– ¡Gabriel vámonos ahora! – espeta el más joven a mi lado. Escucho como chasquea la lengua al ver que su hermano no deja de golpear a mi jefe, e intenta camina conmigo prácticamente a rastras, pero el golpe en mi espalda al parecer fue más grave de lo que pensé y me quejo a la vez que mis piernas pierden fuerza, sin embargo, antes de caer él me sostiene – ¡Gabriel! – vuelve a espetar, ahora suena algo asustado.
– Vamos – escucho su voz más cerca de lo que creí que estaba y me sorprendo al sentir sus brazos cargándome de forma nupcial.
Mi primer instinto es quejarme y pedirle que me baje, pero luego de pensarlo un segundo me dejó cargar, ya no me quedan fuerzas.
No tardamos en salir del callejón y me meten en la parte trasera de un auto, el más joven entra de conductor y el mayor conmigo en la parte trasera.
– ¿A dónde vamos? – pregunto en un susurro que no se hubiese escuchado sino fuese porque el auto no se encuentra en total silencio.
– A un hospital – dice el chico. Con un quejido logró sentarme. No puedo ir a ningún lado.
– Quédate acostada – dice la voz ronca del hombre a mi lado, intentando devolverme a mi posición anterior, pero me resisto.
– Gracias chicos, pero estoy bien, ahora, tengo que ir a mi casa – tocó mi labio y hago una mueca cuando veo que estoy sangrado y que lo más seguro es que quede un cardenal, luego llevo una mano a mi espalda baja. Supongo que es bueno que no haya sangre ahí también.
– Estás loca, ese malnacido te golpeó y no fue un solo golpe, puede ser que te haya hecho un daño importante, lo mejor es que te revisen – suelto un suspiro al escuchar las quejas del más joven y me llevo las manos a la cabeza al sentirme mareada.
Esta vez fue peor que todas las anteriores.
– ¿Qué ocurre? – pregunta otra vez Gabriel al ver que me quejo. Niego con la mano y cierro fuertemente los ojos.
Solo necesito un segundo para sentirme mejor.
– Debo ir a mi casa, ahora – digo ahora con voz firme. No estoy pidiendo un favor, lo que seguro me hace una malagradecida, pero tengo otras cosas de las que preocuparme más que de mis modales.
– No seas terca, pequeño ángel, déjame llevarte a un hospital – reprocha el chico, pero niego y veo por la ventana que nos alejamos cada vez más en dirección contraria a mis hermanas.
– ¡Da la vuelta ahora mismo! – levanto un poco la voz, veo la hora y noto que mi turno debió acabar hace una hora, al parecer el tiempo se me fue y trabaje un poco de más, o quizás el tiempo se fue mientras era golpeada, quien sabe.
– ¡Mierda, ángel! ¡No! – grita el hombre a mi lado, sobresaltándome un poco, pero no tardo en reponerme de la sorpresa y el susto y le dirijo una mirada llena de enojo.
– Mis niñas están solas en casa, debo ir, ahora – ahora ambos parecen algo sorprendidos, pero eso es lo de menos en este momento – Así que, si no das la vuelta, abriré la puerta y yo misma regresare caminando – mi voz no tiembla en ningún momento, dejándoles claro que no estoy bromeando.
El auto se queda en silencio, pero siento como reduce la velocidad.
– Está bien, ángel, primero iremos por tus niñas – suspiro, agradecida por no tener que volver caminando como creí que tendría que hacer. Asiento, mucho más calmada y le doy la dirección, permitiéndome recostarme y suelto un suspiro, me duele el cuerpo.
(**)
– Aquí es – señaló la pequeña casa para que estacione, ambos me ven de reojo, pero no les presto atención.
Hago una mueca cuando intento salir por mi cuenta, y parece que el mayor de ellos se da cuenta. Gabriel sale rápidamente y rodea el auto para ayudarme. Le agradezco y me dejo llevar hasta mi puerta, solo para apenas darme cuenta en este momento que no llevo el bolso encima.
Maldigo en voz baja y llamo a la puerta con ambos hermanos a mis lados, el mayor todavía me ayuda a sostenerme.
– ¿Quien? – pregunta la voz aguda de Lily.
– Soy yo cariño, ábreme ¿sí? – le pido amablemente, la niña abre y se sorprende al ver a ambos hombres, pero yo debo lucir horrible porque cuando finalmente su mirada cae en mí, se cubre la boca con sus manitas antes de hacerse a un lado para dejarnos pasar. Me dejan caer en el sillón y noto que Leah ve todo lo que pasa con sus grandes ojos verdes sentada en su cama.
Espero no haber sido yo la que las despertó a esta hora.
– ¿Qué te paso? – pregunta Lily con lágrimas en los ojos, toma mi rostro entre sus manitas temblorosas y le dedicó una pequeña sonrisa mientras las sostengo y dejo un beso en ellas.
Lo que menos quiero es preocuparla.
– Tranquila linda, no es nada, tropecé por las escaleras del bar, sabes que no sé caminar muy bien con los tacones – acaricio su carita, mientras ella suelta un par de lágrimas y yo las limpio con mis pulgares.
Odio verla llorar de esta manera, silenciosa, viéndome con tanto dolor.
– Ya cariño, no pasó nada, ahora pásame a Leah ¿sí? Parece estar a punto de llorar – ella deja un beso en mi frente y levanta a Leah para traerla hasta mí y dejarla en mi regazo. Comienzo a besar sus mejillas y juego con sus manitas buscando su hermosa risa de bebé.
