capítulo 10

2392 Words
>>¿Fueron al baile de Lady Danbury anoche? Si no es así, es una lástima. Porque se perdieron el acontecimiento de la temporada. A todos los asistentes les quedó claro, y sobre todo a esta autora, que la señorita Daphne Bridgerton ha llamado la atención del recién llegado de Europa duque de Hastings. Suponemos el alivio de Lady Bridgerton. ¡Sería horroroso si Daphne se quedara soltera una temporada más! Además, Lady B aún tiene que casar a tres hijas más. ¡Qué horror! REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN, 30 de abril de 1813 Daphne no tuvo otra opción. En primer lugar, su madre la miraba como diciendo “Si dices que no, te arrepentirás”. En segundo lugar, estaba claro que el duque no le había explicado toda la verdad sobre su encuentro a Anthony, así que negarse a bailar con él levantaría muchas suspicacias. Eso sin mencionar la poca gracia que le hacía verse inmersa en una conversación con las Featherington, algo que irremediablemente iba a suceder si no salía de allí de inmediato. Y, por último, la idea de bailar con el duque le resultaba un poco atractiva. Además, el muy arrogante no le dio ni tiempo para responder. Antes de que pudiera decir “Encantada” o un simple “Si”, el duque ya se le había llevado al centro de la pista. La orquesta todavía estaba con esos horribles ruidos que hacen los músicos mientras preparan los instrumentos para tocar, así que tuvieron que esperarse un momento antes del baile. —Gracias a Dios que no dijo que no –dijo el duque, agradecido. — ¿Y cuándo me ha dado la oportunidad? Él le sonrió. Daphne le respondió con una mueca. —Si lo recuerda, no me ha dado opción a aceptar o a negarme. Simon levantó una ceja. — ¿Quiere decir que tengo que volver a pedírselo? —No, claro que no –respondió Daphne, con los ojos en blanco—. Sería una tontería. Además, organizaríamos una escena sin precedentes, y no creo que ninguno de los dos queramos eso. Simon ladeó la cabeza y la miró con aceptación, como si hubiera analizado su personalidad en un instante y le estuviera dando su aprobación. A Daphne le pareció de lo más desconcertante. Y entonces la orquesta empezó a tocar las primeras notas de un vals. Simon hizo una mueca. — ¿Las chicas jóvenes todavía necesitan permiso para bailar un vals? Para más incomodidad de Simon, Daphne lo miró sonriendo. — ¿Cuánto tiempo ha estado fuera? —Cinco años. ¿Lo necesitan? —Sí. — ¿Y usted lo tiene? La miró horrorizado ante la perspectiva de ver su plan arruinado. —Por supuesto. La tomó en sus brazos y empezó a girar junto con las demás parejas. —Bien. Cuando habían dado la vuelta entera al salón, Daphne preguntó: — ¿Qué les ha explicado a mis hermanos de nuestro encuentro? Le he visto hablando con ellos, ¿sabe? Simon sonrió. — ¿De qué se ríe? –preguntó ella. —Me estaba maravillando de su aguante. — ¿Disculpe? Simon se encogió de hombros y ladeó la cabeza. —No creí que fuera tan paciente—dijo—, y ha tardado casi cuatro minutos en preguntarme sobre la conversación que he mantenido con sus hermanos. Daphne se sonrojó. La verdad era que el duque era tan buen bailarín que ella apenas había pensado en la conversación. —Pero, ya que lo pregunta—dijo, evitándole cualquier comentario—, les he dicho que nos hemos encontrado en la entrada y que, debido a su fisonomía, la he reconocido como una Bridgerton y me he presentado. — ¿Y le han creído? —Si—dijo Simon, pausadamente—. Eso creo. —No es que tengamos que escondernos de nada –se apresuró a añadir Daphne. —Claro que no. —El único villano de esta historia es Nigel, sin duda. —Por supuesto. Daphne se mordió el labio inferior. — ¿Cree que todavía estará en el pasillo? —Le aseguro que no tengo ninguna intención de ir a verificarlo. Se produjo un extraño silencio, y entonces Daphne dijo: —Hacía mucho que no asistía a un baile en Londres, ¿verdad? Nigel y yo hemos debido ser un recibimiento lastimoso. —Usted ha sido el mejor recibimiento. Él no. Daphne sonrió por el cumplido. —Dejando aparte nuestra pequeña aventura, ¿ha disfrutado de la velada? La respuesta negativa de Simon fue tan obvia que incluso, antes de responder, soltó una risa. — ¿De verdad? –Dijo Daphne, arqueando las cejas con curiosidad—. Eso sí que es interesante. — ¿Mi