Capítulo 5. Un deseo que no se cumplió.

3038 Words
Habían trascurrido dos días desde el entierro, y Mia seguía sin entender lo que había sucedido. En pleno apogeo de su cumpleaños, mientras todos reían y festejaban a lo grande, en cuestión de segundos, todo se había revertido en una espantosa tragedia. En un abrir y cerrar de ojos su madre se desvaneció, falleció, la velaron y enterraron. Todo había sido tan abrupto que parecía irreal. Mia se sentía cubierta por un velo de confusión, no se sentía ella misma. Se percibía como un ente flotando en otra dimensión fuera de su cruel realidad. Era como estar dentro de un horrible sueño del que no podía despertar. Como ida, mirando al firmamento sin enfocar nada en particular, sobre la vieja mecedora que rechinaba con su balanceo derramaba lágrimas amargas en silencio. De vez en cuando convencida de que todo era una mentira, entraba corriendo al cuarto de sus padres rogando a Dios verla acostada como si nada hubiese pasado realmente. Pero la verdad la abofeteaba con ferocidad, pues para su desgracia una y otra vez, se encontraba con una cama vacía, que la obligaba a afrontar la realidad: Dolores había fallecido. Vestida completamente de n***o, demacrada y ojerosa, regresaba nuevamente a sentarse sobre la gastada mecedora que chirriaba cada vez que se sentaba. Mientras el viento comenzaba a soplar con más intensidad, y en el cielo las cumulonimbos empezaban a formarse imponentes anunciando una próxima tormenta, Mia abrazando una vieja fotografía de su madre, se hundía cada vez más en su dolor. El día que ocurrió la tragedia, en cuanto Agustín llegó con el médico del pueblo, (pues consideraba que era mejor que llegar con una hierbera), este les confirmó lo que ya estaba más que claro: no había nada que hacer pues la señora había fallecido. Dándole sus condolencias a toda la familia, el doctor les aseguró que emitiría lo más rápido posible el Certificado Médico de Defunción, y acto seguido abandonó el recinto. Mia seguía sin despegarse de su mamá. Pese a que el rigor mortis comenzaba a endurecer las extremidades del cadáver, y esto hacia que fuera más complicado de sujetarla, la hija la sostenía entre sus brazos. Ya no había calor alguno en el cuerpo, estaba frio, pero a Mia no le importaba, no estaba dispuesta a dejar que se llevaran a su madre a ningún lado. Esperando que todo se tratara de una ilusión, aguardaba a que Dolores abriera los ojos y con una sonrisa en los labios les dijera que estaba todo bien, que había sido una falsa alarma y que seguiría con ellos para siempre. Pero eso simplemente no ocurrió, y entre gritos desgarradores Danielle con ayuda de Amelia tuvieron que separarla del cuerpo, pues la funeraria acababa de llegar por el cadáver. Ignacio era quien se estaba encargando de todo lo necesario, pues Erasmo se había sentado en una de las sillas del patio, y en silencio se dedicó a darles sorbo tras sorbo a las caguamas que habían quedado de la fallida fiesta de cumpleaños. El hombre estaba destrozado, sentía que su corazón se rompía en pedazos, pero no derramó ni una sola lágrima. Siendo un hombre no podía mostrar semejante debilidad, por lo que solo se limitó a tomar en silencio apartado del resto de su familia. Don Vicente, quien desconocía que padecía de presión alta, por la impresión sufrió un percance, provocando que tuviera un repentino desfallecimiento. Rápidamente fue colocado en la habitación de Ignacio y Flora, y ahí Amelia lo iba a ver de cuando en cuando, para asegurarse de que estuviera bien. Milagros se había encargado de los tres niños para que Ignacio pudiera moverse con libertad, por lo que trataba de distraerlos de lo que estaba ocurriendo lo más que podía. Por su parte Agus, quien no tenía mucho de haber regresado con el doctor tuvo que volver a salir, pues Danielle le había suplicado que le avisara a Brie lo ocurrido, pues ahora más que nunca Mia necesitaba el apoyo de todos quienes la querían, además le pedía el favor ya que ella no quería despegarse ni un segundo de Mia. Por ello iba en camino rumbo a la hacienda cuando a la casa llegó Flora ajena a todo lo que estaba ocurriendo. Esperando encontrarse con gente tomando y bailando pecaminosamente, se encontró en su lugar con caras largas y rostros llorosos. Avivadamente dedujo que