vida de antaño y volviera a producir. Mientras el chófer volvía al interior del vehículo tras haberse bajado para desplegar el portón que nadie abrió por más que pitó, entraron de una buena vez al interior de la hacienda. En cuanto cruzaron la entrada, Juan se estacionó con gran habilidad y fue entonces cuando por fin apareció el encargado de abrir y cerrar la entrada. Era Pedrito, el nieto del ya finado Don Rómulo, quien había entrado a trabajar para sustituir a su abuelo. El muchachito que no tendría más de 15 años, ofreció sus disculpas a Juan, asegurándole que no había escuchado el timbre por estar en el baño. -Buenas, Don Erasmo ¿Cómo le va?- lo saludó el joven amablemente con una sonrisa de oreja a oreja. No había en todo Ojo del Sol niño más risueño que aquel, que pese a cualquier cosa que le pasara siempre estaba feliz. -Bien, bien, ¿cómo esta Gertrudis?- preguntó Erasmo pues le habían contado que aún seguía afectada por la muerte de su padre. -Ya mejor, la verdad yo le digo a mi amá que le echemos ganas pues es lo que mi abue habría querido.- comentó el nieto entusiasta, y antes de que pudieran seguir con la platicadera fueron bruscamente interrumpidos por Juan, quien comenzaba a perder la paciencia con tanta verborrea. -Será mejor que valla de una buena vez hasta la casa grande, ahí la señora Gisela lo está esperando en el recibidor.- mal encarado le señaló el chófer a la vez que le ordenaba al muchacho que le ayudara a traer agua en unos baldes pues se pondría a lavar el auto. Erasmo sin decir ni una sola palabra más se encaminó rumbo a la casa grande. En el interior del enorme recinto que lucía exquisitamente limpio y bien decorado estaba la ex modelo. A diferencia de cuando recién llegaron al lugar que parecía en ruinas, ahora se veía reluciente. El recibidor se mostraba bien iluminado, gracias a la luz que se filtraba de los ventanales. Enormes cortinas blancas que por las noches tapaban el ventanal, en esos momentos se mostraban corridas y pulcramente atadas con lazos magnéticos. Unas majestuosas lámparas arañas colgaban del techo, muebles blancos con acabados dorados y alfombras blancas persas decoraban el lugar dándole un aspecto minimalista a la bella estancia. Allí en medio de tan hermoso y lujoso lugar, sentada en uno de sus costosos asientos blancos, Gisela esperaba la llegada del campesino, mientras una de las sirvientas le acomodaba inútilmente unos cojines en su espalda. -De veras que cómo hay gente inútil.- refunfuñó la mujer exasperada de que la empleada doméstica no lograra esponjarle a su gusto unos simples cojines. - En cuanto por fin termines con esa insignificante labor que por alguna razón te es imposible realizar eficientemente, te vas y me traes inmediatamente mis medicamentos que dejé en mi tocador.- le ordenó la mujer mientras trataba de acomodarse en su lugar. Por más que trataba de estar cómoda era inútil, todo el cuerpo le dolía horriblemente, por lo que estaba siempre de malas desquitándose con el primero que se cruzara en su camino. Dorotea la ama de llaves, de pie, sosteniendo una charola de plata que contenía fruta picada y un vaso de jugo, observaba irritada la situación. De la misma forma que Gisela, le sacaba de quicio que el personal a su cargo fuera tan inservible. -Anda niña, mejor ve de una buena vez por lo que te ordenó la señora, yo termino de acomodarle eso.- impaciente de ver lo torpe que era, dejó la charola sobre una mesita de centro y rápidamente se puso a hacerlo ella misma. -Dorotea, en cuanto llegue el indio ese, quiero que te subas inmediatamente y le pongas llave a la puerta de la gorda, ahí está la llave.- señaló Gisela la mesita de centro, donde estaba una pequeña llavín de latón. – Esa gorda es tan inoportuna, que te puedo asegurar se le va antojar salir justo en el preciso momento en que esté hablando con ese tipo. Así que por eso la quiero bien encerrada en su madriguera, ¿te quedo claro?- Preguntó la deteriorada mujer, finalmente acomodada sobre sus acolchados almohadones. -Pierda cuidado señora, yo me encargo. -Más te vale Dorotea, porque si veo aquí a ese engendro, tú serás la única responsable. Justo en ese momento sonó el timbre e inmediatamente el ama de llaves se dirigió a la entrada a abrir. A los pocos segundos, volvió al recibidor junto con Erasmo. Gisela que había dejado atrás el glamour y los vestidos de alta costura, vestía solo un elegante pero sencillo albornoz de seda rosa. Un turbante del mismo color le cubría su cabeza calva. Estaba echa puro hueso, además su piel estaba muy marchita al igual que su rostro, en el que se podía ver con horror como sus cuencas oculares estaban hundidas. Unas enormes ojeras oscuras de mapache, le surcaban la parte inferior de sus párpados, que antaño, habían lucido tersas y radiantes. No obstante, pese a su tan enfermizo estado, seguía