agonía le resulta interesante? Recuérdeme que, en caso de enfermedad, nunca recurra a usted. —Oh, por favor –dijo Daphne, burlándose—. No ha podido estar tan mal. —Sí que ha podido. —Seguro que no ha sido peor que la mía. —Debo admitir que parecía bastante aburrida cuando estaba con Macclesfield – admitió él —Es usted muy amable por decir eso –dijo ella. —Pero sigo creyendo que mi velada ha sido peor. Daphne se rió, un precioso sonido que llenó de calidez el cuerpo de Simon. —Menuda pareja –dijo—. Estoy segura de que podemos encontrar otros temas de conversación más, a menos que lo mal que nos lo hemos pasado. Simon no dijo nada. Daphne no dijo nada. —No se me ocurre nada –dijo él. Daphne volvió a reír, esta vez con más entusiasmo, y Simon volvió a maravillarse por aquella preciosa sonrisa. —Me rindo –dijo ella— ¿Qué ha hecho que su velada sea tan desastrosa? — ¿Qué o quién? — ¿Quién? –Repitió ella, ladeando la cabeza—. Esto se pone cada vez más interesante. —Se me ocurren muchos adjetivos para describir a todos los “quienes” que he conocido esta noche, pero le aseguro que interesante no es uno de ellos. —Bueno –dijo ella—, no sea maleducado. También le he visto hablando con mis hermanos. Él asintió galantemente, acercándola más a él por la cintura mientras giraban por el salón. —Le pido disculpas. Los Bridgerton, por supuesto, quedan excluidos de mis insultos. —Eso nos tranquiliza a todos, se lo aseguro. Simon sonrió ante la absoluta inexpresividad de Daphne. —Vivo para hacer feliz a la familia Bridgerton. —Ésa es una afirmación que algún día puede volverse en su contra –respondió ella—. Pero, hablando en serio, ¿qué es lo que le molesta tanto? Si su noche ha ido tan a mal desde nuestro encuentro con Nigel, debe estar en una situación realmente desesperada. — ¿Cómo podría decirlo sin ofenderla? –preguntó. —Ah, no se preocupe por mí –dijo Daphne, quitándole importancia—. Prometo no sentirme ofendida. Simon le lanzó una sonrisa maliciosa. —Una afirmación que algún día puede volverse en su contra. Daphne se sonrojó. La rojez apenas era perceptible a la luz de las velas, pero Simon la había observado muy de cerca. Ella no dijo nada, así que Simon añadió: —De acuerdo, si insiste le diré que me han presentado a todas las jóvenes casaderas de la fiesta. Daphne soltó una risita. Simon tenía la leve sospecha de que se reía de él. Y también me han presentado a sus madres—continuó. En ese momento, Daphne soltó una carcajada. — ¡Qué apropiado! –dijo él—. Riéndose de su pareja de baile. —Lo siento –dijo ella, con los labios apretados para evitar más risas. —No es verdad. —Está bien –admitió—. No lo siento. Pero únicamente porque yo llevo dos años soportando la misma tortura. Es difícil pretender dar lástima habiéndolo soportado una sola noche. — ¿Por qué no se casa y se evita todo esto? Daphne lo miró fijamente. — ¿Es una proposición? Simon sintió que la sangre no le llegaba a la cabeza. —Ya lo sabía. –Lo miró y soltó un suspiro de impaciencia—. Por el amor de Dios. Ya puede respirar, Hastings. Sólo bromeaba. Simon quería hacer un comentario irónico y sarcástico pero lo cierto es que la pregunta de Daphne lo había dejado helado. —Respondiendo a su pregunta –continuó ella, con una voz más apagada de lo que le había oído hasta ahora—. Una chica debe considerar todas las opciones. Tenemos a Nigel, obviamente, pero creo que estará de acuerdo conmigo en que no es el mejor candidato. Simon agitó la cabeza. —A principios de año, estuvo lord Chalmers. — ¿Chalmers? –Preguntó Simon, frunciendo el ceño—. ¿No está...? — ¿Cerca de la setentona? Sí. Y, como algún día me gustaría tener hijos, me pareció que... —Un hombre de esa edad todavía puede engendrar hijos –le dijo Simon. —Era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. Además –dijo, estremeciéndose, con una expresión de revulsión—, la idea de engendrarlos con él no me atraía demasiado. Simon se imaginó a Daphne en la cama con el viejo Chalmers y, muy a su pesar, sintió una punzada en el corazón. Era una imagen bastante desagradable que lo enfureció un poco, no sabía muy bien con quién; a lo mejor consigo mismo por atreverse a imaginarse tal cosa, pero... —Y antes de lord Chalmers –continuó Daphne