algo malo había acontecido. Milagros fue quien la puso al tanto de la terrible noticia, por lo que tras persignarse volvió a salir de la casa, pues era necesario ir por sus hermanas para llevar acabo el velatorio. Colocándose su chalina negra sobre su cabello y comenzando a rezar en su mente unos padres nuestros, se dirigió al pueblo sin siquiera preguntar cómo estaban sus hijos. En cuanto Agustín llegó finalmente a las puertas de la hacienda bañado en sudor y agitado por el cansancio, fue recibido por la ¨amigable¨ de Dorotea, que sin disimular lo mas mínimo le dedicó una mirada de superioridad. -¿Cómo fue que te dejaron entrar hasta la casa grande? Que quieres aquí, dinero? La verdad dudo que te quieran dar algo, así que será mejor que te marches muchacho.- dijo la mujer cerrando la puerta en sus narices. Pero Agus logró contenerla con la punta de su pie antes de que esta se cerrara. -Perdón, pero esto es de mucha importancia. - apuntó este empujando la puerta.- Me llamo Agustín, soy Amigo de Danielle y Briella. Justamente Danielle es quien me envía a hablar con su hermana. Ha ocurrido una tragedia y es necesario que hable con Bri, pues debo ponerla al tanto.- Dorotea que ya había escuchado ese nombre en labios de su patrona, cambió su semblante por completo, pues tenía órdenes muy claras y precisas si alguien con ese nombre llegaba a aparecerse en la hacienda. -Mil disculpas joven, no lo sabía. Ahora que me ha dicho su nombre se perfectamente quien es usted. Tanto la señorita Danielle como la señorita Briella lo han mencionado. – respondió está cambiando el tono de su voz por uno más amable. No obstante, aunque se esforzara mucho era inevitable que se le notara que estaba fingiendo.- La verdad me da mucha pena decirle esto, pero la señorita Brielle no se ha encontrado bien de salud en estos días, por lo mismo se ha visto obligada a quedarse recluida en su habitación, órdenes del doctor. Pero si usted lo desea, puede entregarme el mensaje a mí y con mucho gusto se lo haré llegar a la señorita cuanto antes. – pese a que no le creyó ni por un segundo su intento de amabilidad, si dedujo que lo de su enfermedad era cierto, pues Danielle ya le había hablado sobre algunos malestares que presentaba Bri, razón por la que ya no la había vuelto a ver en un tiempo. Por ende, no le quedó más remedio que proporcionarle la noticia al ama de llaves. -Por favor dígaselo cuanto antes, Danielle quiere que valla lo más pronto posible a darle apoyo a Mia.- agradeciéndole su ayuda, abandonó el lugar. En cuanto Dorotea cerró la puerta se dirigió rápidamente a la habitación de Gisela. De ninguna manera le diría nada a Briella, al menos que así lo dispusiera la señora. Dentro de su recámara, Gisela recostada sobre el respaldo de la cama, recortaba imágenes de las modelos más bellas que según anunciaba la revista que tenía entre sus manos, eran tendencia ese año. En los últimos días se había estado sintiendo mucho peor, por lo que su humor se había agravado. Se sentía frustrada y amargada, por una parte debido a su desmejorada condición, a su mala fortuna y claro al hecho de no haberse podido desquitar de la estúpida de su hijastra. Eso la enfurecía aún más, pues el solo imaginar que esa idiota se riera a sus espaldas sintiéndose triunfante por haberle ganado la guerra y todo por culpa de su maldita enfermedad que la seguía matando lentamente, la encolerizaba al grado de hacerla perder la cordura. Había jurado que les haría lo impensable para cobrarse, pero la realidad había sido otra. Estaba cada día más enferma, por lo que no podía ya disponer de su cuerpo, pues este ya no le respondía como antes. Debido a esto ya no podía hacer gran cosa. Por ello, con el pasar del tiempo sentía que cada vez estaba más lejos el que algún día se lograra desquitar de cada una de las que le debía Danielle. Además para rematar su infortunio, se la pasaba casi todo el tiempo sola, confinada entre cuatro paredes como un perro sarnoso. Por alguna razón Allen se negaba a pasar más tiempo con ella, desde que se había comprado ese maldito auto, rara vez lo veía pasar por casa, y cuando lograba verle y le reclamaba su abandono, este simplemente se daba media vuelta y huía de ella. En el caso de Esteban que sin falta seguía mandando dinero, hacía mucho que no