conservando la soberbia y la altivez de siempre. Enérgica y con el delgado cuello bien estirado mostrando así su puntiaguda barbilla, le dedicó una mirada despectiva al humilde campesino. Lo inspeccionó sin contemplaciones, viéndolo de pies a cabeza, por lo que rápidamente el hombre pudo percibir el desprecio que emanaba esa mujer hacia su persona, sin siquiera conocerlo. Para Gisela, aquel hombre no era más que otro mugroso indio que pisaba con sus mugrosas patas rajadas, sus finísimas alfombras persas. De encontrarse en mejores condiciones, jamás lo habría recibido dentro de su mansión. La gentuza como esa, debían ser recibidos afuera en el lugar que les correspondía. Pero debido a la debilidad en su cuerpo no le había quedado más remedio que verlo en su lujoso recibidor. -Déjanos solos.- Le ordenó rápidamente a su ama de llaves, sin quitarle la mirada de encima al humilde trabajador, que con su sombrero de paja en sus manos, presentía que lo que tenía que decirle aquella mujer no sería nada bueno. -Me dijeron que usted quería hablar conmigo.- pronunció Erasmo con la cabeza inclinada. -Créame que en otras circunstancias jamás me habría atrevido a rebajarme a hablar con alguien de su nivel, pero en este vergonzoso caso la situación lo amerita. – justo en ese momento bajaba las escaleras la muchacha que había ido por sus pastillas, las traía junto con un vaso de agua. -A buena hora llegas con el medicamento, justo en el momento en el que estoy ocupada hablando.- fastidiada, le punteó su ineficiencia a la empleada.- Anda, termina de una buena vez, muévete y deja eso ahí rápido, para que te largues de mi presencia cuanto antes.- temerosa, Fernanda (que era el nombre de la joven doméstica) observó incrédula a Don Erasmo, quien la saludó con la mayor de las penas ladeando la cabeza. Ambos se conocían, por lo que fue inevitable que sintieran pena el uno sobre el otro. Erasmo lamentaba que Fer tuviera que trabajar para semejante mujer tan desagradable, y la joven lo sentía por Erasmo, porque fuera lo que fuera que le estuviera diciendo su patrona, estaba segura que no era nada bueno. Además le dio tristeza pues sabía muy bien por lo que acababa de pasar el pobre hombre que recientemente había enviudado, y ahora tendría que aguantar las groserías de aquella despiadada serpiente. -De verdad que con esta gente no se puede.- sujetando débilmente el frasco de sus pastillas, expresó su malestar sin dirigirse a nadie en particular, tragándoselas con un buen sorbo de agua. – inmediatamente como si no hubiera un hombre de pie esperando le dijera lo que tenía que decirle, se puso a picar la fruta que le habían dejado a un costado antes de que llegara Erasmo.- con un tenedor, pinchó primero un pedazo de papaya que colocó con gran delicadeza sobre sus finos labios, sujetando con la otra mano una pulcra servilleta de damasco, con la que se limpió finamente la comisura de sus labios. Luego cogió un pedazo de mango con el que repitió la misma rutina, para después continuar escarbando con una diminuta cucharilla la pulpa de la mitad de una maracuyá. Esto le tomó realizarlo alrededor de unos 10 minutos, efectuando la mayor calma posible, mientras el pobre hombre de pie, la miraba sin saber bien que hacer o decir. Finalmente, cuando se cansó de hacerlo esperar y terminó de darle un sorbo a su copa de agua, (pues no bebió ni del jugo, ni del mismo vaso de agua que le había traído Fernanda) dejó los cubiertos y la servilleta blanca sobre el plato sin terminar, y volviendo la mirada al extraño soltó una cínica risita. -¿Sabe lo que ha estado haciendo su hija todo este tiempo?- inquirió finalmente con una sonrisa perversa de oreja a oreja, pues estaba disfrutando de la tensión del momento. -Pos la mera verdad ha estado muy triste, pos no sé si usted lo sepa pero mi mujer falleció y pos…- pero antes de que pudiera proseguir contando lo ocurrido, Gisela levantó su brazo, y con sus dedos, abrió y cerró los mismos indicando de esta manera que guardara silencio. -No lo cité a mi hacienda para que me contara sus tragedias familiares las cuales no me importan en lo más mínimo. Lo hice venir a mi casa para hablar única y exclusivamente sobre su adorada hijita, ¿ha entendido?- a lo que Erasmo asintió con la cabeza. -Perfecto. Nuevamente le repito la pregunta, ¿Sabe lo que ha estado haciendo su hija todo este tiempo?- confundido sin poder terminar de entender lo que estaba ocurriendo, Erasmo respondió que no, que no sabía. -Claro, y no me extraña, las personas de su tipo tienen otras cosas en mente, menos las más importantes. Pero bueno, como yo soy una muy buena persona, lo mandé a llamar para decirle lo que ha estado haciendo su hija todo este tiempo y que usted torpemente no se ha dado cuenta. O quizás si lo sabe y se está haciendo el idiota conmigo.- -Por favor no me ofenda.