A la mañana siguiente golpes en mi puerta me despertaron, tapé mi rostro y oídos con la almohada, hoy no quería saber nada del mundo, no tenía ni un poquito de fuerza para levantarme. — ¡Rose, soy yo, Felipe! — me escondí aún más entre las cobijas y la almohada. Después de lo ocurrido el día de ayer no tenía cara para ver a Felipe, no después de entrar en shock y de besarlo como si eso fuera a salvarme, yo no tenía salvación, lo hecho hecho estaba y eso me atormentará por el resto de mis días. No merecía menos, no merecía más, eran mis errores los que me habían llevado a cometer ese fatídico error y, estaba pagando con ello. Porque con cada ataque de pánico yo perdía la respiración poco a poco, como él lo había hecho. Sacudí mi cabeza escuchando golpes en la puerta de nuevo. — ¡