lo veía, solo hablaba con él por teléfono, pero la última vez que lo había hecho le colgó, debido a que este le sugirió que era necesario que se fuera viendo lo de contratar a una enfermera, pues conforme pasara el tiempo más lo requeriría. Esto enfureció a Gisela, y con furia le respondió que se fuera al infierno y colgando el auricular en la base del teléfono, lo arrojó a la pared, haciendo que este se hiciera añicos. Debido a esto, se había negado a volver a contestarle las llamadas. De la misma manera ocurría con Danielle, que gracias a su larga jornada laboral eran pocas las veces que lograba cruzarse con ella en el pasillo de las habitaciones. De esas veces que ocurría, está la cruzaba sin prestarle la más mínima atención, haciendo oídos sordos a la cantidad de improperios que despotricaba la ex modelo en su contra. Danielle simplemente se dirigía a su alcoba, se encerraba con llave y si podía encendía la grabadora para no seguir escuchándola. Semejantes desplantes solo encolerizaban más a Gisela, que llena de rabia tenía que ir a desquitarse con la única que le quedaba: La gorda. Por lo que se dirigía al cuarto de esta exclusivamente para atormentarla. En cuanto descargaba toda su furia y veneno en contra de la gorda, la dejaba llorando en su cuarto, satisfecha al menos de hacer miserable a alguien más en esa maldita hacienda. El descargar su frustración en su hija la hacían sentir bien, pero nunca lo suficiente como para mejorar su ánimo, ese hacía ya mucho que lo había perdido y no lo volvería a recobrar jamás. Dilapidada dentro de esas cuatro paredes, no solo se estaba consumiendo físicamente, si no que también, cada minuto y segundo de lo que le quedaba de vida, podía percibir como su carne, su cuerpo, toda ella se podría lentamente. Pero no solo ocurría con su físico si no también con su espíritu. Y mientras especulaba y maquilaba en todo ello, alguien inoportunamente llamó a la puerta. Era Dorotea la que convocaba ser recibida. Arrugando la cara, pues tampoco soportaba mucho a su ama de llaves le dio permiso de entrar. En cuanto la sirvienta atravesó el umbral y entró al lúgubre recinto que cada día olía más a muerte, le comentó que le traía importantes noticias. -¿De que se trata Dorotea? Habla de una buena vez, que hoy no estoy de humor para tolerar tonterías de nadie. -Descuide señora no pretendo importunarla.- respondió esta apenada.- solo le vengo a decir que acaba de irse ese muchachito de nombre Agustín, el que era el enamorado de la señorita Briella. -¿Ese gato se atrevió a venir a mi casa?-levantándose de la cama para sentarse en la misma, Gisela enfureció.- Pero quien se cree ese mugroso para venir a buscar a mi hija hasta mi casa? -No se altere señora, tranquila. Le respondí justo lo que usted me había ordenado que le dijera si venía a buscarla: le dije que la señorita está enferma y que no podía recibirlo. Aunque realmente no vino precisamente a verla.- expresó la ama de llaves dejando una pausa de misterio que solo hizo enfurecer aún más a Gisela. -¿Me vas a decir de una puñetera vez todo lo que ocurrió o me tendré que esperar hasta que llegue el fin de los tiempos para que te dignes a cortarme todo lo que te dijo? habla por dios mujer, que dijo – indignada ante la llamada de atención de Gisela, no le quedó más remedio que tragarse su coraje y sepultarlo sin que esta se diera cuenta. Acto seguido respiró hondo, y terminó por narrarle lo que Agustín le había contado. – - Solo vino a avisarle a la señorita Brie sobre el fallecimiento de la madre de la tal Mia. Si mal no me equivoco, creo que me dijo que todo sucedió en plena fiesta y delante de todos los invitados.- respondió Dorotea con la mayor de las frialdades. Sorprendida por semejante noticia, Gisela se quedó por un momento en silencio. Necesitaba procesar aquella información, que por alguna razón consideró de vital importancia para ella. No obstante, mientras seguía maquilando con una idea rondando en su cabeza, prosiguió a darle una orden a su ama de llaves. - Por ahora es todo Dorotea ya puedes retirarte, pero antes de regresar a tus actividades comunícale a la gorda lo que sucedió. Si quiere ir que valla.