y, afortunadamente, interrumpió los pensamientos de Simon—, hubo dos más, aunque igual de repulsivos. Simon la miró, pensativo. — ¿Quiere casarse? —Sí, claro. –La sorpresa por esa pregunta se reflejaba en su cara—. ¿No es eso lo que todos queremos? —Yo no. Daphne se rió con condescendencia. —Sólo cree que no quiere. Todos los hombres lo hacen. Pero algún día se casará. —No— dijo Simon, muy seco—. Nunca me casaré. Daphne lo miró boquiabierta. Había algo en el tono del duque que decía que hablaba en serio. — ¿Y qué pasará con el título? Simon se encogió de hombros. — ¿Qué le pasa al título? —Si no se casa y engendra un heredero, desaparecerá. O irá a parar a cualquier primo despiadado. Ante eso, Simon levantó una ceja. — ¿Y cómo sabe que mis primos son despiadados? —Todos los primos que siguen en la línea de sucesión de un título nobiliario lo son. –Ladeó la cabeza—. O, al menos, lo son para con el poseedor de dicho título. — ¿Y eso lo ha aprendido de su profundo conocimiento de los hombres? –bromeó él. Daphne lo miró con una superioridad aplastante. —Por supuesto. Simon se quedó callado unos momentos y, al rato, dijo: — ¿Vale la pena? Daphne lo miró desconcertada por el repentino cambio de tema. — ¿El qué? Le soltó la mano lo justo para agitar la suya en el aire. —Esto. Este interminable desfile de fiestas. Con su madre pisándole los talones siempre. Daphne abrió la boca, sorprendida. —Dudo que ella lo viera igual—dijo y luego, con la mirada perdida en algún asunto del salón, añadió—: Pero sí, supongo que vale la pena. Tiene que valerla. Volvió a la realidad y lo miró a la cara, con una honestidad aplastante en los ojos. —Quiero un marido. Quiero una familia. Si lo piensa, no es tan descabellado. Soy la cuarta de ocho hermanos. Sólo conozco el concepto de familia numerosa. No sé si sabría vivir de otra forma. Simon la miró a los ojos, fija e intensamente. Escuchó una voz de alarma en su cabeza. Deseaba a esa chica. La deseaba tan desesperadamente que estaba empezando a excitarse, pero sabía que nunca, nunca podría ni siquiera tocarla. Porque hacerlo significaría destrozar todos sus sueños y, a pesar de su reputación, no estaba seguro de poder vivir con ese peso sobre sus espaladas. Nunca se casaría, nunca tendría hijos y eso era precisamente lo que Daphne esperaba de la vida. Simon disfrutaría de su compañía porque sabía que no sería capaz de negarse eso. Pero debería dejarla intacta para otro hombre. — ¿Duque? –Preguntó Daphne, y cuando Simon la miró, añadió—: ¿Dónde estaba? Simon inclinó la cabeza. —Pensaba en lo que ha dicho. — ¿Y le parece bien? —En realidad, no recuerdo la última vez que hablé con alguien que tuviera tanto sentido común –dijo, lentamente—. Está muy bien saber qué se quiere en la vida. — ¿Y usted lo sabe? ¿Cómo responder a esa pregunta? Simon sabía que había ciertas cosas que no podía decir. Pero es que era tan fácil hablar con esta chica. Estaba cómodo con ella, aunque algo en su interior ardiera de deseo por ella. Habitualmente, no era normal mantener ese tipo de conversaciones cuando se acababa de conocer a alguien pero, de algún modo, entre ellos surgió de manera natural. Al final, Simon dijo: —Cuando era más joven, hice una serie de promesas. Y ahora intento vivir mi vida acorde a esas promesas. Ella lo miró con curiosidad, pero la buena educación le prohibió hacer más preguntas. —Dios mío –dijo ella, con una sonrisa un tanto forzada—, nos hemos puesto muy serios. Y yo que creía que estábamos hablando de quién lo había pasado peor esta noche. En ese momento, Simon se dio cuenta de que los dos estaban atrapados. Atrapados por las convenciones y las expectativas sociales. Y fue entonces cuando se le ocurrió algo. Una idea extraña, loca y terriblemente brillante. También era bastante peligrosa, ya que implicaba compartir muchos momentos con Daphne, algo que seguro lo llenaría de deseo insatisfecho, pero Simon se enorgullecía de tener mucho control sobre sí mismo y estaba seguro de que no sucumbiría a sus instintos más básicos. — ¿No le gustaría tomarse un respiro? –preguntó, inesperadamente. — ¿Un respiro? –repitió Daphne, sorprendida. Mientras bailaban, miró a su alrededor—. ¿De las fiestas?
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