Ya suficiente tengo con una nenita llorando, no quiero que sean las dos.
– ¿Quiénes son ustedes? – pregunta después de ofrecerles agua, es una niña muy educada y atenta, a pesar de todo. Me siento muy orgullosa de haberla criado.
– Mucho gusto, linda, soy Diego, él es mi hermano mayor Gabriel, nosotros ayudamos a tu mami cuando vimos que caía por las escaleras – dice el chico que ayude antes, y que ahora sé, se llama Diego.
Volteo hacia él y le doy una sonrisa agradecida por seguirme la corriente. Después mi hermana ve al otro hombre y escucho como suelta una exclamación de sorpresa. Sabía que no se tardaría tanto en darse cuenta.
– ¡Tú eres mi héroe! – chilla y se lanza a sus brazos. Los dos hermanos parecen sorprendidos, pero, aun así, Gabriel corresponde su abrazo con una sonrisa – También eres el héroe de Amber, estoy segura que tú la salvaste del muestreo – susurra, pero todos logramos escucharla, Me tenso, ya sabía que ella no es tonta, pero pensé que por lo menos está vez no sería tan obvia.
– Sí linda, mi hermano salvo a tu mami, pero ¿de qué monstruo hablas? – Diego le pregunta.
Decido que ya tuve suficiente de esta conversación e intento levantarme con Leah en mis brazos, pero al notar que el cuerpo me duele demasiado como para siquiera poder con mi propio peso, me vuelvo a sentar, el chico se acerca a mí con preocupación marcando su cara.
– Creo que debemos llevarla a un hospital, siempre se niega y dice que no duele, pero yo sé que sí – ambos fruncen el ceño al enterarse que no es primera vez. Suspiro con pesadez.
Lo que menos quiero es su lastima.
Después de sus palabras, todo se queda en silencio unos momentos hasta que escuchamos unos fuertes golpes en la puerta.
¿Qué más puede pasar esta noche?
– ¡Amber! ¡abre, pequeña puta, tenemos qué hablar! – escucho los gritos del casero. Sin saber que hacer, veo un momento al piso mientras sigo escuchando los golpes y gritos y después de unos cálculos mentales me maldigo en voz baja, me pongo de pie ignorando el dolor.
¿Cómo se me va a olvidar que podía pasar esto?
– ¿Qué piensas que haces? – pregunta un muy molesto Gabriel, pero lo ignoro y dejo a Leah en los brazos de Lily. Ya no hay tiempo para esto.
Si al menos tuviese algo encima podría negociar, pero esto me agarró en un muy mal momento.
– Mete las cosas en un bolso, corre, llévate a los chicos contigo, nos vemos atrás – ella asiente y con lágrimas en los ojos hace lo que le digo, Gabriel me detiene, pero niego.
– ¡Voy a derribar la maldita puerta, abre ahora perra!
– No dejaré que vuelvan a golpearte, pequeño ángel – dice Diego al lado de su hermano, me suelto de su agarre con rapidez.
– Será peor si los ve aquí, solo sigan a Lily, y si ocurre algo grito, por favor – después de un par de segundos, ellos asienten, Diego ayuda a mis hermanas y carga a Leah con un brazo mientras se deja guiar por Lily agarrando su manita con la otra.
Mientras que, por otro lado, Gabriel, simplemente se cruza de brazos y no se mueve de su sitio, suelto un suspiro y abro la puerta.
– ¡Me debes dinero, maldita puta! – me grita enojado, hago la cara a un lado para evitar que su asqueroso aliento pegue de lleno en mi rostro.
– Te pagare – contesto firme, él suelta una carcajada sarcástica.
– ¿Cómo? ¿Me harás una mamada? – me mira de arriba a abajo y me doy cuenta que aún llevo el uniforme de mesera puta del bar – Ahora que lo pienso, sería una buena idea, pero si quieres pagar todo lo que me debes tienes que dejar que te haga lo que quiera por un tiempo, seguro también lo disfrutas, serás mi puta personal – toma mi rostro y acerca el suyo.
Rápidamente me aparto y le doy una bofetada. Creo fielmente que todos tienen sus límites, y este es el mío.
– Puedo soportar los insultos, gritos y si es necesario los golpes, pero no soy ninguna puta – lo miro con enojo. Primero veo como él se sorprende, pero esa sorpresa pasa a furia, y antes que me dé cuenta, siento como aprieta una mano en torno a mi cuello y me levanta del suelo dejándome sin aire, sin embargo, no tarda ni cinco segundos cuando estoy de vuelta en el piso respirando con fuerza intentando recuperar algo de aire, mientras que Gabriel se encuentra encima de él golpeándolo.
– Maldita sea con los hombres que golpean a las mujeres. Malditos todos ustedes. Escorias – cada palabra era un golpe. Me alarmo al notar que no parece tener ganas de parar pronto y me pongo sobre él, logrando sin mucho esfuerzo que deje de golpearlo.
– Lo matarás si sigues así, vámonos – tomó su mano y me pongo de pie trayéndolo conmigo. No siento tanto dolor como hace unos minutos, pero lo más probable es que sea por la adrenalina que invade mi cuerpo en estos momentos.
– ¡Te demandare! ¡Hijo de puta! – grita la escoria desde el suelo mientras tose y se queja.
– ¡Hazlo, maldito hijo de perra! – no tengo idea de qué más puede pasar esta noche, incluso me da miedo pensar en eso.
Por dios, yo solo quiero descansar un poco.