- Sorprendida y muy extrañada por semejante decisión, Dorotea abandonó la alcoba de la señora y se encaminó rumbo a la habitación de Bri para darle la triste noticia. Cansada de estar acostada se levantó de la cama y se dirigió rumbo a la ventana. Allí de pie, observando el paisaje que le brindaba la hacienda, comenzó a dibujarse una sonrisa perversa sobre su pálido rostro. Todo lo que había querido hacer para desquitarse, en su momento le pareció insuficiente, ridículo y carente de sentido. Ahora, con esto, la balanza se posicionaba de su lado. Al parecer si se vengaría después de todo de Danielle y lo haría con lo que más quería: Mia. La sola idea de imaginarla destruida la ponían eufórica. Sin duda, al fin había llegado el momento de su revancha. Dorotea cumplió con entregarle el mensaje a Briella, la cual pese a que sintió mucho la pérdida de su amiga, prefirió no salir de su escondite. Por ahora se enfrentaba a una batalla campal contra la depresión y su propia psique, por lo que no podía apoyar a nadie en el estado tan lamentable en el que se encontraba. Por lo mismo continuó recluida dentro de esos muros y dentro de su mente. Bri no fue al velorio, pero muchos habitantes de Ojo del sol si se presentaron. Le dieron el pésame a cada uno de los destrozados familiares que aún seguían sin comprender que había ocurrido. Mia se dedicó a llorar sobre el féretro que abierto mostraba el cadáver de Dolores mal maquillado. Cada vez que la hija volvía el rostro hacia el de su madre, lanzaba agudos chillidos de dolor y agonía, por lo que alguno de los presentes debía de apartarla por un momento de allí. Esa persona por lo regular solía ser Danielle que no la dejaba sola ni un momento, y pese a que debía ser fuerte por las dos, en ocasiones salía de la casa para llorar amargamente. Ignacio que no les permitió la entrada a sus hijos a la casa, los dejó jugar tranquilamente con los niños de los adultos que iban a dar el pésame, por lo que rápidamente se olvidaron de lo que estaba ocurriendo. Flora con su grupo de hermana se dedicaban a orar por el descanso eterno de Dolores mientras Amelia y Don Vicente, atendían a los habitantes del pueblo, ofreciéndoles vasos de café n***o y bien cargado para resistir el desvelo. Tras una larga y dolorosa noche, a la mañana siguiente prosiguieron con el entierro, el cual fue aún más difícil, pues Mia dando gritos como una loca, se lanzó sobre la tumba para evitar enterraran el féretro, pues la sola idea de no volver a ver a su madre la cual sería sepultada por paladas de tierra le hicieron perder la cabeza en ese momento. Toda una familia quedaba hecha pedazos sin saber que sería ahora de sus vidas. Solamente eso había ocurrido en dos días desde el entierro. Mia con la mirada perdida, no podía evitar sentirse culpable de no haberle dicho a su madre cuanto la amaba. Pese a que todos le decían que Dolores lo sabía, la hija se lamentaba por no haber sido una mejor hija para ella. Con el corazón hecho trizas se odiaba y culpaba a sí misma por no haber hecho algo por salvar a su madre, considerándose la única culpable de su muerte. Derramando lágrimas que surcaban su bello rostro, mientras se mecía desconsoladamente en la mecedora de su madre, recordó aquel inútil deseo que hubiera escrito en el papel. Se había ido hasta el cielo volando en ese hermoso globo con forma de corazón, e ingenuamente creyó que se le cumpliría. -Deseo que todos a los que amo estén siempre conmigo.- había escrito y repetido en su cabeza antes de lanzarlo por los aires. Rompiendo en llanto se tiró al suelo y cayendo de rodillas, colocó su frente en la maleza cubierta de roció. Acto seguido comenzó a arrancar las hierbas con furia, escarbando con las manos y uñas porciones de tierra que comenzaban a hacerle daño en sus extremidades. Inesperadamente lanzó un grito encolerizada hacia el cielo en busca de una respuesta. - ¡Porque, porque, porqueee! - decía una y otra vez lamentando y maldiciendo a la vida por no haberle cumplido su deseo. Y justo en ese momento que Danielle había entrado a la casa para prepararle un té que le calmara los nervios, salió apresuradamente en cuanto escuchó los gritos y la vio botada en el suelo. En cuanto llegó a su lado se acuclilló junto con ella. Llorando sobre su hombro, Mia la abrazó con fuerza y sin soltarla le suplicó a Danielle que nunca la abandonara.
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