- replicó Erasmo que estaba comenzando a perder la paciencia.- si estoy aquí es porque me dijeron que tenía algo importante que decirme, pero si en vez de eso me va a insultar a mi o a los míos, ahí la dejamos y yo me paso a retirar. – Como única respuesta, Gisela comenzó a reír a carcajadas. Fue inevitable, por lo que se soltó a las rizas, hasta que el hombre indignado, dio media vuelta listo para marcharse. -Todavía no le he dicho que puede irse.- protestó la mujer recuperando la postura. -Usted dispensará pero no quiero seguir escuchándola. -Pues tendrás que hacerlo,- elevando el tono de su voz, dejó de hablarle de usted y comenzó a tutearlo.- porque si no vienes ahora mismo aquí de vuelta a escuchar lo que te voy a decir, te juro por dios que me voy a encargar de destruir a tu adorada hijita.- molesto Erasmo volvió a su lugar, y cuando estaba listo para reclamarle, Gisela elevando la voz de nueva cuenta para hacerse escuchar, soltó su veneno. -Tu adorada hija, mientras tú andas cortando caña se anda revolcando en el monte como una perdida con mi hijastra Danielle. Porque si no te has enterado, tanto la infeliz de tu hija como la miserable de Danielle, son lesbianas. – reveló al fin con asco en sus palabras. -¿Pero cómo se atreve a decir eso de mi Mia? -Por favor, no nos hagamos tontos, ¿Acaso no se le ve a mi hijastra lo machorra a la distancia, y no ha mostrado un gran interés en tu Mia? Pues ahora bien, solo suma dos más dos y obtendrás el resultado. ¿Si no, por qué crees del interés y la gran supuesta amistad de ese par? – pero Erasmo negando con la cabeza no podía dar por hecho a tan horripilante revelación. No obstante, no pudo evitar recordar una serie de palabras que le había dicho su mujer días antes de morir. -Y si Mia fuera diferente.- resonó en su mente, negándose a aceptar la verdad. -¡Miente, todo es una vil mentira!- rugió el hombre indignado. -Piensa lo que quieras, yo estoy segura de lo que digo. Solo es cosa de que investigues más a profundidad y hallarás la verdad. Pero bueno, mi objetivo principal no fue citarte para decirte lo que es tu hija, si no para ordenarte que la mantengas alejada de mi familia. No la quiero volver a ver por aquí, ni cerca de Bri ni de Danielle. Lo sé, mi hijastra es una degenerada también, pero nosotros estamos muy por encima de unos mugrosos indios como ustedes. Así que espero y le hagas ver eso de una buena vez a tu hija. – El veneno que escupía como una víbora era terrible y así lo sentía Erasmo, como mordeduras de una serpiente. Y justo en ese vergonzoso y humillante momento, Briella desde su habitación comenzó a gritar como loca ordenando que la dejaran salir de su habitación. Todo aquello era demasiado para el hombre, que sentía como su mundo se desmoronaba sobre sus hombros. -Bien, eso es todo, ya puedes largarte.- Satisfecha, le ordenó la mujer pasando a gritarle a su ama de llaves, que finalmente apareció frente a ella. -Ya era hora de que llegaras, ve y ábrele a esa maldita gorda antes de que me arruine los nervios. Erasmo rápidamente se alejó del recibidor, no quería estar ni un solo minuto más ahí, estaba dolido, no podía terminar de creer que fuera cierto lo que le decía aquella mujer, pero solo bastaba recordar la forma en como siempre veía a su hija con esa muchacha para comprender que todo era verdad. Justo en el momento que salía de la casa grande entraba Allen, quien le dirigió una mirada de desprecio. Al parecer había ido a la hacienda por unas cosas que le hacían falta, pues tenía en mente salir de viaje a Guadalajara. -¿Se encuentra bien?- le preguntó Fonsi al señor que iba saliendo de la casa. Fonsi que había acompañado a Allen, al momento de bajarse de su auto, había olvidado su billetera en el interior del vehículo, por lo que Allen se le había adelantado. Justo en la entrada contempló el pálido semblante del campesino. Suponiendo que algo malo le ocurría se ofreció amablemente a ayudarle. -Gracias joven, pero estoy bien.- pronunció Erasmo retomando la postura, pues no había nada más humillante para él que mostrar debilidad ante desconocidos. -¿Esta seguro? Si no está bien podemos hablarle a un médico, que no pasa nada, lo importante es que se encuentre bien.- insistió el joven que podía sentir en su interior que aquel hombre no se encontraba nada bien. -Se lo agradezco pero no hace falta.- y con estas palabras se alejó Erasmo de la hacienda copaiba, mientras en el interior de la casa grande comenzaron los gritos entre Gisela y Allen. En el camino, Erasmo comenzó a darle vueltas al asunto. Si era verdad todo lo que esa perversa mujer le había dicho sobre su hija, tendría que tomar drásticas decisiones sobre el futuro de Mia. Dolores le había dicho algo, y ahora mientras caminaba bajo el inclemente sol, volvió a recordar ese día.
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